¡Poder perruno!
Estrenada recientemente en el último BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), ahora tiene su estreno comercial Isla de Perros (2018), la última película del ocurrente Wes Anderson. No es la primera vez que el director de El Gran Hotel Budapest (2014) y Los Excéntricos Tenenbaums (2001) incurre en la animación, recordemos que ya lo había hecho antes con Fantastic Mr. Fox (2009). En ambos casos los protagonistas son del reino animal y el vínculo entre animales y humanos es muy importante, representando a estos últimos como una amenaza para las criaturas peludas.
Isla de Perros comienza con un tríptico que imita en un inicio el arcaico arte oriental y luego antiguos grabados japoneses de artistas como Hiroshige y Hokusai, cuya estética es citada y está presente durante todo el relato. La sucesión de imágenes es acompañada por una emocionante música de percusión que remite a rituales: dicha mixtura abre el relato de forma excitante, con cierta apoteosis que nos reenvía a los inicios del cine.
La historia cuenta que en un futuro no muy lejano en Japón, el orden político de aquel entonces convenció a la gente de que había una epidemia en los perros que era incontrolable. Por esa razón deciden enviar a los canes a la “Isla de la Basura”, como si estos fuesen material de desecho. En esta isla desértica habitan una pandilla de perros rebeldes compuesta por Rex, King, Boss, Duke y Chief (su líder), todas las voces son interpretadas por reconocidos actores que dotan de gran carácter a sus personajes, como Bryan Cranston y Edward Norton, entre muchos otros.
Aunque este relato pueda parecer inocente, esconde una clara metáfora acerca de la opresión de las minorías por parte de los órdenes dictatoriales, y la segregación de los aparentemente más “débiles”, puesto que puede trazarse un claro paralelismo entre la “Isla de la Basura” y un campo de concentración o una villa marginal. Además, como en la mayoría de las tiranías, los medios de comunicación o mecanismos de propaganda política tienen un rol fundamental. Un dato pintoresco es que el sirviente del gobernante está caracterizado como las criaturas temibles del cine de terror clásico, así una vez más el director nos recuerda que es un cinéfilo conocedor.
Por otro lado, un niño rebelde, no azarosamente llamado Atari (al igual que la popular consola de video juego, la cual era de una empresa independiente y cuyo significado en japonés remite a “que una ficha o un grupo de fichas está en peligro de ser capturadas por un oponente”), quiere recuperar a su perro, que ha sido expulsado a dicha isla hace tiempo. Entonces, el joven emprenderá una odisea llena de aventuras acompañado de esta pandilla de simpáticos caninos.
Hay varios estilemas de Wes Anderson que vuelven a aparecer en esta última creación: no es la primera vez que divide estructuralmente el relato en varias partes con sus respectivos subtítulos. Además, aparece otro rasgo que es evidenciar el artificio del discurso, es decir, es metadiscursivo y va guiando al espectador con el fin de producir comicidad, pues aquí aparece la característica más fuerte de este director, su peculiar sentido del humor que es inocente pero efectivo al mismo tiempo. En Isla de Perros, al igual que en la mayoría de sus películas, hay un narrador extradiegético que le da un carácter “infantil” como si se tratase de un cuento. Además, al igual que en Moonrise Kingdom (2012), está la presencia de un intenso amor infantil entre Atari y una estudiante de intercambio, Tracy, quien no casualmente será la líder de la anarquía. Es interesante profundizar en este aspecto de que quien lleva a cabo la rebelión es un extranjero, como si trajera los ideales revolucionarios de otro sitio.
En este viaje de autoconocimiento para el pequeño Atari, hay una reflexión sobre quiénes somos y qué queremos ser, en este caso acompañados de “el mejor amigo del hombre”, el perro, cuya tradición en el film es contada a través de la historia del arte. En conclusión, Isla de Perros es un hermoso relato tanto a nivel formal como narrativo, que resulta entretenido pero inteligente a pesar de su poética naif y que sin dudas dejará satisfecho al espectador y sobre todo a los admiradores del trabajo del original Wes Anderson, y también a los amantes de las mascotas.