Descomunal éxito comercial en Corea del Sur y con más de 100 millones de dólares recaudados en todo el mundo, este debut en el cine de ficción de Yeon Sang-ho (realizador de aclamados films animados como El rey de los cerdos y Seoul Station) tuvo su estreno mundial en el último Festival de Cannes y le valió el premio a Mejor Dirección en la muestra de Sitges a partir de una muy eficaz incursión en el subgénero de muertos vivos. Cine de género a puro vértigo y con una notable factura técnica.
Con The Host, de Bong Joon-ho, el cine coreano hizo una de las mejores películas de monstruos en mucho tiempo. Con Train to Busan, consigue un notable film dentro de otro subgénero fantástico: las historias de zombies.
Tras sus aclamados films animados King of Pigs, Fake y Seoul Station, Yeon Sang-ho narra la historia de una niña (Kim Su-an) que quiere ir a ver a su madre. Su padre ausente (Gong Yoo), un exitoso empresario que además está divorciado, acepta a regañadientes acompañarla en un viaje en tren de 450 kilómetros entre Seúl y Busan.
Pero, claro, en esta película apocalíptica se desata un virus y rápidamente los zombies empiezan a ser muchos más que los humanos “sanos”. Lo de sanos es relativo, ya que están los héroes, pero también los villanos capaces de cualquier bajeza por salvarse.
Los personajes son múltiples: desde el mencionado padre que en medio de la catástrofe intentará redimirse con su pequeña hija, un gordito encantador (Ma Dong-seok) y su esposa embarazada (Jung Yu-mi), dos adolescentes en incipiente romance, el típico villano -básicamente un cobarde- de una corporación (Kim Eui-sang) y varios más.
El director se las ingenia para darle carnadura a cada uno de ellos en medio de las corridas, las luchas cuerpo a cuerpo y los batazos, mientras construye notables escenas de acción (casi todas dentro del tren, pero también en una estación o en las vías) que son verdaderas coreografías cinematográficas.
Si bien queda lejos de la alegoría política de la distópica Snowpiercer, también de Bong Joon-ho y otro film ambientado casi íntegramente en un tren, la película expone las diferencias de clase y las contradicciones generacionales sin apelar al subrayado. Se trata, en definitiva, de un entretenimiento para el disfrute de los amantes del cine de género y una lección de puesta en escena donde ni el vértigo ni los efectos visuales conspiran contra la comprensión y eficacia de la narración. El cine coreano, por suerte, sigue gozando de excelente salud.