Invasión zombie

Crítica de Guillermo Colantonio - CineramaPlus+

“You better run all day
And run all night
And keep your dirty feelings
Deep inside” (Run Like Hell, Pink Floyd)

Para todos aquellos que creen que el cine ha muerto. Para todos aquellos que sufren el cambio del analógico por el digital. Para todos aquellos que menosprecian los géneros (o al menos ciertos géneros). Para todos aquellos que no pierden la esperanza por encontrar algo más allá de interminables sagas ridículas y diez mil filmes de superhéroes reciclados al infinito, péguense una vuelta por otros lugares más allá de la esponja hollywoodense. Entre ellos, Corea del Sur. Y entonces experimentarán la gracia de enfrentarse a un huracán de placer (primero eso), a una película de terror que se conecta con la fibra emocional ya presente en los orígenes de este maravilloso arte y que es bien contemporánea porque tiene mucho para decir pero no lo anda gritando a los cuatro vientos. Todo esto y más es Invasión zombie (tendremos que aceptar el atentado terrorista y comercial de la traducción).

Yeon Sang-ho, como varios realizadores asiáticos, entiende a la perfección lo que implica ver hoy una película en una sala y por este motivo ofrece un juego donde el dispositivo técnico está al servicio de un estado de pura adrenalina. Si la mayoría de los productos que llegan como ladrillos de EE.UU hacen del digital una esfera de consumo cuyo horizonte es anular cualquier atisbo de humanidad, lo que ofrece este filme es justamente lo contrario: en un entorno apocalíptico, agobiante e hipertecnológico, en el que un virus desata una epidemia de zombies, lo último que nos queda es confiar en la solidaridad y en los gestos humanos. Al vértigo provocado por las excelentes secuencias de acción donde los personajes corren dentro de un tren y fuera también, tratando de sobrevivir ante el embate de los mutantes, Yeon Sang-ho le contrarresta primeros planos inolvidables de rostros que destilan bondad, tristeza, impotencia pero también vestigios de fortaleza ante la adversidad. Y mientras el cine de mero consumo afirma que el mundo ya no forma parte de la realidad y postula una sospechosa virtualidad que asedia al espectador desde una materialidad pueril, Invasión zombie se muestra como una operación poética que pone en marcha la más honesta forma de ilusionismo que el cine ya propuso en sus orígenes.

El punto de partida es una familia disgregada, rota en pedazos como la vida misma, dispersa en medio de artefactos tecnológicos que marcan la suspensión de afectos y la ausencia. Un padre workalcoholic que no atiende la demanda de su pequeña hija, una madre en otro lado y la posibilidad de un viaje para visitarla. La familia es el mundo en términos de capitalismo salvaje, un depósito de mezquindades y de cultos al individuo. Y entonces empieza el horrendo espectáculo como consecuencia de la negligencia de las corporaciones y los zombies se multiplican en ese tren que intentará llegar a destino, y el planeta tiene que correr peligro de extinción para que se activen los rasgos humanos así como se potencien las mezquindades en las situaciones límites. El desarrollo de la trama arma un recorrido de los personajes con un sentido coreográfico donde la idea de pareja resalta en todo momento, no como una entidad estable sino dentro de una dinámica de intercambio que se va transformando hasta las últimas consecuencias. Y en ese tablero de roles sucede que algunos involucrados verán su naturaleza alterada por las circunstancias. El padre, cuando logre ponerse del otro lado, comprenderá y actuará según ese nuevo punto de vista totalmente distinto al de su vida anterior y en medio del apocalipsis, ya las clases sociales y el status son aparentemente un recuerdo porque en el tren de la supervivencia ser un empresario garca y un indigente es lo mismo. Y el que no acepte esta premisa quedará en el camino.

Invasión zombie (como El padrino) es una película sobre el capitalismo. Es decir, recurre a la lógica genérica para hablar sobre el mundo. Su linaje es el de un John Carpenter, el de un Cronenberg, tipos relegados en la industria que pueden ser redescubiertos por el público gracias a este filme. La velocidad ya no es solo una cuestión asociada a la circulación del dinero sino una condición necesaria para vivir. Y ese reducto claustrofóbico que es el tren, es también la imagen de miles de sucesos horrendos que forman parte de nuestro mundo ante la mirada indiferente absorbida por el espectáculo en todas sus variantes (llámense refugiados, víctimas de bombardeos, desclasados, etc.)

Sin embargo, restringir la película solo a una mirada ideológica puede ser un inconveniente en la medida en que el éxito y la popularidad legítima que conlleva se debe en primera instancia a cómo se conecta con los deseos humanos y de qué modo recupera la catarsis como experiencia estética en el sentido de proponernos un espejo terrible de nuestra cotidianeidad. La mirada atónita de quienes asistieron a la primera proyección de los Lumiere y se levantaron del susto al ver en pantalla la llegada del tren a la estación hoy se convierte en un estado de suspensión y de perplejidad: nos mantenemos en la butaca porque nos sabemos dentro del tren.

Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant