Ely tiene 17 años, está terminando la escuela secundaria. Es una chica retraída y convive con su madre, quien sin trabajo ha caído en una profunda depresión, en un monoblock de Catalina Sur, en La Boca. Ely tiene una sola amiga en el colegio, y no sonríe. No tiene motivos. Mantiene relaciones con hombres mayores que ella, uno de ellos, el hijo casado del dueño de la veterinaria en la que es asistente. Y descubre que está embarazada.
Pablo Giorgelli (ganador de la Cámara de Oro con Las acacias a la mejor opera prima en Cannes 2011, un premio nunca valorado en su real significancia) no suele subrayar lo que cuenta. Tampoco juzga ni cuestiona. Invisible sigue en su vida diaria a la protagonista, una solitaria tal vez más a su pesar que lo que ella desearía.
Mora Arenillas se suma a ese registro que cuida el realizador, de no expresar más que con mínimos movimientos lo que siente, lo que piensa, lo que padece y lo que no comprende su personaje. Invisible es sentir que se va por la vida sin que a nadie le preocupe su existencia.
Pero Invisible no es un filme sólo sobre el aborto. No es una película militante, denuncia a un Estado ausente, pero lo que prima es el drama intimista de esta adolescente. Y llega a los cines en medio del debate sobre la despenalización del aborto por casualidad (tuvo su première mundial en el marco del Festival de Venecia, en septiembre pasado, y la fecha de estreno estaba pautada casi desde entonces).
Va más allá del tema puntual de la interrupción de un embarazo, que obviamente es central, porque retrata a un personaje que sufre, entre otras cosas, no saber qué hacer con su cuerpo, y con lo que lleva dentro. No sabe qué hacer con su vida a sus 17 años.
Giorgelli tiene un estilo austero, pero no necesariamente seco. Ely es mujer de pocas palabras,pero que se expresa en su desconcierto. Giorgelli sabe mirarla y también reflejar el mundo que se construye en derredor del deseo de abortar (su paso por centros de salud, farmacias y una clínica escondida en la fachada de una casa tienen, en cada secuencia, su valor dramático). Una vez más, muestra, no sermonea ni paternaliza.
La decisión de Ely podrá -¿deberá?- ser cuestionada o no por cada espectador. Con cierto aliento del cine rumano que tanto subyuga en los festivales internacionales, Invisible es una película bien nuestra. Necesaria, valiente y honesta. No hay muchas así.