El gran éxito del cine coreano recaudó más de 100 millones en todo el mundo y llega por fin, con un título tan poco inspirado como inmerecido, a los cines argentinos. Tren a Busan, tal su nombre original, es una inspirada película de género. De zombies. Unos de contagio inmediato y rabia instantánea y mortal. Los protagonistas, un padre workaholic y una hija a la que presta tan poca atención que le regala, por su cumpleaños, la misma wii que en el cumple anterior. Sí, una crítica a una sociedad o, más bien, a un tipo de producto de ésta, el sujeto hiper productivo y que termina definido por su propio éxito. El comentario social acompaña toda la película, a través de su trepidante aventura: padre e hija en un tren que se zombifica.
El ritmo de expansión de la epidemia es el de su narrativa, que sin embargo también consigue detenerse en una serie de personajes, otros pasajeros desesperados. La división entre ellos no será ya una de clases sino de maneras de entender lo humano: están los del sálvese quien pueda y están los que te dan la mano para correr juntos. ¿A qué tipo humano pertenece el padre yuppie de la protagonista, el apuesto Yoo Gong? Son algunas de las cuestiones -éticas, morales, humanas- que el director y guionista Sang-ho Yeon se las arregla para articular, con una fluidez increíble, entre la piel arrancada de los muertos vivientes mientras las puertas de los vagones siempre en marcha se van cerrando y queda cada vez menos espacio no contaminado en que sobrevivir. El uso que hace la película de ese espacio en movimiento (con las aplastantes metáforas que pueda contener) hacia ese Busan que nunca llega, es simplemente brillante.
Con muchas referencias al cine clásico, de género o no, la película tiene además, y de manera explícita, un núcleo en el que late la relación padre-hija y una mirada, la de esa nena sufriente, de una tristeza absolutamente demoledora. Por lejos, el estreno de la semana.