De tal padre
Suerte de comedia costumbrista y road movie urbana, Invitación de boda (Wajib, 2017) transcurre a lo largo de un día en la vida de un padre y su hijo, los árabes Abu Shadi y Shadi (interpretados por la dupla padre-hijo Mohammad Bakri y Saleh Bakri), que manejan por Nazaret repartiendo invitaciones para la boda de la hija de Abu, Amal (Maria Zreik).
Escrita y dirigida por Annemarie Jacir – la primera mujer palestina en dirigir cine, empezando con La sal de este mar (Milh Hadha al-Bar, 2008) – la película, que ganó el 32 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, utiliza esta sencilla premisa para poner en movimiento una serie de operaciones conflictivas y contrastar las perspectivas tradicionales y progresistas de padre e hijo. Este último acaba de regresar de Italia (o América, los palestinos no distinguen) para la boda de su hermana, y en lo que a él concierne ni bien termina se vuelve al mundo civilizado. El padre en cambio desbarata la firmeza de su hijo con indirectas y sugerencias, como si estuviera a tiempo de esculpir la vida de un hombre adulto que ya tiene vida, pareja y una carrera profesional en el extranjero.
Toda boda en el cine es una excusa para poner en crisis alguna cuestión. La boda de Amal es la excusa perfecta para oponer sutilmente dos ideologías diferentes, pero el conflicto jamás se transforma en melodrama: aún en su testarudez, los personajes son demasiado sensibles para ello. La película ni se interesa por cubrir la boda en sí. Pero su planificación se convierte en una puja entre hacer las cosas por tradición o hacerlas por conveniencia, dicotomía que a la larga termina hablando sobre la propia Palestina.
Es el tipo de conflicto propicio para el drama, porque los personajes tienen tanta motivación para sacarse chispas (personalidades fuertes con ideologías opuestas) como para mantenerse en equipo toda la película, embarcados en la inútil aventura de entregar cientos de invitaciones de boda en persona. Pero incluso sus perspectivas contrastantes, las cuales comienzan rígidamente definidas por lo viejo y lo nuevo, van desdibujándose (el hijo, a pesar de su modernidad, tiene menos tolerancia hacia los israelíes que su padre; cuando el padre ofrece una solución práctica para un problema técnico, el hijo critica su falta de estética).
Más allá de que son padre e hijo en la vida real, se destaca la labor de los actores Bakri en encarnar dos generaciones de una familia que, a pesar de dar una vívida impresión de tiempo y distancia entre sí, está unida subyacente e incondicionalmente. Sus interpretaciones están llenas de pequeños gestos que indican discretas decisiones: callar, dejar pasar, desaprobar en silencio, hacer una nota mental. Amal y su prima Fadia (Rana Alamuddin), en sus breves apariciones, sugieren otros mundos aparte, pero la película no trata sobre ellas.
Invitación de boda roza el lugar común de vez en cuando, y a veces peligra por desembocar en lo obvio. Pero la directora encuentra el lugar preciso para terminar la película, y en su abrupta conclusión reconocemos que la intención jamás fue resumir la temática central ni ofrecer respuestas a sus inquietudes, sólo ponerlas en la mesa de la forma más elegante y genuina posible.