No es coincidencia que el ‘working title’ de la nueva película de Christopher Nolan -esa denominación que suele elegir el director para despistar a los curiosos durante la etapa de producción de sus films- sea “Flora’s Letter”. Flora es la hija mayor del realizador inglés (la única entre cuatro hermanos) y no cabe ninguna duda de que, esta odisea espacial que mezcla una posible realidad no muy lejana, ciencia ficción anclada en teorías de un respetado físico, cierta crítica sociopolítica y lo más simple y primigenio que atañe al ser humano, es una carta de amor de un padre que sólo quiere lo mejor para el futuro de sus retoños.
Antes de continuar analizando la última obra de uno de los realizadores más interesantes que nos regaló el nuevo milenio -más allá de las críticas que uno tenga (y los detractores acérrimos) no se puede negar su gran pericia a la hora de narrar una historia-, debo aclarar que se me hace complicadísimo dejar mi subjetividad de lado, aunque voy a tratar de hacer mi mejor esfuerzo.
“Interestelar” (Interstellar, 2014) no es la mejor película de Nolan hasta la fecha -para mí, Memento, Recuerdos de un Crimen (Memento, 2000) sigue ocupando ese primer puesto indiscutido-, pero es la más personal, emotiva y optimista, sin discusión alguna, y la que más debates y críticas opuestas va a generar durante los próximos meses.
Teniendo en cuenta la obsesión del director por plasmar cierta hiperrealidad en sus films, el gran interrogante que surge es: ¿cómo puede triunfar llevando adelante un relato de ciencia ficción que roza lo fantástico, que debe despegar nuestra imaginación y fascinarnos, más allá de las complicadísimas teorías científicas que plantea?
Sí, “Interestelar” no es para cualquiera. Es ciencia ficción hecha y derecha, basada en un escenario que, posiblemente, esté a la vuelta de la esquina. Acá, los procedimientos se explican minuciosamente, así como las teorías. Las naves espaciales y los robots son realistas rayando un minimalismo práctico, incluso los planetas que se muestran nos resultan bastante familiares, pero no por ello dejan de tener una belleza austera, pocas veces vista en la pantalla grande. Nolan nos lleva a explorar los confines del espacio y el viaje es tan intenso y variable como un recorrido en montaña rusa.
Como ya dije, habrá gente que perderá el hilo con la infinidad de datos que nos tiran por segundo y otros quedarán embobados por las hipótesis que presenta. A pesar de que el director no subestima a la audiencia, en los últimos años adquirió la “mala” costumbre de sobre explicar las cosas. Lo que molestaba en “El Origen” (Inception, 2010) acá se repite, pero la complejidad de esa partecita de la trama, tal vez, lo necesite. Nolan tiene miedo de que el público no llegue a entender la “teoría” y ese miedo puede generar algo de densidad narrativa en la “práctica”.
La película tiene tres actos bien diferenciados entre sí, no voy a entrar en detalles para no spoilear nada, pero resultan tres experiencias totalmente diferentes que le dan sentido a un todo.
Nolan rescata esos relatos cinematográficos clásicos de la ciencia ficción con los que creció y las influencias y homenajes se notan (supongo que adrede). Desde “Alien – El Octavo Pasajero” (Alien, 1979) y “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo”, hasta sus favoritas: “Blade Runner” (1982) y “2001, Una Odisea del Espacio” (2001: A Space Odyssey, 1968), la idea principal es volver a esa magia del puro entretenimiento familiar (esta es la menos violenta de sus películas) y la fascinación por las estrellas, emblema de la década del setenta, gracias a la carrera espacial, el programa Apollo de la NASA y aventuras más fantásticas como “La Guerra de las Galaxias” (Star Wars, 1977).
A pesar de que “Interestelar” es la película más personal del director, no es un proyecto que haya salido completamente de su mente y su corazoncito, Nolan se lo apropió y lo hizo suyo, impregnándolo de todos sus guiños y recursos conocidos.
El proyecto llevaba unos cuantos años en desarrollo cuando Chris decidió hacerse cargo. Las ideas principales le corresponden al físico teórico Kip Thorne, que en 2006 tuvo ganas de llevar sus propias hipótesis a la pantalla grande, más específicamente, como las “grietas” espacio-temporales, también conocidas como agujeros de gusano o puentes de Einstein-Rosen, pueden utilizarse para viajar de un punto A al B del universo, atravesando distancias infinitas.
Paramount Pictures se copó con la idea y le encargó a Jonathan Nolan (hermano y colaborador habitual de Christopher) que escribiera un primer borrador, para lo cual el pibe se pasó casi cuatro años estudiando física en Caltech. La película estaba “diseñada” para que la dirigiera Steven Spielberg, pero cuando se apartó por falta de tiempo, provocó que el proyecto quedara encajonado por varios años.
