La segunda parte de IT nos lleva de vuelta al pueblo de Derry 27 años después, cuando ese adorable grupito de pibes que se bautizaron como “los perdedores” son adultos -no tan- funcionales, que olvidaron su pueblo y sus miedos. Literalmente. No se acuerdan de nada.
Y eso es porque a medida que se alejan de Derry, una nebulosa de olvido va cubriendo la memoria de todo lo que ocurre en ese rincón tan siniestro del mundo. El único que se quedó atrás -Mike- recuerda todo lo que pasó en la primera parte, y será el encargado de volver a reunir al grupo.
Con esta premisa, el capítulo 2 de IT retoma la historia de sus siete protagonistas y establece un diálogo entre las dos líneas temporales, fiel a la novela original de Stephen King. Todo bajo la dirección del argentino Andy Muschietti, también responsable de la primera entrega, quien estuvo en Buenos Aires junto a su hermana -la productora Bárbara Muschietti- para presentar la película antes que en ningún otro lugar del mundo.
El mal que toma forma de payaso (o del miedo que mejor funcione en cada ocasión) despierta de su letargo con hambre de venganza, de volver a torturar a esos chicos que casi lo derrotan y de alimentarse de sus inseguridades, mientras que ellos intentan enfrentar -cada uno a su manera- el terror que los invade y paraliza.
Visualmente, la película aprovecha esta capacidad metamórfica de IT para convertirlo en las peores criaturas que se puedan imaginar, con ayuda del CGI y los bocetos de Muschietti inspirados en el texto original. A pesar del presupuesto muy superior a su anterior entrega (en virtud de su éxito en taquilla) mantiene una estética coherente con el primer capítulo y despierta esa sensación nostálgica de estar viendo la misma historia 27 años después.
Las transiciones entre personajes y líneas temporales son la marca registrada del director, al igual que los guiños que le hablan directamente al espectador, logrando una inmediata conexión emocional. La incorporación del humor también funciona como válvula de escape para aliviar la tensión generada por el terror, usando el recurso en los momentos justos. Todas las situaciones se suceden con gracia y -lo que bajo la mano de otro cineasta podría haber resultado repetitivo y hasta monótono- Muschietti sabe cómo balancearlo para lograr el efecto deseado.
El elenco desborda carisma y hace que la dinámica de grupo refleje perfectamente la de aquellos jóvenes Perdedores de la primera película. James McAvoy (Bill Denbrough) y Jessica Chastain (Beverly Marsh) son los nombres más conocidos, compañeros en la última película de la franquicia X-Men (Dark Phoenix) y amigos fuera de la pantalla. Pero es Bill Hader el que más destaca en su interpretación y su conexión con el resto de los protagonistas, como el bromista Richie Tozier. Además de James Ransone en el papel de Eddie, el hipocondríaco que -al igual que sus compañeros- repite patrones de su pasado. El elenco lo completan Jay Ryan, Isaiah Mustafa y Andy Bean.
Y por supuesto el talentoso Bill Skarsgard como Pennywise, ese payaso encantador y terrorífico, combinación difícil de lograr si las hay. A pesar de que en esta película aparece algo menos que en la anterior, las escenas que protagoniza son igual de aterradoras y en esta segunda entrega supo interpretar a un IT mucho más maduro, manipulador y agresivo.
Así como el payaso es la representación de todos los miedos, el grupo de adultos funciona como alegoría del trauma, ese mecanismo de defensa de la mente contra las más aterradoras experiencias. De la forma en que está retratado, da como resultado una película que se preocupa mucho más por el drama humano que por los sustos.