Mariel (María Villar) quiere interpretar el papel de la heroína Isabella en una obra basada en Medida por medida, de William Shakespeare, pero para eso debe atravesar un riguroso proceso de casting que incluye no solo improvisar una escena sino también exponerse de una manera bastante íntima, en primerísima persona. Entre inseguridades, indecisiones, angustias, dilemas y problemas económicos, la protagonista no se termina de convencer del todo de que ese proyecto sea lo mejor para ella.
El personaje de Isabella ya ha sido encarnado en una versión anterior por Luciana (Agustina Muñoz), una actriz con bastante más confianza, experiencia y trayectoria que ella. No son precisamente rivales (Luciana maneja otros proyectos como rodar una película en Portugal y hasta la presiona para que se presente a la audición y consiga ese trabajo), pero esa vieja compañera que ahora reencuentra una y otra vez funciona como un espejo incómodo para Mariel. Como tercer vértice del triángulo está Miguel (Pablo Sigal), hermano de Mariel, amante de Luciana y administrador del proceso de casting de la obra.
Cuando parecía que Matías Piñeiro iba en camino de ampliar la base de sustentación de sus películas con historias y narrativas más clásicas y accesibles, Isabella resulta su film más radical, abstracto, introspectivo, críptico e inasible hasta la fecha. De hecho, elude cualquier tipo de relato tradicional para apostar por constantes saltos, por romper la cronología con un permanente pendular entre los pasados, el presente y los futuros de sus criaturas. A Mariel la veremos indistintamente delgada, embarazada de siete meses y medio y ya con niños en un juego temporal que el catálogo de la Berlinale comparó con las experimentaciones en la materia de íconos franceses como Alain Resnais y Jacques Rivette.
Entre el silencio sagrado de las salas de teatro y las ruidosas calles urbanas, entre la naturaleza virgen de las sierras cordobesas y el vértigo de Buenos Aires, Piñeiro propone, construye, diseña un sistema de espejos, de dobles, para abordar cuestiones como la vocación, el deseo, el éxito (y la frustración que muchas veces genera perseguirlo), las miserias del arte, así como las dificultades que atraviesan mujeres fuertes a la hora de sobrellevar los prejuicios y condicionamientos sociales.
Bella como el color púrpura que aquí preside la narración, misteriosa y fascinante como las piedras que ejercen una atracción magnética, contradictoria como las mujeres que la protagonizan, Isabella es una película compleja y exigente que nos sumerge en los terrenos menos explorados y por lo tanto más inquietantes del cine contemporáneo.