El último superhéroe
En un mix seguramente soñado por los fans del cine de acción de la era 85/95 (la del Hollywood Blockbuster y sus guionistas estrella, la de Simpson/Bruckheimer y los salarios ridículos, la de Joe Eszterhas y Sharon Stone), la tercera IRON MAN quedó a cargo de Shane Black, un guionista que hizo la gran Gibson (ARMA MORTAL), la gran Willis (EL ULTIMO BOY SCOUT) y que seguramente recuerda a Robert Downey como el actor de AIR AMERICA (ah, the good old times…). Black se llamó varios años a silencio -mejor no preguntar porqué, pero fueron los mismos años en los que Downey también anduvo perdido en la carretera- y volvió como director en 2005 con KISS KISS BANG BANG, título que hace babear a los fans de Pauline Kael y que tuvo, caramba, a Downey de protagonista. Una película de terapia de grupo: “Hola, somos Shane y Robert y hacíamos películas…”
Si vienen siguiendo la historia de la producción de IRON MAN 3 sabrán que en un momento hubo una subtrama que lidiaba con el alcoholismo de Tony Stark, pero que el estudio decidió dejar de lado para no proponer demasiados chistes fáciles a los conductores de talk shows nocturnos. Eso se fue, pero ahora a Tony le quedó un ataque de pánico que le viene con todo cada vez que alguien menciona EL LARGO BESO DEL ADIOS. Ok, tal vez no eso, pero se dan una idea. Es una película terapéutica en la que perdés hasta tu casa y en la que el principal villano es alguien a quien mandaste al carajo en los ’90, época en la que no te acordás muy bien lo que hacías…
Lo curioso del caso es que si se toman esos blockbusters de la época y se los pone mano a mano con algunos de los filmes de superhéroes de ahora (no todos, claro), el combo de one-liners y persecuciones de IM3 parece casi a escala humana, por comparación. Es por eso que, al menos durante su primera mitad, IRON MAN 3 es casi una película modesta, un intento de volver a indagar psicológicamente al personaje de Stark. El problema es que Downey es un actor impenetrable, con esos ojitos nerviosos llenos de “ansiedad” y con un tono entre canchero/robótico propio de un contestador automático programado para responder sólo con ironías maliciosas. Y no la hace fácil…
Si uno logra meterse en su piel y se acomoda a su ritmo de nuevo rico anabolizado cada vez más parecido a Ricky Fort (Nota para extranjeros: un absurdo millonario/TV star argento) entonces podrá tomarse esa primera mitad más o menos en serio, con Stark enfrentado a El Mandarín (Ben Kingsley), villano que cita casi con el manual abierto los Grandes Exitos de Osama Bin Laden y que amenaza con hacer explotar… todo. También está Aldrich Killian (Guy Pearce), un inventor que Stark ignoró en su momento y que ahora vuelve con un plan vengativo de proporciones inimaginadas. Y otros más -sí, a Miss Coldplay le pasan cosas y todo-, pero mejor dejarlo acá…
El humor subyacente en todas las IRON MAN previas explota aquí gracias al clásico estilo Black de graciosos comentarios ad-hoc y one-liners temerarios que dejan a Stark como hermano del alma del Martin Riggs de Mel Gibson, otro antihéroe de ojitos nerviosos y entusiastas. Si bien el humor por momentos peca de tópico (en 25 años habrá niños wikipediando qué cuernos era DOWNTON ABBEY), la mayoría de las veces funciona para ablandar ese viaje psicológico post-AVENGERS.
En la segunda parte del filme, donde uno teme por la inexperiencia de Shane manejando cosas grandotas que explotan y trajes de lata que se parten, el hombre -y su equipo técnico de centenares de miles- resuelven los enfrentamientos sucesivos de manera bastante espectacular, aunque no necesariamente comprensible si uno todavía sabe diferenciar la izquierda de la derecha y lo que está atrás con lo que está adelante.
Pero si hay errores, que no se note, y para eso el Black guionista hace su jugada mejor: saca de la galera todos los buenos chistes de EL ULTIMO HEROE DE ACCION, la parodia sobre el género que escribió allá por 1993, en la Era Paleozoica de Arnold Schwarzenegger, y cubre los baches con un humor descostillante, en la que traslada ese tono zumbón de revista MAD al combate de Stark con sus rivales. Lo que hace con El Mandarín es, en ese sentido, ejemplar. Con una sola escena -brillante, la mejor de la película- se carga a una decena de títulos del subgénero, poniéndolos a la altura de los SUPER AGENTES CONTRA EL CHINO DE ACENTO RARO. Y se carga a la película misma y a los espectadores que la estamos viendo, los que aplaudimos, risueños, que alguien se pueda cagar de risa de la seriedad con la que, últimamente, las películas de superhéroes se toman a sí mismas.