El hombre y la máquina
Empecemos por despejar la gran incógnita ¿esta nueva entrega de la franquicia es superadora de la segunda o es más de lo mismo? La respuesta debe dividirse en dos estancos no compatibles y no es caprichoso el número dos para sumergirnos en el universo propuesto en Iron man 3.
En primer lugar, estamos frente al capítulo más divertido y entretenido de la saga que sabe en este caso dosificar escenas de acción a todo trapo y donde el 3D post producido no pasa vergüenza, articulando el despliegue visual y el histrionismo del gran Robert Downey Jr, quien ha impregnado de vida propia a este prototipo de acero más allá de la autoparodia sobre su propia y caótica existencia como actor en consonancia con el personaje del excéntrico Tony Stark.
Por lo tanto decir que la tercera Iron man aporta desde la historia más de lo mismo no es tan descabellado pero eso no implica reiteración o desgaste porque en este particular momento que atraviesa la saga en el que Jon Favreau se baja de la dirección para que lo reemplace el guionista Shane Black (responsable de las dos primeras Arma mortal o El último Boy scout) por un lado se aprecia mayor prolijidad en cuanto a puesta en escena y por otro una sana madurez y frescura que quitan todo tipo de solemnidad a un drama mezclado con aventura y mucha adrenalina.
Decía anteriormente que el número dos cobra un significado importante en este relato desde el punto de vista conceptual porque si hay una idea interesante en la trama, ésa es la de escisión del hombre con la máquina, particularmente del héroe humano y torturado con el superhéroe de traje y armadura invencible.
Tony Stark no es Iron man y eso queda evidenciado en el conflicto interno del protagonista, quien no puede sobrellevar sin consecuencias el lastre de su último gran combate junto a Los vengadores. Trauma que detonó ataques de ansiedad y pánico, así como pesadillas que confrontan con los propios demonios internos.
No por nada, irónicamente, se introduce la historia a partir de una suerte de confesión donde el propio Tony desnuda sus defectos y se lamenta de sus actos por las consecuencias, tanto de su egoísmo como de su irresponsabilidad ante los peligros a los que se enfrenta.
De este modo, el juego de despojarse de sus emociones y de su armadura lo expone como humano más que como personaje; lo confronta con la imagen que transmite su justiciero vengativo (lo aclara desde el vamos aquí) y además lo enfrenta a la proyección de su villano de turno: un terrorista, El mandarín, con más de un parecido a Bin Laden, que Ben Kingsley se encarga de dotar de humor, personalidad y desparpajo, aunque el verdadero antagonista es un empresario científico que guarda cierto resentimiento pasado en la piel del correcto Guy Pearce, dispuesto a atacar las debilidades y las vulnerabilidades del héroe.
A fin de evitar anticipos que puedan adelantar sorpresas para una trama que no está bombardeada de giros o vueltas de tuerca forzadas, sólo cabe mencionar que el personaje de Pepper (Gwyneth Paltrow) gana espesura tanto en lo dramático como en lo físico; Don Cheadle se consagra como un gran acompañante y alivio cómico –aunque no le puede ganar la pulseada a Downey Jr- mientras que la incorporación de Rebeca Hall como decodificadora de ADN y de un niño cerebro que entabla una buena relación con el apático Tony y lo reconecta con su chico interior sin caer en sentimentalismos burdos suma elementos atractivos que se acomodan armoniosamente a los acontecimientos.
Tal vez el único reparo obedezca a la excesiva duración (cabe aclarar que hay que quedarse hasta el final de los créditos porque se incorpora una escena) en la que por momentos se nota un innecesario alargamiento de escenas que podría haberse evitado.
En conclusión Iron man 3 no defraudará a fanáticos y no tan fanáticos, sencillamente por haber logrado amalgamar la alquimia de una película blockbuster para todo tipo de público: buenas actuaciones, guión sólido y buen uso de efectos visuales.