Arma Mortal 5
¿Es Iron Man 3 (2013) el final de una trilogía, u otra iteración de un fenómeno cultural más grande que la suma de sus partes? Algunos querrán compararla con Batman: El caballero de la noche asciende (The Dark Knight Rises, 2012), pero no es particularmente grandiosa o épica, sólo muy divertida.
“Empecemos por el principio,” narra la sardónica voz de Tony Stark. Sí, empecemos por el principio. Robert Downey Jr. encarnó por primera vez al Hombre de Hierro en Iron man - El hombre de hierro (Iron Man, 2008). En cinco años le ha interpretado cinco veces: como personaje principal de su propia serie, como miembro de un coral spin-off y como invitado sorpresa al final de otro. Su Tony Stark, alias “Soy Iron Man”, ha ido luchando con sus demonios personales de una película a la vez: contra la frivolidad de su vida de playboy en la primera, contra el legajo de su padre en la segunda, contra su falta de camaradería en la… ¿segunda bis? La cuestión es que Tony sufre de ataques de pánico desde su experiencia de muerte en The Avengers: Los vengadores (The Avengers, 2012), habiendo desarrollado una necesidad a sus trajes de hierro como un adicto a su droga. Y desde que su novia Pepper (Gwyneth Paltrow) se ha hecho cargo de Industrias Stark, Tony pasa sus días inventando nuevas y mejores armaduras en el sótano de su mansión de Malibu.
En este contexto surgen dos nuevos enemigos que sacudirán drásticamente la vida de Tony Stark: el industrial Killian (Guy Pearce), que como todo rival de negocios de Tony posee un severo caso de resentimiento y complejo de inferioridad, y el esotérico “Mandarín” (Ben Kingsley), un autoproclamado terrorista sospechosamente parecido a Bin Laden que envía amenazas por televisión nacional, tomando crédito por una serie de recientes bombardeos en EEUU.
“Esto no es política, es venganza a la antigua,” dice Tony, desafiando al Mandarín. ¿Lo es? La película no comparte su certeza. Refleja el pánico y la paranoia norteamericana del terrorismo y el mundo exterior en general, y las políticas de estado que llevan a hombres de lata a patrullar el dícese tercer mundo. Tópicos calientes como Medio Oriente, el petróleo, los bombardeos y la “Guerra Contra el Terror” son usados y descartados como quien explota una moda. Pero la trama hace suficientes giros y volteretas como para dirigirse tibiamente en varias direcciones sin tomar ninguna posición definitiva acerca de nada.
Una gran influencia estética en la película es Shane Black, que hereda la serie de las manos de Jon Favreau como director y co-guionista. Escritor de las películas de Arma Mortal (Lethal Weapon, 1987), Black convierte la supuestamente más oscura y definitiva película de Iron Man en la más cursi, infantil y pochoclera de la serie. Importa derecho de las películas de acción de los ‘80s: secuaces cómicos e incompetentes, líneas de diálogo a lo Bond, muelles con contrabando nocturno, peleas en bares pueblerinos, escenas en las que Tony y su amigo Rhodes (Don Cheadle) se escabullen como polis compinches, y hasta un niño que se convierte en aliado de Tony cuando éste le enseña a resistir a los matones de la escuela.
Tenemos pues los dos hemisferios del cerebro de la película debatiéndose esquizofrénicamente si quiere ser un mordaz comentario sobre la manipulativa “Guerra contra el terror”, o una comedia bastante sonsa pero divertida que reflota todos los tropos de acción de los ‘80s como le gustaría hacer a Los Indestructibles (The Expendables, 2010) si no estuviera demasiado ocupada con su casting. Funciona mejor cuando el hemisferio segundo predomina, terminando por ignorar los esquemas a medio cocer del primero.
Iron Man 3 guarda su genialidad para las escenas de acción. El guión se las ingenia para vulnerar a Tony y poner a prueba su creatividad cuando es despojado de su dinero y su tecnología y debe valerse del héroe interno que hay en él sin la parte “súper”. Las mejores secuencias de acción le muestran luchando desesperado, combinando fragmentos de sus armaduras y peleando de maneras que nunca hemos visto pelear a Iron Man. “Esto no es política,” podría haber dicho Tony, “Es una sintaxis de venganza estructurada con semántica política a efecto de entretener”