Del tormento a la demencia.
A pesar de que a nivel general se suele decir que uno de los problemas más angustiantes del cine de horror de nuestros días es la recurrencia a los mismos estereotipos de siempre, los cuales nos reenvían una y otra vez a un conglomerado estanco de films canónicos, vale aclarar que en realidad ni la crítica ni el público señalan con la suficiente vehemencia la auténtica contrariedad del género, el peso muerto que casi ningún director del mainstream o el under norteamericanos puede transformar en aquel oro de antaño. Desde ya que nos referimos a los protagonistas del convite en cuestión, esos que debemos soportar a lo largo del metraje y en los que depositamos nuestra fogosidad, prejuicios e inquietudes personales.
Lamentablemente si sopesamos el historial de las últimas décadas en lo que respecta a los “héroes del gore”, descubriremos que la mediocridad parece haber ganado la batalla de la taquilla. En la mayoría de las ocasiones en el escalafón narrativo contamos con un grupito de adolescentes bobalicones o con un personaje principal que dista mucho de ser una figura fértil o movilizadora destinada a generar una mínima curiosidad, circunstancia en la que juega un papel fundamental tanto la falta de sorpresas como los rasgos más nocivos de la cultura estadounidense y sus múltiples adaptaciones transnacionales. De este modo, la arrogancia y las sonseras presuntuosas conspiran contra la empatía del espectador eventual.
Sin lugar a dudas la pueril Invocando al Demonio (The Possession of Michael King, 2014) ejemplifica de maravillas este déficit, el cual es puesto al descubierto de manera muy poco perspicaz por el título original de la película. Aquí tenemos a otro documentalista de cotillón que pretende registrar su metamorfosis de ateo imperturbable a triste receptáculo de las fuerzas menos celestiales del más allá. Hoy la excusa para que Michael King (Shane Johnson) se someta a una diversidad de rituales paganos, vudú y/ o satánicos pasa por su condición de viudo, ya que su amada esposa falleció trágicamente luego del consejo de una psíquica, un infortunio que se convirtió en el catalizador de su furia contra los nigromantes.
Por supuesto que sus “rezos invertidos” son escuchados y un ente diabólico llegará para hacerle compañía de ahora en más. La ópera prima de David Jung se centra en un poseído tan soberbio como anodino que para colmo se ve arrastrado por todos los clichés del found footage y una arquitectura dramática por demás básica. Si bien la puesta en escena de Jung es relativamente prolija, la realización adolece de una verdadera vitalidad y se guía por un automatismo por momentos irritante, en el que los remates de cada secuencia no ofrecen ninguna novedad. Así las cosas, una vez más una obra que va del tormento a la demencia demuestra su ineptitud a la hora de releer a la eterna El Resplandor (The Shining, 1980)…