Pensé en estructurar esta crítica como una carta extensa agradeciendo al director Wes Anderson por Isla de Perros, “Estimado Wes”, o “Querido Wes Anderson” o simplemente, “Gracias groso”. El director de los mejores sacos de pana del mundo, filmó, hasta el día del hoy, la mejor película proyectada en el 2018. “La gente cree que la imaginación del escritor, siempre trabaja, que inventa constantemente una cantidad de incidentes y episodios, que simplemente sueña sus historias de la nada, pero la realidad es que sucede todo lo contrario. Cuando el público sabe que eres escritor, ellos te proporcionan personajes y hechos. Siempre que tengas la capacidad de escuchar y observar con atención, las historias continuaran buscándote el resto de tu vida”, dice el prólogo de El gran hotel Budapest, también del director y votada por mí como la mejor película del 2014 y este exordio, es el resumen exacto de toda la filmografía junta del director.
A ver: Acaso no rememoran cada tanto al inefable Max Fischer, quien lejos de sentirse un perdedor, lustraba su ego con poemas románticos hacia su profesora y lideraba todos los grupos del colegio, o recordamos con mariposas en la panza a Sam y Suzy, unos púberes dispuestos a desafiarlo todo por su amor en Moonrise Kigndom. Wes busca historias, observa y nos regala sus fantasías y nosotros lo buscamos a él. “Aún hay vagos destellos de civilización, en este matadero salvaje que alguna vez fue la humanidad” este es el lema de M Gustave quien con su extrema cordialidad e idealismo, produce una empatía nostálgica con el espectador, todos terminamos amando a este ser entrañable, profundamente educado, que le enseña a Zero una lección que lo perseguirá toda su vida en Gran Hotel Budapest.
Isla de Perros persigue esa idea de educación y buenos modales que tanto nos gusta y nos estremece. Porque sin perder el sentido del humor, el director construye lugares imaginarios, distópicos en donde lo que gana es la galantería, los “buenos” son gentiles, nobles y los “malos” aunque persiguen las características del clasicismo narrativo, al final tienen un sesgo de culpabilidad, y tratan de redimirse. En Isla de Perros todo funciona bien, el último largometraje de Anderson, está realizado en stop-motion, lo que hace Anderson es una artesanía tremenda. Esta vez su escenario colorido se traslada a Japón, y el director usa todo el misticismo del mundo oriental para contar una historia sencilla: El Mayor Kobayshi dictador de Japón, fiel amigo de los gatos y enemigos de los perros, manda a exilio a todos ser perruno a una isla confiscada en el olvido.
“Un mundo sin perros”, sería el lema. En ese mundo, lejano, se encuentra la “jauría”. La historia cambia cuando Atari, un niño de doce años, aterriza en esta isla para buscar a su perro Spots (Liev Schreiber) quien era su única familia. El sentimentalismo recorre Isla de Perros y construye una fábula hipnótica. El taiko japonés le suma suspenso a una película de aventuras y otra vez, Anderson construye un relato perfectamente diagramado.
Uno siente los compases de los bombos y va transitando los estados de ánimos de los protagonistas, porque en ese camino de búsqueda de Spots, Atari se topará con un grupo de perros que se convertirán en sus aliados. Mientras tanto en la periferia una pequeña revolución, comandado por una alumna de intercambio Tracy Walker – y quien otra que Greta Gerwig para interpretar a esta joven idealista- liderara la guerra contra Kobayshi.
Los perros demostraran que son seres educados y que pueden vivir civilizadamente. Anderson, otra vez lo logra. Con una secuencia de créditos finales poética, Isla de Perros sin duda es una de las películas del año.