Más voyerista que stalker
En un año donde el terror no exploró nuevos terrenos ni sorprendió con grandes títulos excepto tal vez por La Bruja (The Witch, 2016) y No respires (Don’t Breathe, 2016), cerramos el 2016 con otra película que viene a reforzar lo planteado, desgraciadamente. Intruso (Intruder, 2016) es una cinta que intenta mezclar el terror apoyándose fuertemente en el suspenso, sin obtener los mejores resultados.
La historia es más que simple, Elizabeth (Louise Linton) forma parte de una importante orquesta filarmónica, ocupación que pone presión en su relación de pareja justo en el momento en que -sin ella percatarse- un extraño ingresa en su casa y la observa durante días sin que ella lo descubra, ocultándose en diversos lugares del hogar.
Si esta premisa inicial fuese algo que sólo ocupa el primer acto del film no estaría mal. El problema justamente reside en que la estructura narrativa nunca hace explotar el conflicto y el espectador se ve esclavizado de una situación iterativa a través de 90 minutos de película. Las escenas no hacen más que repetir una y mil veces esta situación de ‘voyerismo’ en la cual el potencial asesino acecha a su víctima, amagando un ataque que parece inminente pero se pospone una y otra, y otra vez.
La propia lógica del stalker como personaje que dentro de este subgénero tiene un único objetivo que es acabar con sus víctimas no guarda ningún sentido en esta ficción: algunos personajes son despachados sin mucho preámbulo y otros por caprichos del guión tienen mejor suerte.
Todo aquel que piense que una historia de este estilo justifica ciertas libertades y limita la acción, puede compararla con Silencio (Hush, 2016) de Mike Flanagan, para apreciar de qué forma una idea simple puede ser explotada cuando hay una construcción de los personajes que persigue cierta lógica y se refleja en las acciones que realizan.
El cameo de Moby (¿?) es casi tan inexplicable como muchos otros puntos de la trama, la utilización de un solo ámbito durante prácticamente todo el film pone en evidencia una limitación de valores de producción por sobre una elección estética y el desenlace final no hace más que responder al desconcierto general del relato.