UNA ADOLESCENTE BAJO INFLUENCIA
En la nueva película de Pablo Giorgelli (Las acacias), una adolescente que vive con una madre depresiva y está involucrada en una relación con su jefe -un tipo casado-, queda embarazada. Invisible es el registro de ese proceso, tortuoso y angustiante, en el que un embarazo no deseado es el detonante de una serie de insatisfacciones e incomodidades, etarias pero también sociales. Lo que hace Giorgelli con notable precisión es seguir a su protagonista obsesivamente, con una cámara que se pone a su nivel y registra ese período de tiempo en el que Ely -la protagonista- no sabrá qué decisión tomar, porque básicamente su cuerpo (como el de toda mujer en Argentina) no le pertenece, y las instituciones deciden por ella, por acción u omisión. Lo saludable en Invisible (título más que pertinente) es que se mete con temas de enorme complejidad, pero eludiendo las declamaciones.
La gran apuesta de Invisible es la de sustraer las emociones, los sentimentalismos y los efectismos. Como en el cine de los hermanos Dardenne, el registro es cercano, palpable, doloroso y real. No hay manipulación alguna por parte de las imágenes: la vemos a Ely inmersa en unos silencios que dicen mucho y transitando sus días, que son los habituales para una chica de su edad: yendo de la casa al colegio, en una rutina que alcanza característica de absurda si pensamos lo pesado que arrastra el personaje. Sin embargo, para el director el contexto en el que se mueve la protagonista es un espacio ideal para arrojar -de fondo- una mirada a una patria que busca sentido a través de los símbolos, pero que se olvida de los individuos. Y, se sabe, los individuos son al fin de cuentas quienes deberían poder construir ese sentido desde su libertad.
Como pasaba en Las acacias, el inconveniente de la película, lo que no la deja crecer e ir más allá, es el esquematismo narrativo al que la somete su exceso formalista. Ese, que también condiciona las emociones. Por eso resulta clave la presencia de Mora Arenillas, joven actriz que rompe la dureza de las formas con imprevisibilidad y aporta desde lo físico la tensión que por momentos le falta a la película. De hecho, la manera en que maneja su cuerpo y los silencios es clave en la gran escena de Invisible, un largo plano secuencia en el que Ely parece que va a tomar una decisión. Es ahí, en el componente humano que se distancia de la pericia técnica donde el agobio se siente de este lado de la pantalla y la película late, vibra.