Dueño de la paz mundial
Iron Man está de regreso, aunque ahora es más importante Tony Stark que su armadura de hierro. El director Jon Favreau (que vuelve a reservarse el papel secundario de Happy Hogan) reincide en esta segunda parte del filme inspirado en el cómic de Marvel y apuesta a la fórmula de la primera: un Robert Downey Junior encarnando a un personaje que tiene el ego de un superhéroe y los manierismos de un millonario (a la inversa de Batman), con cuotas similares de acción y humor, villanos varios, complots y dinámica de clip de rock.
Pero hay nuevos ingredientes: el mundo ya sabe que Iron Man y Stark son la misma persona (ya no hay identidad que proteger); el superhéroe flirtea sin pudor con su chica, su asesora Pepper Potts (Gwyneth Paltrow); y enuncia en voz alta el rol de justiciero/millonario que se auto adjudica, fuera de toda ley.
Esta vez, el gobierno de Estados Unidos quiere que “comparta” su información sobre armamento para la seguridad nacional, pero Stark prefiere encargarse él solo de la tranquilidad del planeta, al grito de “Yo privaticé la paz mundial”, una línea que poco se usa pero mucho dice del perfil del superhéroe de Hollywood.
Entre los personajes nuevos, Mickey Rourke encarna al villano (ruso, obvio) Ivan Vanko, que se convierte en equivalente tecnológico de Iron Man, en un papel que evoca al de El luchador y que empieza prometedor pero que va perdiendo potencia a medida que avanza la historia. Más interesante es el otro villano yuppie que logra Sam Rockwell, que quiere vender la inteligencia armamentista al gobierno; y poco efecto tiene la femme fatal de doble identidad que encarna Scarlett Johansson. En medio de todos ellos, Stark descubre que el mecanismo que lo fortalece también puede matarlo; y la omnipotencia del superhéroe se doblega ante su vulnerabilidad mundana.
El lema paz y amor se convierte en paz y rockandroll, en escenas de acción montadas como coreografías de videogame al ritmo de AC/DC, The Clash o Queen, que, combinadas con el humor que le imprime Downey Junior a su personaje (el superhéroe con resaca, sentado dentro de un enorme cartel de donuts) hacen la parte fuerte del filme.
Sin embargo, hay tiempos muertos que dilatan demasiado el ritmo de la acción y falta la potencial intensidad de un Mickey Rourke que podría hacer temblar las rodillas de cualquiera. Igual, la puerta queda abierta para una tercera parte, con Los Vengadores.