El mecánico
Desde el comienzo, la saga de Iron Man fue probablemente la que mejor pensó y planteó no sólo los conflictos internos sino también el modo en que tanto el superhéroe como Tony Stark eran contemplados por la gente. Hay un par de factores decisivos que ayudan a esto: Stark no es precisamente un hombre común, sino un multimillonario con una inteligencia fuera de lo común; y su identidad como Iron Man no es un secreto, sino que está expuesta permanentemente. De ahí que se diferencie, por ejemplo, del Hombre araña (quien siempre hace la procesión por dentro), ya que todas sus vicisitudes las atraviesa frente a los demás, en una exposición deliberada y conscientemente buscada. Tony Stark/Iron Man no es un héroe para enmendar algún trauma del pasado (Batman), ni porque se lo exige su moral (Spiderman) o porque esté marcado por el destino (Superman), sino simplemente porque necesita satisfacer su gigantesco ego.
Eso no quiere decir que Stark/Iron Man no tenga un pasado que se vincula con su presente, ni moral que dicte sus actos, ni una posición económica-política-social que lo condicione y lo predestine frente a ciertos contextos. Y es de eso de lo que precisamente trata esta tercera entrega, que en cierta forma es una cuarta, porque también se debería contar a Los vengadores. Aquí todo lo que venía problematizándose sobre el heroísmo queda más explícito que nunca: su utilización política, la mediatización, la mirada del otro y la propia, lo íntimo convertido en público, lo real y lo falso, la creación y/o surgimiento de lo opuesto, de lo antagónico.
Dentro de este marco, la representación del villano resulta decisiva, repitiendo en cada una de las tres películas dos aspectos muy importantes: el pasado del protagonista o de su familia que retorna, actualizándose de la peor manera; y el factor empresarial, porque siempre detrás de cada amenaza hay una motivación monetaria y corporativa. Si en Iron Man teníamos a Raza, quien contaba con el apoyo de Obadiah Stane, y en Iron Man 2 a Ivan Vanko, quien era financiado por Justin Hammer, en Iron Man 3 tenemos al Mandarín (Ben Kingsley, impecable), quien posee el respaldo de Aldrich Killian (Guy Pearce, tan maligno que dan reales ganas de pegarle). Y este doble lado del mal es tan verdadero en su concepción inicial e íntima, como falso en su tratamiento de frente a la sociedad. El Mandarín funciona, con total autoconciencia de parte del film, como una especie de envase perfecto para todos los miedos de la sociedad: invisible y omnipresente a la vez, es sin embargo sólo la imagen superficial detrás de la que se esconden intereses mucho más concretos y oscuros (de ahí que la referencia a Osama Bin Laden no sea sólo un mero guiño sino toda una declaración de principios sobre las creencias y las manipulaciones).
Iron Man 3, que tiene a Shane Black reemplazando a Jon Favreau en la dirección, se concentra más que ningún otro film de la Marvel en el desarrollo de los personajes, sus pasados, sus presentes y sus ambiciones a futuro. Incluso es llamativo cómo determinados secundarios -Maya Hansen (Rebecca Hall), Eric Savin (James Badge Dale), Harley (Ty Simpkins)- poseen un peso específico dentro de la trama que es realmente muy atractivo. Y eso termina influyendo en las escenas de acción, que son muy puntuales, aunque filmadas con extrema precisión, apostando a una puesta en escena donde lo físico se fusiona con los efectos especiales (referencias a Terminator 2 incluidas) y con Stark muchas veces sin el traje de héroe (o utilizándolo a distancia), problematizando a través de lo corpóreo la fusión del individuo con el símbolo que encarna el superhéroe. Por algo Tony se autodefine (y es definido) como “un mecánico”. Es alguien que a medida que arregla todo lo que se cruza en el camino, se arregla a sí mismo. La única forma de seguir adelante que tiene es a través de la construcción y/o reparación de lo que está mal en el mundo. El hombre que es tan individualista como necesitado del universo.
Se ha estado presentando una discusión bastante fuerte en lo referido a la calidad de Iron Man 3, a si es efectivamente el mejor film de la saga. En lo personal, debo decir que cuando salí de la sala, no pensaba de ese modo. Pero Black, junto al coguionista Drew Pearce e incluso Robert Downey Jr. (agregándole un condimento dramático bastante potente al humor que siempre caracterizó al personaje) han llevado a cabo un film que crece a medida que se lo piensa. Y crece mucho. Sí, es la mejor de todas las películas de Iron Man.