Sálvese quien pueda
Las reglas que inventaran el subgénero de zombies para el cine de terror mainstream impone la representación alegórica sobre el contexto social. Desde la inaugural Night of the living dead (1968), George Romero advirtió que el zamarreo y control del personaje negro de Ben (Duane Jones) ejercido sobre la blonda Bárbara (Judith O’Dea) abría para los films de zombies la posibilidad de referirse oblicuamente a temas urticantes del american way of life evadiendo, en tal sentido, una puesta excluyentemente gore con escenas antropofágicas protagonizadas por famélicos muertos vueltos a la vida.
Ahora bien, Invasión zombie (2016) no es un mero ejercicio de importación de códigos hollywoodenses reubicados en una locación oriental (y, por otro lado, factible de leer como devolución de favores a las remakes norteamericanas hechas sobre originales del cine de terror asiático, sintomática de la mentada crisis de ideas en la industria). El film surcoreano aprehende la lección del maestro Romero y, consiguientemente, escenifica los temores de esa comunidad estratificada, populosa y tecnificada en la turba rudimentaria y arbitraria que personifica la otredad riesgosa de la amenaza zombie. De ahí que el cuestionamiento legible en el film a la lógica capitalista (posible continuidad argumental de Dawn of the dead, de 1978, donde Romero plantea la supervivencia de la embestida zombie en términos de lucha entre clases), ordene una puesta en escena donde son abismados los presupuestos que regulan dicho sistema productivo. En este punto, el axioma medular de lucro incesante que dinamiza la economía capitalista contemporánea –encarnada por el personaje protagónico de Kim Chang-han, quien trabaja como ejecutivo de una financiera– encuentra su envés terrorífico en la propagación inmediata de la aberración zombie, cuyo contagio instantáneo alegoriza el incremento de esa alteridad ignominiosa de desplazados que paulatinamente quedan afuera del mercado.
De tal modo, si Dawn of the dead elige como escenario de supervivencia al shopping, en tanto lugar simbólico del consumo encabalgado con el ejercicio de ciudadanía (donde el periplo de supervivencia exhibe una trayectoria ascendente traccionada por el acceso a los pisos más altos del edificio comercial, metaforizando claramente la pirámide social), Invasión zombie reescribe la alegoría mediante la carrera precipitada entre los vagones dirigida a arribar a la máquina locomotora (lugar de control), suponiendo dejar atrás a los monstruosos y peligrosamente infecciosos zombies. Ejercicio de relegamiento legible como paráfrasis de la segregación social acometida contra los desclasados del mercado, el film imagina el progresivo encierro profiláctico de los seres indeseables (los zombies), cuya garantía de seguridad nunca es total debido a la continua amenaza latente de infiltración de esos otros abominables dentro de la comunidad de supervivientes.
El raid de supervivencia dependiente de la agilidad de abordar a tiempo los vagones sin presencia de zombies sirve para que el film plantee, entonces, el debate moral comprendido por la elección entre la salvaguarda egoísta de sí mismo o la lucha altruista por la supervivencia colectiva. Controversia que Invasión zombie explicita erróneamente de forma rimbombante con la interpelación de buena conciencia incoherente para la perspectiva del personaje infantil de Soo-An (una suerte de Mafalda de carne y hueso asiática), quien hace un cuestionamiento altisonante a la ambición de su padre. De tal modo, si el conflicto filial resuelve en la lección bienpensante de la lucha mancomunada para la supervivencia colectiva –y, en tal sentido, cohesiva con una moral pública de ciudadanía, y aquí no resulta casual que Soo-An luzca en su vestimenta los colores de la bandera de Corea del Sur–, la película desiste de un desenlace creativo como, por caso, exploró Confessions (2010, Tetsuya Nakashima) con su idea políticamente incorrecta de venganza contra niños que inspira el amor maternal. Desatino argumental que, en la resolución sacrificial convencional, desanda la tensión narrativa construida a lo largo del film por las condiciones cada vez más acuciantes de supervivencia y la caída continua de pasajeros del tren a la ingesta caníbal, multiplicando, consiguientemente, la población zombie que acecha a esa minoría protegida: toda una metáfora del capitalismo.
Por último, fuera de la evaluación del film de Sang-ho Yeon, no deja de ser alarmante la tendencia ascendente de las distribuidoras a comercializar más copias dobladas que subtituladas (en este caso, puntualmente, la [des]proporción es de 184 contra 149 en idioma original). Más allá de la discusión chauvinista que acarrea la cuestión de la lengua, resulta paradójico que películas dirigidas a adultos recurran a la herramienta del doblaje prevista para el consumo del público infantil analfabeto. Paradoja que, incluso, refuerza el argumento de Invasión zombie, donde la pérdida de la propia voz es patología sintomática de conversión monstruosa en zombie.