Mucho se habla, pero muy poco se conoce del cine palestino en nuestro país. Elia Suleiman vive en Nueva York, e Intervención divina ya es una reliquia, espléndida, por cierto, pero el tiempo ha pasado y hay otros realizadores palestinos que filman en su suelo.
Annemarie Jacir es una, y con Invitación de boda obtuvo el premio al mejor filme en la última edición del Festival de Mar del Plata, además de que su coprotagonista, Mohammad Bakri, resultó elegido el mejor actor.
Invitación de boda es una suerte de road movie, por Nazaret. Ante la inminencia del casamiento de su hermana Amal, Shadi (Saleh Bakri, de La visita de la banda), que vive en Italia y se gana la vida como arquitecto, decide regresar a su ciudad natal. Lo hace también para ayudar a su padre, el maestro Abu Shadi (Mohammad Bakri, padre de Saleh también en la vida real). Y juntos se suben a un algo destartalado Volvo -el mismo auto en el que el padre enseñó a manejar a su hijo- a repartir entre familiares y amigos las invitaciones del título.
¿Y la madre? Ella abandonó a su esposo, a sus hijos y a la patria, yéndose con otro hombre. Hoy viven en los Estados Unidos, y no se sabe si asistirá o no al casamiento, ya que su nuevo marido está gravemente enfermo.
Invitación de boda se centra en esa relación padre-hijo, en los diálogos que mantienen a bordo del auto y con terceros. Hay bromas, pero también hay reproches. Y hay un choque o disputa generacional también, entre quien se quedó y sufre en su relación con los israelíes, y el que marchó al extranjero.
El que vive como puede y el que vive como quiere.
Al estar tan concentrada en estos dos protagonistas, es necesario que sus actuaciones alcancen un nivel superlativo. Y vaya que lo son. Invitación de boda tiene su trasfondo político y social, pero también puede verse como el nexo íntimo entre dos seres a los que la distancia, precisamente, los ha distanciado. Y está en la riqueza de esos diálogos, y en la bella escena del final, el sentido más cabal del relato.