Iron Man 3 es un filme de sensaciones encontradas. Es espectacular y divertido, pero carece del filo de la primera película. Tiene un villano mucho más siniestro que Iron Man 2, pero también tiene su cuota de agujeros de lógica. Pero quizás el punto más discutible es que destroza y canibaliza la mitología de los villanos de la tira, obteniendo una historia bastante diferente - que es bastante buena en sus propios términos -, pero que sin dudas habrá despertado la ira de los fans del comic. En todo caso la pregunta del millón es si valía la pena cometer semejante sacrilegio para obtener este espectáculo, o si se hubieran obtenido los mismos (o mejores) resultados respetando a rajatabla la idiosincracia de algunos de los villanos principales de la historieta.
Desde ya, tener a Robert Downey Jr en el centro de la escena siempre es divertido. Acá el guión parece más pulido respecto del resto de los personajes secundarios, los cuales tienen su momento de lucimiento - en especial la Pepper Potts de Gwyneth Paltrow, la que tiene el lujo de contar con un puñado de escenas gloriosas -, con lo cual esto comienza a funcionar como un ensamble de gente con muy buena quimica interna al estilo de Star Trek o, incluso, The Avengers. Pero, mientras que los caracteres son graciosos - a final de cuentas Shane "Arma Mortal" Black es un especialista en películas sobre compañeros -, la historia plantea algunos problemas serios de lógica. El primero es cómo manejar un universo en donde un poderoso terrorista mantiene en vilo a todos los Estados Unidos y los Vengadores / SHIELD brillan por su ausencia. En un momento Tony Stark anda semidesnudo por la nieve, sin un peso, sin armadura y apenas atina a una llamada telefónica. Pero en vez de llamar a Nick Fury (o alguno de sus amigotes), termina mandándole un mensaje de amor a su amigovia Pepper Potts. Seguramente debe haber recibido algún golpe en la cabeza en alguno de los combates, razón por lo cual padece una amnesia súbita - que le haya hecho olvidar el número de 0800 - SHIELD -... y excesivamente conveniente para el script.
El otro punto es el plan del villano, el cual sólo desea crear caos para aprovechar la voleada y hacerse con el gobierno de la nación. El problema no es el objetivo final sino la instrumentación, que resulta rara. Si el villano ya tiene bajo su mando a un ejército de tipos mutantes - capaces de generar un calor infernal, regenerar sus miembros amputados y explotar como pequeñas bombas atómicas - todo el resto (poner a un impostor en cadena nacional, apoderarse de la armadura que maneja Don Cheadle, generar atentados por todos lados con soldados de operaciones "negras" reclutados como sicarios, etc) suena extremadamente rebuscado. Incluso la presencia de Rebecca Hall como una ex amante de Downey Jr. devenida en científica de dudosas intenciones deja más interrogantes que certezas. Es cierto que el personaje sirve de excusa para una caterva de pirotecnia verbal que disparan con gracia Hall, Downey Jr. y hasta Paltrow, pero todo esto pareciera ser una serie de complicaciones innecesarias generadas por el libreto para que estos personajes interesantes interactúen. O como la caída de Downey Jr. en Tennessee, en donde se ve obligado a establecer una improbable alianza con un chico de 10 años. Mientras que estos tipos se sacan chispas en jugosos diálogos, por otra parte la lógica de toda la situación - Stark metiéndose en la casa del chico a prepo, la ausencia injustificada de sus padres, la misión del chico de conseguir dos toneladas de aparatos y herramientas para que Tony arme un pequeño arsenal y repare su armadura, etc, etc - está traídísima de los pelos.
(alerta spoilers) Pero sin dudas el elemento más repelente para los fans es la reimaginación de El Mandarín, el cual es considerado el villano principal del comic, y que aquí ha sido reducido al papel de un simple impostor. En la historieta era un genio tan brillante como Stark, un hábil artista marcial que poseía diez anillos de procedencia alienígena - los cuales había obtenido de una nave extraterrestre estrellada en China - y los que les daban una serie de superpoderes. Pero acá... oh, Dios... es un actor drogón que está en la mala, que ha sido reclutado por Aldrich Killian, y que ahora vive intoxicado de sexo, estupefacientes y lujos carísimos. Mientras que la perfomance de Ben Kingsley es muy graciosa - yo diría que se roba cada escena en la que aparece -, por otra parte la reimaginación del personaje no deja de ser un brutal sacrilegio - es como decir que Lex Luthor era un actor a sueldo, o que el Joker sólo era un loquito con delirios de grandeza, manejado desde las sombras por otro tipo más siniestro y con los pies sobre la tierra -. Seguramente éste es un detalle menor para el gran público, esos que sólo conocen el personaje a través de los filmes de Downey Jr. y que aceptan todo con tal de que el show sea divertido y medianamente inteligente; pero, para los fans a ultranza del comic, esto les debe haber parecido una herejía monumental, con lo cual deben estar organizándose como hordas armadas con antorchas para ir a incendiar la casa de Shane Black y su coguionista Drew Pearce. Mientras que la re-concepción del Mandarín es discutible, al menos el villano principal Aldrich Killian destila maldad y amenaza, y eso es de agradecer. Siempre dije que el gran problema con los filmes basados en personajes de la Marvel es que carecen de villanos de estatura - nunca un Joker o un Ra's Al Ghul, por ejemplo -, pero al menos Killian es cuasi tan potable como el Dr. Octopus de Alfred Molina de Spiderman 2, el que - por lejos - es el malvado de la editorial que mejor ha sido retratado en la gran pantalla. (fin spoilers)
Yo creo que Iron Man 3 es un gran show, y uno mejor que la segunda película, pero no llega a la estatura del filme original. El problema es que la primera entrega se sentía como un tecnothriller al estilo de los de Tom Clancy, sólo que con superhéroes como condimento. Acá las cosas amenazan tomar ese rumbo - el Mandarín está perfilado como una versión alternativa de Osama bin Laden -, pero nunca termina por explorar el tema, ni siquiera de manera superficial. En cambio prefiere irse por la tangente y mostrar una aventura con Robert Downey Jr. despojado casi todo el tiempo de su armadura. Sin dudas el show le pertenece al actor, pero la historia carece de las substancia que debiera, como si no se atreviera a meterse en algo tan serio como tener una agenda política. En todo caso su mayor pecado es restringirse a ser un producto pasatista, algo que logra con mucho éxito, aunque por ello resienta por momentos la lógica interna de su relato.