La cuarta película de Yeon tiene todo: emociones nobles, secuencias inolvidables, un ritmo magnífico y relevancia política. Es cine de género y popular. No hay muchas películas así.
Las buenas películas de género nunca se atienen a las meras convenciones que las definen. Esto puede verse en títulos como Sobreviven, Criatura de la noche, Un tiro en la noche, películas que no renuncian a entretener pero que jamás desdeñan decir algo del mundo y de quienes lo habitan. Invasión zombie es un pasatiempo formidable, una exposición virtuosa del conocimiento del lenguaje cinematográfico y a la vez es un sagaz retrato de una conducta que define un reconocible modo de estar en el mundo.
El preámbulo es tan preciso como ejemplar. Cuando una película introduce así el núcleo conflictivo de su trama es casi imposible que lo que viene después no sea todavía mejor. Esa escena culmina con un ligero paneo que muestra a un animal accidentado. El tiempo de la escena es justo, su resolución también. Los buenos cineastas nunca desestiman ese primer encuentro, ahí está la firma de su arte.
Inmediatamente, viene la presentación de los personajes principales: un padre y su hija pequeña. El primero, separado de su mujer y con la custodia de su hija, está demasiado ocupado con su vida de negocios, cuyo principal saber pasa por aprovechar la especulación financiera. Alguien, más tarde, lo describirá como un desalmado explotador y, un poco después, toda la desgracia que se pone en juego en el film estará ligada a los destinos financieros de la institución en la que trabaja. Son pequeños signos al paso, pero fundamentales.
Es el cumpleaños de su hija; tras ser cuestionado por la abuela, el padre accederá a llevarla a Busan para ver a su madre Para eso tomarán un tren, pero el viaje se transformará en una pesadilla, pues no solamente el tren se llenará de zombies, sino el país entero. ¿Cómo sobrevivirán? ¿Llegarán a destino?
Al ser el principal escenario un par de vagones, Yeon Sangho dosifica el suspenso trabajando el espacio como una categoría dramática; el ingenioso desplazamiento de los pocos sobrevivientes, acechados por los zombies, de vagón en vagón, es admirable. Esto determina la naturaleza cinética del film en un triple movimiento: la velocidad del tren por un lado, la de los zombies por el otro y por último la destreza de la inteligencia que se pone en juego en la resolución de cada obstáculo que deben enfrentar el padre, la hija y algunos otros pasajeros. Esto implica un laborioso registro en espacios reducidos en total cadencia con la fluidez del relato. Más notable aún es la introducción de los personajes secundarios: cada uno tiene su momento de gloria (y a veces de vergüenza). Todos aportan una cualidad humana a destacar. Son breves gestos, detalles mínimos, pero decisivos, como una canción que se escucha en dos ocasiones.
Un zombie es un hombre desprovisto de su humanidad. Yeon propone tres o cuatro escenas en las que, literalmente, se ve el paulatino desvanecerse de eso que trasciende el acto del mero sobrevivir y define y distingue a un hombre. Pero la contienda de fondo es entre la voracidad y la solidaridad, y no solo los zombies son voraces. Eso también se dice, sin subrayados, en la magistral Invasión zombie.