Invictus

Crítica de Santiago García - Leer Cine

LA UNIÓN HACE LA FUERZA

Resulta gratificante poder decir, como espectadores, que nos hemos acostumbrado a la presencia de Clint Eastwood como director, año tras año, siempre con un nuevo título estimulante, complejo, lúcido y, por supuesto, clásico como pocos. Invictus es un film basado en hechos reales, y si bien ésta no es la primera vez que el realizador toma la realidad como base de inspiración, en esta ocasión se trata de la historia reciente: la Copa mundial de Rugby celebrada en Sudáfrica en 1995, y de uno de los personajes más importantes del mundo contemporáneo: Nelson Mandela.

Hacer cine político es siempre una trampa, pues el discurso que se busca expresar termina muchas veces por reducir todos los elementos del film en pos de destacar las motivaciones ideológicas que originaron el proyecto. No hace falta, de cualquier modo, pensar demasiado para saber que si Clint Eastwood busca en una película llegar al espectador a través de su discurso político, nunca lo hará en detrimento de su oficio de cineasta, ni del arte, ni del mero entretenimiento. Aunque Eastwood jamás ha sido un cineasta político en el sentido tradicional, sino más bien, un observador lúcido de la sociedad; y no sólo de la de su país de origen, sino de la sociedad en general. Sus maestros, Don Siegel y Sergio Leone, le mostraron el camino de la narración y el lenguaje del cine. Sus referentes más notables, como John Ford o Howard Hawks, tampoco dejaron nunca de lado el lenguaje cinematográfico ni su mirada del mundo. El Mandela que aparece aquí representado y la historia que se cuenta podrán estar más cerca o más lejos del personaje real y de los hechos, pero Eastwood sabe que esto, aunque parezca un poco fuerte, es secundario. Las licencias poéticas que el director se puede haber tomado poseen un sentido, y ese sentido está en el film. Mandela se parece aquí al Lincoln de El joven Lincoln, de John Ford, en el sentido de que se explora su simpatía y su sentido del humor, y se lo eleva con sutileza, pero con seguridad, como una figura histórica detrás de la cual vendrán la unión y la fuerza. No es raro que Eastwood haya elegido a este estadista y a la historia del Mundial de rugby de Sudáfrica de 1995. Por un lado, porque es una clásica historia de un equipo perdedor que, a puro corazón y sacrificio, debe elevarse como campeón. Por el otro, por ser una metáfora acerca de aquello que hace que una sociedad crezca. Verdadera obra en contra de las antinomias, Invictus propone un discurso muy poco popular en muchos países y épocas. De haberse realizado este film en Argentina, para utilizar un ejemplo concreto, habría sido, probablemente, acusado de las más horribles calumnias. Es que la película propone el perdón como motor para ir hacia delante, dejar atrás el pasado y avanzar todos juntos, amigos y enemigos, en pos de un ideal común que eleve a la nación. Claro que también el film puede ser interpretado como una lectura sobre el momento que Estados Unidos atraviesa en la actualidad, su crisis, su nuevo presidente, su mirada al futuro. El rugby funciona como funcionaba el mito en las antiguas sociedades y como funcionó el western en la cultura norteamericana. Por eso Eastwood se siente tan a gusto con esta historia y por eso, a prácticamente cuarenta años de su inicio como director de cine, nos entrega esta obra de profundo humanismo y emoción. Detrás de este amable cuento, hay también una sutil nube oscura, ya que nada es tan sencillo como parece. Si aquellos pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla, también hay que decir que aquellos pueblos que sostienen la antinomia y el resentimiento están condenados para siempre al estancamiento y, de alguna manera también, a repetir una y otra vez su historia.