Ahí es cuando entra Chris que, tras terminar con la trilogía del Caballero Oscuro, sintió que “Interestelar” podría convertirse en su próximo gran emprendimiento, la oportunidad de sacar a relucir su maldito nerd, pero también el ser humano optimista que siempre parece enmascararse tras los oscuros thrillers psicológicos con mil interpretaciones.
Tratemos de explicar un poquito de que viene la cosa, sin tirar spoilers, obvio. Estamos en la Tierra, en un futuro no muy lejano, donde los ejércitos fueron desmantelados porque los seres humanos no tienen tiempo para hacer la guerra y deben concentrar todas sus fuerzas en sobrevivir a un clima bastante hostil y a la falta de comida. La poca tecnología que queda disponible está puesta al servicio de la agricultura, o sea que los granjeros son mucho más importante que un ingeniero o un piloto de naves espaciales.
Ese es Cooper (Matthew McConaughey), un viudo con dos hijos adolescentes que tuvo que dejar de soñar con el cosmos y ponerse a cosechar maíz, uno de los últimos recursos alimenticios que quedan. El tipo se siente fuera de lugar, es un explorador nato, un aventurero que, a pesar de amar a su familia, decide sumarse a un proyecto ultra secreto que busca salvar a la población buscando algún planeta habitable donde puedan hacer rancho.
Pero la salvación no está en nuestro sistema solar. Cooper, experimentadísimo piloto, se unirá a un grupo de científicos encabezado por la doctora Amelia Brand (Anne Hathaway), para adentrarse más allá de las fronteras del espacio y, por qué no, del tiempo, cuando se aproximen a otra galaxia a través de este extraño fenómeno físico, conocido como agujero de gusano.
Y allá van los posibles salvadores de la humanidad abandonando todo sobre la Tierra, menos la esperanza, en una misión que, no sólo podría fracasar, sino que no garantiza su retorno.
El tiempo marca el pulso de “Interestelar”, pero también los sentimientos que, constantemente, se interponen en las decisiones “racionales” que debe tomar la tripulación. Hay acción de la buena, unos cuantos mensajes para no dejar pasar y efectos especiales que la transforman en una experiencia visual para caerse de tujes. Pero sobre todo es una historia de padres e hijos (o mejor dicho, de hijas), de distancias literales y emocionales que deben ser cubiertas.
Nolan se vuelve a rodear de un elenco de lujo donde nadie queda fuera de lugar, pero hay que admitir que McC se carga la película al hombro y concluye un año espectacular lleno de grandes interpretaciones. La Hathaway no se queda atrás, Michael Caine podría hacer de baldosa y seguirnos conmoviendo, y así podría seguir con cada actor que aparece a lo largo de casi tres horas de película que, créanme, se pasan volando.
Hablar de los aspectos técnicos de una película de Christopher Nolan, parece redundante. A pesar de la “simplicidad” de los aspectos tecnológicos que se muestran, el equipo técnico se esmeró para que la verosimilitud nunca quede de lado: nadie sabe como es atravesar un agujero negro, pero después de ver “Interestelar”, podríamos jurar y re jurar que son como aparecen en la pantalla.
Las escenas espaciales son un manjar para cualquier paladar cinéfilo, o para cualquiera que aprecie lo estético por encima de lo meramente efectista. Es espectacular en el mejor sentido de la palabra, mucho más si tenemos en cuenta el esfuerzo por no utilizar grandes cantidades de CGI o pantalla verde.
La ironía y el sarcasmo que suelen aparecer en las obras de Nolan, sigue presente, y muchas veces nos llega de la mano de los personajes menos humanos, todo un hallazgo de la película que deben apreciar por ustedes mismos.
No voy a ocultar mi devoción por el IMAX, un formato de la más alta calidad que, no sólo enaltece la historia, si no que nos sumerge un poco más en ese universo maravilloso que plantea. Si quieren vivir una experiencia completa y están dispuestos a pagar el costo, no se pierdan de disfrutar con cada uno de los sentidos.
Lo que menos me gustó, y habrás gente que no concuerde conmigo, es la banda sonora compuesta por Hans Zimmer que, a pesar de marcar la intensidad cuando se lo necesita, resulta anticlimática y sentimentaloide la mayoría de las veces. Creo que NOlan confió demasiado en su músico de cabecera que, esta vez, quiso alejarse de lo que ya nos tiene acostumbrados y probar algo nuevo y “retro”, pero para mí no funciona. Lo que si conmueve son los silencios que se desparraman a lo largo del film. Momentos que nos hacen sentir menos que un granito de arena en la inmensidad del espacio y esa pantalla que nos absorbe y no nos deja parpadear ni por un momento.
Tras mostrarnos -varias veces a lo largo de su obra- lo destructivo que puede resultar el ser humano, Nolan se sincera, se pone optimista (tal vez le agarró el viejazo) y resalta nuestras mejores cualidades. Somos animalitos de (malas) costumbres, pero en el fondo siempre encontramos la manera de salir adelante, nos da motivos para no bajar los brazos y nos arranca unos cuantos lagrimones en el proceso.