El hombre que ríe
Ironman 3, la nueva entrega del superhéroe del traje de metal, vuelve a mostrar un sentido del humor corrosivo y una actuación estupenda de su protagonista, Robert Downey Jr.
Se llama oficialmente el hombre de hierro, pero bien podría llamarse el hombre que ríe, no porque comparta muchos rasgos con el monstruoso personaje de la novela de Victor Hugo, sino porque es el único superhéroe que usa la ironía como una de sus armas más letales.
Como bien lo supo Stan Lee (la mente brillante de la factoría Marvel) antes de que lo supiera todo el planeta, Ironman sería sólo una cáscara de hierro si no llevara adentro el cuerpo de Tony Stark, un ingeniero millonario, fanfarrón y egocéntrico, que de vez en cuando se toma la molestia de salvar al mundo, esa fórmula exagerada que emplean los estadounidenses para referirse a su propio país.
Pero hay otra evidencia que imponen la tres entregas de la saga y es que Tony Stark tampoco sería nadie en el cine si no lo hubiera encarnado Robert Donwney JR. El actor le ha dado al personaje una nueva dimensión en cada película, y en esta última aparece aun más vulnerable y cómico, porque sufre ataques de pánico a causa del insomnio y porque el nuevo traje que ha diseñando no responde como él quisiera.
La novedad es que, esta vez, la ironía no se restringe a Tony Stark, también se expande a la trama misma y la va llenando por dentro con un sutil gas hilarante. En determinado momento, mediante un sorprendente giro del guión -digno de una novela rocambolesca-, la paranoia estadounidense de un ataque terrorista islámico o chino, representada y fomentada por cientos de películas de distintos géneros, es vuelta del revés y exhibida del lado de las costuras. Así se hacen visibles los hilos políticos, ideológicos y mediáticos con que está tejida esa alucinación colectiva. El enemigo real, el verdaderamente peligroso, está en otro lado.
Más allá de que se burle del sistema, sin dudas Ironman 3 está a años luz de ser una película de denuncia. Sólo pretende entretener y hacer reír durante los imperceptibles 130 minutos que pasan entre sus primeras y sus últimas escenas. La diferencia con otro productos similares es que prefiere usar fórmulas conocidas para la acción y reservarse la originalidad para el humor.
Gracias a esa sabia combinación de componentes, puede permitirse ser más sarcástica que el periodista demócrata Bill Maher (quien no por casualidad aparece fugazmente haciendo un comentario cómico) y más corrosiva que cualquier bienintencionado panfleto documental sobre el imperialismo capitalista.
No es necesario decir que aun quitándole esa dimensión irónica, Ironman 3 sigue funcionando correctamente como una película de acción, con las dosis de sentimentalismo, emoción y suspenso apropiadas para calificarla de gran espectáculo para todas las edades.