“¡Las películas tienen la culpa!, el amor no es esa cosa sensiblera y pegajosa que acaba con un beso estúpido y violines de fondo.” Se escucha decir a uno de los personajes de Ismael en uno de sus tantos diálogos; y deberíamos tomarlo como una confesión de parte, o una (tardía) advertencia.
Estamos frente a la octava película del argentino, radicado hace unos años en España, Mercelo Piñeyro; director que fue construyendo una sólida carrera desde principios de los ’90, apoyado en buenas guionistas; y capaz de crear productos de impecable factura técnica, algún vuelo artístico, y siempre buena llegada al público; casi un pionero del esquema de nuestro cine industrial actual.
Ese contacto e identificación con el espectador siempre se logró a través de historias cercanas, conocidas, y sobre todo, que fueran del entendimiento y conocimiento popular; aspecto que en Ismael vuelve a estar presente, pretendidamente, casi como nunca antes. Se vende como simples historias de vidas, ni más ni menos que eso.
Ismael (Larsson do Amaral) es un nene de ocho años que viaja sólo de Madrid a Barcelona para conocer a su padre biológico, Felix (Mario Casas) a urtadillas de su madre Akila y su padrastro Luis (Ella KWebu y Juan Diego Botto, respectivamente).
Al llegar a la dirección que tiene, Ismael conocerá a Nora (Belén Rueda), su abuela y madre de Felix que lo llevará a conocerlo pese a que hace mucho no visita a su hijo. Falta un solo personaje, Jordi (Sergi Lopez), dueño de un hotel costero y amigo de Felix; es entre estos personajes (y alguna participación de los alumnos de Luis que enseña arte en un colegio marginal) que se desarrolla toda la historia.
Verónica Fernandez (guionista mayoritariamente de TV), Marcelo Figueras (colaborardor recurrente de Piñeyro), y el propio director crearon un guión que parte de una premisa prometedora, pero a su vez no lograron desplazarse mucho más allá de ella. Ismael es un film parsimonioso, en el que no sucede demasiado, y lo que se cuenta pasa en un momento, demasiado rápido tal vez, a ser una anécdota.
Los seis personajes están delineados en brocha gorda, sin demasiados matices, y aunque en príncipe se los muestre como arquetípicos de clichés, más temprano o tarde caerán todos en el almíbar general que impregna el asunto. Es más, algunos de los que parecían conflictos paralelos, se desvanecen con el correr sin resolución.
Ismael, como no podía ser de otra manera, tiene ocho años pero actúa y habla con frases adultas y de una inteligencia superior a la de los mayores. Nora es una mujer estructurada, de trajecito y peinado de peluquería, aparentemente impenetrable… claro, salvo por el pequeño y por Jordi, músico bohemio cuya única función en el film es liberar a la mujer. Felix es un joven arrepentido, todo corazón, que lucha por ideales y quiere redimir sus errores del pasado, incluyendo a Akila, la típica mujer que se debate entre el matrimonio estable y el amor del pasado; y Luis, con pocas escenas, es el hombre que se ve en un baile que no quiso jugar. Todo se desarrolla en base a estos simples lineamientos, remarcados en los diálogos en busca de una sensibilidad permanente que, de a ratos, choca con la poca ductilidad para transmitir emociones de alguno de los intépretes (en especial Casas y Rueda).
Piñeyro se encarga de otorgar la calidez necesaria, hace uso de una banda sonora oportuna, una fotografía no tan paisajista como sí precisa, y una edición que, salvando algunos bruscos cortes en negro, aporta a la suavidad del conjunto. Todo está a la orden de pasar un momento placentero.
Como en un film de Teresa Constantini (por nombrar un ejemplo), todo avanza a pulsión del amor, estableciendo la idea de que es este condimento sumado a otros como la compasión y la comprensión lo que salvará al mundo; no hay penas mayores.
Ismael es un film correcto, agradable a la vista y para un público masivo. Pero quienes busquen algo de sustento, giros, o peso dramático real, deberán buscarlo en otro lado, acá los conflictos se solucionan con una sonrisa y unas palabras de aliento.