Un documental muy a lo Puig.
El film no pretende documentar la realidad de la vida en la cárcel, sino que capta la dinámica que se da en un grupo de mujeres presas que asiste a un taller de musicoterapia. Pero no es más que una excusa para que ellas charlen, bailen y lloren.
Que Interiores no pretende documentar la realidad de la vida en la cárcel de mujeres de Magdalena lo deja claro el recorte que practica. La película dirigida por Fito Pochat tiene lugar en un aula de la escuela con la que cuenta la prisión. En esa aula, un pequeño grupo de internas asistirá a un taller de Musicoterapia, cuyo carácter en cierta medida artificial se ve acentuado por el hecho de que, tal como señala un cartel al comienzo, fue propuesto por la propia producción de la película, con el objetivo de servir para ésta. Algo así como una experiencia de laboratorio, Interiores no informa, ni lo pretende, sobre el estado y las condiciones de la cárcel, ni tampoco sobre los motivos por los cuales las asistentas al taller están allí, desde cuándo y por cuánto tiempo más. No se trata de un documental informativo sino de uno que capta la dinámica que se da en ese grupo de mujeres. Por la atención que presta exclusivamente a ese punto, por el peso que tiene la charla en él y por la vividez de las voces protagónicas podría aventurarse que Interiores tal vez sea el primer documental muy a lo Puig.
En total armonía y con mucho sentido del humor, el grupo funciona como hermandad, no importa que alguna integrante ande por la veintena y dos o tres tengan varios nietos. Asombran las sonrisas, el alto espíritu: si no fuera porque en algún momento alguna lo trae a colación, nadie diría que se trata de internas de una prisión. Así como al comienzo de la primera sesión algún juego sirve para que cada una se identifique, y a la vez para integrarse y desinhibirse, el predominio de la conversación por sobre los ejercicios musicales deja claro que lo del taller de Musicoterapia es más que nada una excusa para que las señoras y señoritas charlen. Ninguna de ellas peca de excesiva timidez y una de las cuestiones que aparece pronto, y que es común si no a todas a casi todas, es el maltrato. Una cuenta, con una enorme sonrisa, que estando embarazada de cinco meses su pareja llegó una noche de mal humor (“tal vez la amante no quiso esa noche”) y le pegó una patada que la levantó en el aire. A la mañana siguiente hizo sus cosas y por suerte se fue. Otra relata que guarda la foto en la que aparece con el rostro magullado, para que sus hijos vean qué clase de cosas no debería ocurrir jamás.
Pero no hablan sólo de cosas feas. También de sus proyectos para cuando salgan, de las cosas que les gusta hacer. Bailar, por ejemplo. Y bailan. Dos de ellas hacen un lip sync muy divertido de Pimpinela, una de ellas con una barbita pintada y ambas con micrófonos de papel. Y lloran, claro. De golpe, sin previo aviso. A veces, hablar de llorar las hace llorar, así como bostezar trae más bostezos. Una de ellas en un momento habla, llora y se ríe. Todo junto. Es algo que sólo las mujeres y los niños pueden hacer. Esa misma chica la más bonita, la que más “roba” cámara acapara la conversación, sin competencias. Tal vez hubiera sido conveniente algo de edición, para repartir las cosas un poco más parejo. Y también, cómo no, más planos de atención, de aquellas que escuchan, no sólo de las que hablan. A veces, en cine, una persona escuchando es más interesante que una hablando.