Filme menor... muy menor.
¿Vivir al límite mezclada con Sector 9? ¿Qué no? ¡A que sí! El problema de Invasión del mundo – Batalla: Los Angeles es que de sus referencias sólo incorpora lo esencial, despolitizando el resto. O, en todo caso, allí donde aparece la política, siendo ramplonamente militarista. De todos modos el film de Jonathan Liebesman tiene un único acierto, que sostiene medianamente la estructura y salva la ropa de lo que, de otra forma, hubiera sido un bochorno: Invasión del mundo… se centra exclusivamente en su grupo de marines que intentan repeler un ataque extraterrestre. Se centra tanto, que pierde de vista totalmente el entorno de cada soldado: así, nos evitamos el llanto de la novia o del papá de turno, y nos quedamos sólo con la masacre, la sinrazón del combate.
Nombrábamos a Vivir al límite y a Sector 9, pero hay mucho más en la película, que se asume como una fusión de la estética del cine bélico reciente con las historias de alienígenas, que parecen haber resurgido en los últimos tiempos: por ejemplo, hay también mucho de La caída del Halcón Negro o de Guerra de los mundos. Pero de sus referencias principales, ¿qué absorbe Liebesman? De Sector 9, fundamentalmente, su estética urbana, su fisicidad en el combate, aunque ni de casualidad le da algo de entidad a esos alienígenas. De Vivir al límite lo adrenalínico que resulta para los marines el combate, el estar continuamente en movimiento, la acción que no para.
Y el problema de Invasión del mundo… -además de ser aburrida y estar llena de personajes con los que es imposible generar empatía- es que nunca hace el viraje de aquella compleja película de Kathryn Bigelow: estos marines también terminan de pelear y en vez de volver a su casa, siguen en el campo de combate. Pero aquí lo hacen no como una forma inconsciente de justificarse sino porque creen firmemente en los valores que ha inculcado el cine panfletario y belicista de Hollywood: la libertad, la hombría, el compañerismo y todo lo que el campo de batalla puede otorgar.
Que todo sea una fantochada y los enemigos sean extraterrestres y no coreanos, japoneses o alemanes no le quita peso a la celebración de las fuerzas armadas que ejecuta Liebesman, con algunos diálogos bochornosos. Como decíamos al comienzo, el film sólo se salva del desprecio absoluto porque el director elige poner la cámara pegada al cuerpo de sus soldados y nunca separarse de ellos, con lo que el film incorpora por ósmosis un inevitable punto de vista militar. Otra cosa que le juega en contra es que nada suena aquí divertido -como sí ocurría en la tontería esa de Día de la independencia- y la gravedad se traga, incluso, hasta a un actor habitualmente correcto como Aaron Eckhart.