Clint a la sombra de Eastwood
Cada vez que Clint Eastwood ofrece un nuevo trabajo parece necesario repetir que es el último clásico, que es un autor –aún cuando el término esté un poco fuera de época – y que no, no es reaccionario, por el contrario, con los años su obra no ha hecho más que poner en evidencia un humanismo a prueba de modas y correcciones políticas.
Ahora bien, la historia en común que tienen Nelson Mandela, el primer presidente negro de Sudáfrica – que accedió al poder después de estar preso durante 26 años por su lucha contra el apartheid – y el capitán de la selección nacional de rugby, François Pienaar, es una relación interesante para Eastwood, un material que le permite reflexionar sobre el poder, la violencia, los héroes opacos y por supuesto, la cuestión del paso del tiempo y la construcción de una leyenda: la de Mandela y la propia. Pero son demasiados los ítems y el desarrollo del relato, clásico y sin sobresaltos, no consigue profundizar en ninguno.
Y es que la astucia de Mandela para que los Springboks sean el equipo de todos los sudafricanos y no solo de la minoría blanca, de cara al mundial de este deporte que se va jugar en el país 1995, encierra una decisión política de fondo que es el perdón.
Ese es el principal “tema” de la película (por si no alcanzaran todos los otros), en el contexto de un nuevo país que tiene que reconstruirse en todos los órdenes, principalmente en la cuestión moral de una nación que permitió, promovió y hasta legisló el racismo. Un tema grande, enorme, importante y a la medida de un Eastwood demasiado conciente de su propio legado.
Entonces está el rugby como actividad unificadora del ser nacional (sudafricano) y el borrón de las atrocidades boers sobre la población negra desde siempre. Es decir, el perdón para que no se desintegre la nación, según la visión de Mandela.
De esta manera la operación del director se limita a construir correctamente la relación entre el estadista (Morgan Freeman) y Pienaar (Matt Damon), el muchachito con padre racista que poco a poco toma conciencia – el padre también – del momento histórico que le toca protagonizar, los flashbacks de la estoica resistencia de Mandela en la cárcel y el partido final del mundial contra Nueva Zelanda (shaka incluido), filmado magistralmente, que gana Sudáfrica y es el arranque del rugby como pasión nacional.
Una película correcta, demasiado importante, calculada. Eastwood sigue siendo un gran director pero Invictus está bien lejos de los grandes títulos del director norteamericano ¿hay que recordarlos?: Gran Torino (2008), La conquista del honor (2006), Jinetes del espacio (2000), Crimen verdadero (1999), Poder absoluto (1997), Medianoche en el jardín del bien y del mal (1997), Los puentes de Madison (1995), Los imperdonables (1992).