¿Por qué odias mis trenes, Señor?
Es ley (cinematográfica): el atractivo de toda catástrofe aumenta si sucede en un tren. Desde sus comienzos, el cine se lleva bien con los trenes. La historia de su relación va desde los albores con los Lumiere, Asalto y robo de un tren y El Maquinista de la General, hasta joyas recientes como Imparable y Snowpiercer. Sin dudas, el tren es el medio de transporte más cercanamente ligado a la pantalla grande. Sabemos que el cine es el arte del movimiento (no les dicen motion pictures por nada) y la aventura en el tren, a su vez espacio y transporte, es el movimiento en movimiento. Otra sería la historia del cine sin las persecuciones por techos, los túneles que se acercan, los saltos entre vagones y los personajes agarrados de las barandas a punto de hacerse tortilla contra el suelo.
Aunque en su momento películas como The Host (Gwoemul, 2006), de Bong Joon-ho, y El Tiempo (Shi Gan, 2006), de Kim Ki-duk, estrenaban comercialmente en el país, hoy son muy raras excepciones las surcoreanas que llegan a los cines, excepto gracias al anual Han Cine – Festival de Cine Coreano en Buenos Aires. Train to Busan, que acá logra un nuevo récord en la historia del titulado perezoso y se estrena como Invasión Zombie, pone a los muertos vivos sobre rieles y confirma que la industria de Corea del Sur sigue siendo la que mejor entiende y sabe adaptar los géneros americanos.
Con paciencia y trazos precisos, Train to Busan presenta sus personajes mientras va agarrando envión hasta la explosión del conflicto. El padre ausente, el empresario egoísta, los jóvenes enamorados, el marido protector (interpretado por el gran Ma Dong-seok, uno de esos secundarios que nunca fallan y que toda industria necesita tener) y la embarazada son arquetipos que, como tales, funcionan comprendiendo, por actor y director a la vez, que se trata de individuos independientes y singulares. Este respeto clave por sus personajes es quizás algo obvio que el cine que intenta emular los géneros suele olvidar. Yeon Sang-Ho, director hasta ahora de films animados (uno de ellos, una precuela a este film, titulada Seoul Station) comprende que todo se cae si los personajes no importan, y les da el espacio necesario a todos, desde el protagonista hasta ese conductor con el profesionalismo del héroe clásico, para existir más allá de las configuraciones del rol que les ha tocado. Y comprende a la perfección los códigos genéricos, el juego con los espacios y momentos, con las puertas automáticas, el vagón que queda en el medio lleno de zombies y la estación con los soldados esperando, haciendo del viaje a Busan otra aventura a pleno movimiento llena de sustos y acción en cada parada.