DIÁLOGOS INCORPÓREOS
Una correspondencia audiovisual. Ese parece el formato escogido por Gastón Solnicki para homenajear a su amigo recientemente fallecido Hans Hurch, crítico y director artístico durante 20 ediciones del Festival Internacional de Cine de Viena; un intercambio fluido –el sello del correo lo subraya– conformado por registros vaporosos como fragmentos de conversaciones entre ellos, diálogos fílmicos, sonidos ambientales y música y por otros tangibles como cartas, postales, fotos, objetos, el timbre de la casa y hasta el nombramiento de una especialidad de café en su honor, todos ellos marcados por la presencia del austríaco ya sea mediante el nombre, la escritura manuscrita, los gestos o las intervenciones de las imágenes. Todas materialidades que se articulan a través del andar del argentino, quien actúa como una suerte de flâneur que recorre la ciudad, muestra los espacios por los que solía moverse e, incluso, imita sus comportamientos sustrayendo la taza o el plato.
De esta manera, el director construye una simbiosis entre el habitar pasajero de los sitios, la identidad nacional, la cultura y la historia de Hurch. La cámara lo sigue cuando corre al tranvía, sube a uno de los juegos del parque de diversiones, presenta una película o visita bares pero, al mismo tiempo, espía la pista de patinaje, la panadería, la función de cine o la fábrica donde arman y forran cajas típicas de souvenirs. La música se convierte en el elemento central tanto como título de la película –se inspira en la obra homónima del compositor Salvatore Sciarrino– como por la versatilidad de instrumentos y sonidos mostrados a lo largo del metraje como los ensayos de una orquesta, los objetos poco convencionales, el mismo Solnicki tocando el piano en una casa reconocida, la música de las ferias o del desfile militar y el componente histórico a partir de las tumbas de Beethoven o Brahms.
Si bien el collage apela a la evocación multisensorial y al vagabundeo, numerosas apariciones en escena del argentino se ven forzadas en los gestos, en las palabras y en las acciones. Por lo tanto, se produce un distanciamiento de esa búsqueda etérea del recuerdo o de la esencia del tránsito para resaltar la pose, una actitud un tanto altiva y fría, por momentos. Por ejemplo, cuando le consulta a la encargada del Bösendorfer Salon si pueden enviar un piano a Argentina después de conversar sobre la tradición musical y, de repente, le pregunta si tiene una cuenta en facebook, las posturas tensas – sobre todo las miradas ausentes– de él y de la mujer que le realizaba los trajes mientras corta la tela o la fallida comunicación que tiene con el mozo del Café Engländer para avisarle que tomó la taza y la enterró cual rito, aunque parece más una excusa para comentarle que fue amigo de Hurch.
En consecuencia, Introduzione all’Oscuro oscila entre la caminata desinteresada y la postura rígida, entre una cámara espía y el testigo impuesto que buscan recopilar una serie de elementos, tradiciones, lugares y gustos personales para dar cuenta de la vida y de la muerte.
Por Brenda Caletti
@117Brenn