Wes Anderson y los perros que hablan
Por décadas, las películas de perros que hablan se convirtieron en todo un género dentro de la comedia familiar. El chiste consta en ponerle ropa y anteojos al mejor amigo del hombre y no mucho más. Pero por suerte llegó Wes Anderson para tomar el género y transformarlo en una divertida rareza, de esas a las que nos tiene acostumbrados.
Su segunda película de animación (la primera es El Fantástico Sr. Zorro) va a contramano de todo el cine de animación / familiar contemporáneo: filma en stop motion para un público adulto, no esquiva ningún tipo de crudeza en la representación, y tiñe de angustias existenciales a personajes inocentes que viven en un mundo hostil. Sólo que esta vez, ese mundo es una futurista Japón con atisbos imperiales.
La cuestión empieza con un prólogo que cuenta la expulsión de todos los perros de la ciudad japonesa de Megasaki City por una gripe canina. El malvado Kobayashi, líder furioso de la ciudad y amante de los gatos, se excusa en la enfermedad para enviar a la isla de la basura a los perros. Pero su sobrino Atari, único heredero del hombre, quiere recuperar a su perro Spot y viaja al lugar para emprender su búsqueda. Ahí hace amistad con la pandilla de perros Alfa (quienes llevan la narración de la historia) y ayudan al pequeño humano.
Wes Anderson logra adaptar la historia de animación y estilo del film, a su cine. No hay duda de que estamos frente a una película del director de Moonrise Kingdom (Un reino bajo la luna) (2012): siempre somos conscientes del artificio de la historia: se divide en capítulos, los falshbacks son anunciados con placas al comienzo y al final, y la puesta en escena está armada con todos los personajes mirando a cámara. Una marca distintiva de su cine.
Los perros son mugrientos y feos y al mismo tiempo, seres especiales que sufren, como todos en el universo del director. La ciudad de Japón presenta su iconografía como sucedía con la India en Viaje a Darjeeling (The Darjeeling Limited, 2007): un escenario exótico e incómodo para plantear temas universales de individuos cosmopolitas. Aparecen las costumbres de fidelidad del perro a su amo, las empresas de alimentos balanceados, y el amor tanto entre niño y mascota como entre perros.
Isla de Perros (Isle of Dogs, 2018) tal vez no consiga la gracia de otras películas de Wes Anderson, pero sigue la línea de un cine tan extraño como lleno de ternura y crueldad, como la visión de mundo que representa.