Juegos del destino
El apartheid está cobrando especial relevancia en el cine en los últimos tiempos de diversas maneras, poniendo al conflicto en boca de todos de manera directa a través de bodrios como Goodbye Bafana (2007) de Bille August o con la reciente alegoría de Sector 9 (2009) de Neill Blomkamp. La cuestión ha sido finalmente tomada por uno de los directores más interesantes del cine norteamericano contemporáneo, Clint Eastwood, desde una perspectiva que desde que se conoció el proyecto levantaba interrogantes. ¿Qué tan interesante podía resultar el relato encarado desde el mundial de rugby de 1995?, ¿alcanzaría para dibujar a ese mito viviente que es Nelson Mandela en toda su dimensión? En fin, la respuesta cinematográfica apareció y se la podría considerar un film menor del director, con elementos interesantes y algunas cuestiones denotadas de manera poco sutil y carentes del verosímil necesario para contextualizar el hecho deportivo. Ahora bien, a la hora de narrar visualmente las secuencias, Eastwood continúa alcanzando cimas estéticas amparadas en un modelo clásico donde no hay fisuras sino una fluidez que se manifiesta como la continuidad de un estilo, de “autor” podríamos decir, aunque preferiría abstenerme de emplear esa terminología.
Como sabemos (o no, pero quienes están mas o menos informado del mundo deportivo lo saben), Sudáfrica ganó la final de aquel mundial ante los All Blacks, logrando una algarabía que posteriormente logró unir al pueblo sudafricano a través de un acontecimiento deportivo. Si bien esto aparece exaltado en el film de manera un tanto tosca (con panorámicas cada vez más remarcadas a través de un exultante estadio o a través de la música) la cuestión es que constituye un hecho como transición hacia una mayor tolerancia racial. La cuestión es como está construido este hecho y es aquí donde me encuentro más contrariado por la película: la dinámica familiar del personaje de Francois Piennar (Matt Damon), el líder de los Springboks, cambia rotundamente sin matices, desde férreos opositores políticos y raciales hasta un grupo de gente tolerante que incluye a la sirvienta negra de la casa para ver la final ante los All Blacks en el estadio. Y no hay demasiado trabajo sobre estos personajes, lo cual habla de una liviandad preocupante, particularmente en el caso del personaje del padre de Piennar (Patrick Lyster). Lo demás se remite a la construcción de la imagen: policías blancos levantando a un niño negro -¿no es demasiado?- cuando los Springboks ganan el partido, gente agolpada levantando la bandera de Sudafrica (aunque, hay que decirlo, hasta el final Eastwood también muestra acertadamente la bandera del apartheid) en bares, mezclándose racialmente en un gesto de unidad que resulta demasiado artificioso. Digamos que no hay trazos de sutileza posible, pero por suerte algunas secuencias, como la de los guardaespaldas tras la victoria, no es tan grosera y salvan al film de ser panfletario.
En paralelo se construye la figura central del relato, casi podríamos decir el móvil en la sombra de toda la trama que es Nelson Mandela. Párrafo aparte para la construcción actoral de Morgan Freeman, interprete que logra matizar con su acento y sus gestos a ese político fundamental de la historia del siglo XX. Actor experimentado si los hay, que acaso subrayar esta cuestión no es más que una obviedad, y que parece nacido para el papel por la naturaleza con la que logra adaptarse a una figura mítica con la cual es fácil caer en la sobreactuación. Lo de Damon es quizá más sutil, por lo pronto menos lúcido, pero adecuado para un papel fundamental que, de todas maneras, permanece en un segundo plano complementario al resto del equipo de los Springboks.
En definitiva es una película interesante para hablar de la transición del apartheid durante el largo proceso que vulneró a Sudáfrica, pero insólitamente es más efectiva en su faceta deportiva. El registro del rugby y la tensión climática construida hacia el final en el partido contra los All Blacks y el cuidado y fundamental plano de Mandela ingresando al campo de juego con el uniforme de los Springboks, levantan el nivel de la película, a pesar de la superficial referencia hacia la tolerancia racial y la falta de un guión más sólido desde la trama que permita elaborar mejor las aristas más dramáticas y complejas que el proceso político supone.