Una tela negra, una pluma, una taza robada del café Engländer son algunos de los objetos a partir de los cuales Gastón Solnicki se propone un difícil desafío: rendir homenaje a su amigo Hans Hurch, el crítico y mítico director del Festival Internacional de Cine de Viena recientemente fallecido a causa de un ataque cardíaco. Un homenaje que se extiende y supera al mismo personaje para hablarnos del amor por el cine a través del modo en que se encara este proyecto con una elegancia capaz de detectarse en cada plano, incluso en los que los objetos no parecen hablarnos de ella.