¡Qué solos estamos!
Internet junkie es una película coral que profundiza con una mirada satírica en cómo los vínculos sociales han sido deteriorados (este término peyorativo es a propósito de la película) en todas las escalas debido a, esencialmente, Internet, permitiéndose reflexionar brevemente sobre el amor. Esa es la idea que, como en tantas películas corales de esta naturaleza, termina consumiendo a personajes, situaciones y recursos cinematográficos hasta el hartazgo, llevando a que el relato nos parezca un tanto asfixiante. El TEMA, así, con mayúsculas, no sobrevuela el film o fluye con personajes que podamos sentir cercanos, sino que se focaliza arbitrariamente en estereotipos y situaciones cercanas a representaciones televisivas (en el peor sentido posible); tomando forma de un panfleto reaccionario que casi nos hace olvidar lo poco de bueno que tiene la película.
Internet junkie consiste en historias corales que unen distintos puntos del mundo bajo la consigna que ya mencionamos: las crisis en la comunicación y los afectos por el uso de las herramientas que facilita Internet. Un coronel emula su falsa identidad para estafar mujeres y perseguir nuevos desafíos, una familia mexicana se encuentra encapsulada en sus mundos y estímulos apenas conociendo qué es de la vida del otro, un megalómano encerrado en su cuarto busca absurdamente la superación personal desde su hogar, una chica con HIV se “venga” del mundo manteniendo relaciones casuales sin que sus eventuales amantes se protejan y, finalmente, una joven pareja supera una crisis tras descubrirse la fuente laboral de uno de ellos. En el medio hay secundarios inexplicables interpretados por gente monumental como Angela Molina y Arturo Ripstein, cuya participación anecdótica resulta olvidada en el medio de la historia mexicana. Más allá del tema, las historias se encuentran en algún punto que intenta reforzar o degradar lo que está sucediendo.
En Amor sin escalas, de Jason Reitman, hay una secuencia que se encuentra entre lo más cuestionable de la película, donde los personajes interpretados por George Clooney y Vera Farmiga ponen sus notebooks sobre el mismo escritorio y comienzan a trabajar en silencio luego de un encuentro amoroso. Lo reprochable se encuentra en que están cruzados en la misma mesa, cerrando un encuadre perfecto que tiene más de una búsqueda forzada que una eventualidad llevada por la narración. Todo en la secuencia y la imagen es forzado para hablar de la incomunicación entre los personajes. En Internet junkie secuencias semejantes a este fragmento del film de Reitman aparecen por doquier, edulcoradas de las arbitrariedades más insólitas: uno de los casos más engorrosos es el que pone a la madre de la familia mexicana buscando ayuda en Internet para curar a su hija o el momento que conecta a los hermanos de una forma forzada, que demuestra cómo la gente se ampara en el anonimato en Internet.
Floja en cada uno de los aspectos que se propone, aunque dando cierto aire a los actores para conseguir un trabajo consistente más allá de las falencias del material, Internet junkie carece de la sutileza y el desarrollo de personajes que haría más verosímil a las historias y situaciones que la atraviesan, acercándola a notas revisteriles que anuncian el “fin” del contacto humano o a bodrios como 360, de Meirelles.