Lo primero que debe ser dicho de Iron Man II es que ésta sería simplemente otra película de acción si no fuera porque siempre Robert Downey Jr. amerita que vayamos a una sala. Su presencia en cualquier film le sube unos puntos al promedio.
Ya conocemos un poco la historia del magnate Tony Starck que tiene injertado una suerte de corazón atómico en el pecho, que es lo que a la vez le permite vivir y ser el Hombre de Hierro.
Más allá de que Iron Man ha garantizado la paz mundial, es amado por todas las naciones, y el Planeta vive su época de mayor estabilidad a nivel conflictos internacionales, en esta oportunidad tenemos al Gobierno de Estados Unidos acusando a Tony de ser poseedor de un arma de destrucción masiva: el traje de Iron Man. Básicamente, las leyes estadounidenses prohiben que un civil mantenga en su poder maquinaria de semejante peso armamentístico (para más información, ver excusas en el caso “Saddam“…).
En su defensa, Starck prueba no sólo que ha hecho un uso correcto y acorde con las leyes estadounidenses, sino que además el resto de los países están muy pero muy lejos de ser capaces de crear esta tecnología de punta. Lo absuelven y queda libre.
Sin embargo, hete aquí el problema: nos enteramos de que Tony no es el único poseedor de esta gloria de las armas.
Resulta que el padre de Tony, el creador de Starck Industries y Amo y Señor de la industria armamentística, tenía un socio ruso que murió en el olvido y pobre. Su hijo tiene todos los datos tecnológicos y va a vengar la memoria de su padre. Éste villano no es otro que Mickey Rourke.
Y para hacerla completa, tenemos un tercer “malo”, nada menos que el genial actor Sam Rockwell, que interpreta a otro magnate de la industria de las armas, un competidor que siempre es humillado por Tony Starck.
Cuando él descubre que hay alguien que puede hacerle frente a nivel tecnológico pero con carencias económicos, o sea Mickey Rourke, decide financiarlo.
Así, tenemos robots, tiros y cosa golda. A esto le sumamos Scarlett Johansson, Gwyneth Paltrow y una pizca de Samuel L. Jackson y da como resultado una pochoclera pero de las buenas.