Lo que dejó en Panamá la invasión estadounidense.
El trailer de este film hace suponer un docudrama. De hecho, a poco de iniciado ya vemos gente preparándose para representar algunas escenas evocativas de la invasión norteamericana a Panamá, la noche del 20 de diciembre de 1989. Parece el making de una representación colectiva. Y el propio director dice a cámara que no veremos imágenes de archivo, porque no piensa hacer un film sobre la invasión, sino sobre la memoria de la invasión. Qué recuerdos conserva hoy la gente. Más adelante agrega: "si su verdad es decir una mentira, yo lo acepto así.
Por suerte, lo que apareció en el prólogo, y lo que sigue a esa declaración, no es ningún docudrama, sino una variada e impresionante sucesión de testimonios, que van hilvanando cronológicamente los hechos, desde aquella noche hasta el 3 de enero de 1990, cuando Manuel Antonio Noriega se entregó a las fuerzas ocupantes. Hablan así, con miradas contrapuestas, el hombre cuya mujer estaba a punto de dar a luz (y las contracciones iban al ritmo de las bombas), dos mujeres que vieron el hogar y la familia perdidos por los bombardeos a la población civil (blancos erróneos donde se suponía que había cuarteles), un médico de hospital (ya en la primera noche contaron unos 800 muertos), el fotógrafo llevado en helicóptero por los ocupantes ("ellos mismos estaban sorprendidos de lo chambones que fueron, porque erraron por kilómetros"), dos rateritos que pudieron saquear una joyería sólo después de que los de la pesada vaciaron lo más valioso (son dos flacos medio raperos dignos de una película exclusiva para ellos), gente que agradece la democracia que sobrevino aunque el precio fuera alto, y otra que insiste en que "el pueblo estaba en el poder", o se muestra decepcionada por la rendición de su líder, el periodista radial que recuerda un mal consejo de Fidel Castro al dictador Noriega (preparar guerrillas civiles por las dudas), un militar que combatió bravamente y una militante del Batallón Dignidad que tarde comprendió lo inútil de tanta bravata, el cantante que ocultó al dictador durante cuatro días, los empleados de la Nunciatura donde estuvo asilado, la alemana que nos lleva en visita guiada por la tapera que antes fue palacio presidencial, etcétera.
Y ahí sí, en dos minutos, aparecen las representaciones. Tocante, la silenciosa escena de dos hombres cargando bolsas de cadáveres en una camioneta. Las pérdidas humanas se calculan por miles. Todo, para capturar a un solo hombre, socio de los Estados Unidos hasta que los mejicaneó demasiado, "Sadam Hussein tropical", como lo llama un investigador. Años después, en Irak, la historia iba a repetirse. Vale la pena ver esta película. Autor, Abner Benaim, el de "Empleadas y patrones". Productora, la argentina Gema Juárez Allen. Montaje, otro argentino, Andrés Tambornino. Entre los testimoniantes, Rubén Blades y Roberto "Mano de Piedra" Durán.