La tentación de retirarse del cine.
En Batalla: Los Ángeles, Aaron Eckhart es un sargento que se siente viejo. Los marines entrenando en la playa no tienen problemas en superarlo físicamente. La invasión extraterrestre llega y también su oportunidad para lucirse. Nosotros sabemos que en realidad la experiencia y los años cuentan. No lo sabe la película ni el director. En primer lugar, porque comete los peores errores del cine de ciencia ficción: situaciones incomprensibles e inverosímiles, diálogos irritantes, personajes unidimensionales, extraterrestres mal diseñados… es como si hiciera caso omiso a la historia del género. Y miren que desde Viaje a la luna, de Meliés, hay varias películas como para ver cómo hacer bien las cosas. ¿Es necesario hablar de la experiencia de Jonathan Liebesman, el director? No, porque tiene poca y entre sus antecedentes se encuentra La masacre de Texas: El inicio.
Los mal pensados suponen que la invasión en Los Ángeles es porque bueno, cada vez que Estados Unidos está en problemas, significa que el mundo lo está. Ya saben: un superhéroe salva a Nueva York pero en realidad está salvando al mundo entero. Los otros mal pensados dirán que la invasión es en Los Ángeles porque bueno, filmar en Hollywood no debe ser muy caro y además, que el campo de batalla sea una ciudad gris y monótona destruida por CGI no es tan exigente como filmar algo un poco más “sucio”. Ya saben: meterse en el verdadero campo de batalla (si no entienden, vean el documental Heart of Darkness: A filmmaker’s apocalypse, sobre la filmación de Apocalypse Now). Yo creo que invadieron L.A. para encontrar buenos diseñadores. De allí salieron los aliens, E.T., Gort y mucho otros más. Estos son mezcla de orgánico e inorgánico. Con cuerpos recubiertos de metal. Imaginen cuánto deben pesar. Sin embargo, salvo en situaciones donde la narración lo requiere, son extremadamente ágiles en relación al peso que tienen. Parece que las buenas ideas se fueron a Sudáfrica, con los langostinos de Sector 9 y allí se quedaron.
Para colmo de males, la película es un rejunte de los estereotipos (clichés) del cine bélico. El sargento viejo pero experimentado, el novato joven que se guía por el entrenamiento y los libros, el cobarde, etcétera. El que resulta más molesto es el civil, que al principio es una carga hasta que por fin, haga algo útil y tome las armas. Porque cuidado: no hay inocencia ni humor (aunque sea una parodia) en el tono, los diálogos y las situaciones de Batalla: Los Ángeles. Es una película de propaganda, me atrevería a decir inefectiva, pero de propaganda al fin y al cabo. Si el Tío Sam apareciera en pantalla y nos señalara con el dedo para decirnos “I want YOU to join the U.S. army!” sería más sutil. Incluso la corrección política me harta: allí está Michael Peña, el mexicano bueno por excelencia para Hollywood. Vale recordar sus roles en Crash: vidas cruzadas y World Trade Center, aquel bodrio insufrible también de Oliver Stone. Aquí hace del civil mexicano.
Lo que sigue (lo que comienza, lo que finaliza) es puro ruido, con una cámara movediza digna del peor Michael Bay. Es como si nos quisieran meter en el campo de batalla. Está bien: hay modos y modos de lograrlo. Algunos con fines estéticos, otros con fines puramente efectistas. Esta no logra ninguno de los dos.
El personaje de Aaron Eckhart utiliza al principio, ni bien comienza la “acción” un leit motiv con su tropa: Retreat, hell! (algo así como “¡Retirarse, jamás!”). Debería saber que en ciertas ocasiones es mejor retirarse. Si ustedes aguantan las dos horas que dura Batalla: Los Ángeles sin irse del cine, ni lo duden. Merecen la Medalla de Honor. O al mérito.