Invisible

Crítica de Horacio Bernades - A Sala Llena

obre Ely. Qué sola está. En el cole el profesor diserta sobre el meridiano de Greenwich o algo así. En la veterinaria donde trabaja todo es mecánico, desde llenar el frasco de comida para animales hasta asistir a la operación de una perra. En casa mamá no sale de la cama, y cuando sale, llora. Y Ely a su vez ni cama tiene, ya que el departamento de dos ambientes no lo permite, debe dormir en el sillón del living. Pero Ely está infinitamente más sola todavía, porque en alguna relación con el hijo de su jefe algo falló y ella quedó embarazada. Y eso la pone en el centro de una especie de cajas chinas de la soledad, donde una capa encierra a otra. Y Ely no sabe qué hacer. No se lo cuenta a nadie, ni a su mejor amiga. Ni al padre del chico, hasta que sale el tema. Pero para el padre ella es una relación circunstancial, él tiene su familia. Ely no habla, está totalmente hermética, la situación es demasiado para ella y no sabe cómo resolverla. Va de un lugar a otro con la cabeza semiagachada, como si además de dolor tuviera que sentir vergüenza por “lo que hizo”. Se sienta en cualquier parte, recogida sobre sí misma, y piensa. Es poco más que una nena y tiene un problema que le queda grande. Muy grande. Nadie se acerca a ella para acompañarla, para escucharla, para aconsejarla. Para ayudarla a sobrellevar uno de esos momentos de los que, se sabe, nadie sale ileso. Mucho menos una piba de 17.

Algo acompaña sin embargo a Ely. Pero a distancia, sin intervenir, de modo que ella no se entera. Es la cámara de Diego Poleri, cuya misión es justamente esa: seguir a la protagonista sin sacarle prácticamente ni un segundo la lente de encima. Pero no en primer plano sino en planos medios o americanos, de modo que en todo momento se aprecie su relación con el entorno. Que no es hostil ni amenazante, ni sórdido ni siniestro. Es solo indiferente, ausente. Tan ausente como parece estar la propia Ely, reconcentrada en su abatimiento. Desde ya que Invisible, opus 2 de Pablo Giorgelli tras la exitosísima Las Acacias, es una película que depende enteramente de su protagonista, que está en cuadro el 99% del metraje. Y desde ya que la actuación de la debutante Mora Arenillas es extraordinaria. En primer lugar, porque no parece estar actuando sino viviendo, lo cual es esencial para el éxito de un film realista como este. En segundo lugar, porque su inmersión en el personaje parece absoluta, hasta el punto de la identificación total. Pocas veces hubo en cine un adolescente tan adolescente como la Ely de Mora Arenillas. Un adolescente tan angustiado, tan empequeñecido, tan rabioso como en la escena en la que se harta de su madre (Mara Bestelli, transfigurada), pega unos gritos desafinados y se va.

Las Acacias también era una película sobre la soledad (soledad de dos), pero al final no se la bancaba y recurría al típico final consolador, en el que los solitarios parecen a punto de dejar de serlo en cuanto la película termine. Era, en otras palabras, una de esas películas de las que se dice que “te hacen volver a creer en la vida”, o en el amor o cualquier otro cliché barato como esos. Con gran honestidad, y cuando la conveniencia aconsejaba seguir por ese camino (ya que Las Acacias triunfó acá y en todas partes:ganó premios en un montón de festivales, de Cannes para abajo), en Invisible Giorgelli pone el freno y seca todo lo que allá era humedad (las acacias necesitan mucha agua para crecer). Desde ya que la temática del embarazo adolescente y la ilegalidad del aborto (Ely se la pasa pensando cómo hacerlo) no podría ser más oportuna en momentos en que todo tópico vinculado con la situación de la mujer tiene asegurada una importante dosis de interés mediático y personal. Oportunidad dentro de la oportunidad, justo dos días antes del estreno se aprueba en primera instancia, en la Argentina, un proyecto de ley para despenalizar el aborto. Por supuesto que se trata de una beneficiosa conspiración de las circunstancias que nadie podía prever, incluidos los productores, el director y el guionista. Y encima se estrena justo el 8 de marzo de 2018, cuando la celebración internacional del Día de la Mujer encuentra a las mujeres argentinas movilizadas como nunca y en pie de lucha, reclamando entre otras cosas el aborto libre y legalizado.

A pesar de todas esas turbinas a favor, la muy contenida Invisible no apunta al golpe bajo dramático, consensual o ideológico, dejando que el drama corra literalmente por dentro de su protagonista excluyente, manteniéndose tal como el título de la película indica. Esto quiere decir que por muy favorables que sean las circunstancias, Invisible jamás será una película “para todo el mundo”, como sí lo era esa. Es una prueba de rigor que sea así.