Otra clase de pobreza
Pese a las buenas intenciones, a la película le cuesta zafar de los estereotipos que intenta mostrar.
Fragmentaria, como el drama social que denuncia, Internet Junkie sublima varias de las preocupaciones sobre el proceso de socialización que se da en y por la red. Ese recorte, tan subjetivo como las experiencias que elige mostrar Alexander Katzowicz, asume por momentos un tono de denuncia al servicio de una ficción con altibajos, con historias conectadas, atadas con alambre, en busca de un fin que excede a la película.
En Buenos Aries un coronel vela sus armas para seducir mujeres por Internet. A la vez, cultiva un vínculo por chat con un joven de Tel Aviv mantenido por sus padres, a quienes desprecia desde la “sabiduría del Tai Chi” que mama en YouTube. En México una madre y dos hijos viven una aislada adicción a la red, que los relaciona por un lado con una de las historias del coronel, y por otro con una chica argentina que se gana la vida desnudándose frente a su webcam. Auriculares, pantallas, teclados y camaritas dominan este entrecruzamiento, el mundo representado en la película (viejo, por cierto). La peor cara de un tiempo con sujetos despersonalizados, privados de su propia experiencia, aunque escuchen música clásica y se regalen libros de Van Gogh. Y esa despersonalización es también el problema de esta película, que convierte a sus personajes en perfiles, en casos de estudio exentos de profundidad.
Katzowicz hace un recorte sobre el sexo, el amor, la enajenación y la superficialidad de las relaciones humanas sin grandes hallazgos. Funciona más la advertencia que la narración, apocalíptica por cierto, sobre una crisis de la experiencia, de la palabra, de los vínculos que se reconoce con facilidad. Pero adjudicarle todo a Internet es la salida fácil. Claro que su película es interpeladora, porque esos rasgos acechan, preocupan. Un cambio cultural sin sociedad, sólo individuos para quienes nada es suficientemente importante. Y una confusión enorme sobre lo real y lo virtual que lejos está de saldarse.