Este institucional sobre los marines poco tiene que ver con el cine, incluso con el género catástrofe en su vertiente perversa articulada con encuentros del tercer tipo. En agosto de este año lo que temíamos se hará realidad: extraterrestres militarmente poderosos vendrán por nuestra agua; es una invasión, dice un experto, pues toda colonización comienza con la eliminación de la población. Como siempre en este tipo de producciones millonarias, el inconsciente ideológico está expuesto, pues esta pesadilla intergaláctica parece la elaboración culposa y fallida de las recientes aventuras castrenses norteamericanas en Irak y Afganistán, facticidad histórica que funciona como sombra simbólica de la psicología del sargento interpretado desvergonzadamente por Aaron Eckhart. El marine siempre debe tomar decisiones, y los marines, jóvenes del mundo, es hora de saberlo, nunca se rinden, dos máximas que se repiten como una cifra didáctica y un eslogan seductor para posibles postulantes en la audiencia. El héroe americano alcanza aquí su máxima expresión de pureza (y primitivismo) entre los dirigidos por Eckhart, un héroe capaz de llorar y ejercitar su costado sensible ante la orfandad de un niño (y un soldado a sus órdenes cuyo hermano perdió la vida en Irak bajo su mando). Los planos generales digitalizados de Los Ángeles en llamas poseen la creatividad y sensibilidad propias del ejército norteamericano, y aunque Liebesman se esfuerce en registrar los combates cuerpo a cuerpo como si se tratara de un documental o una transmisión en vivo desde Bagdad, Invasión del mundo jamás propone algo que se parezca a cine. Aquí todo es propaganda, imbecilidad y patriotismo retrógrado.