Con un título tan prometedor como decepcionante, Ant-Man and the Wasp: Quantumania es una aventura familiar de ciencia ficción básica y contenida, sin grandes pretensiones de construcción a futuro y ni siquiera de permanencia en la memoria colectiva de los fans, sino una película “cumplidora” con una historia simple y muchas conveniencias de guion. Eso no significa que no sea disfrutable, si nos sumergimos de lleno en la suspensión de la incredulidad y dejamos de lado toda expectativa de grandes revelaciones o incluso giros creativos en la trama. Algo sin dudas decepcionante a esta altura del partido para los fans del Universo Cinematográfico de Marvel, que promete en cada campaña de marketing un evento aún mayor que el anterior. En este caso, parece casi como si el gran monstruo tomara (y nos diera) un respiro, antes de volver a sumergirse de lleno en la historia de un nuevo gran villano, en sus propias palabras “a la altura de Thanos”. Quizás la Saga del Infinito dejó la vara demasiado alta y va a pasar mucho tiempo antes de volver a experimentar algo como “Avengers: Infinity War” (2018). En esta modesta aventura familiar de ciencia ficción, el clan de Ant-Man se ve arrastrado al interior del reino cuántico, que resulta muy distinto de lo que tenían en mente. No por falta de información, ya que Janet (Michelle Pfeiffer) pasó décadas encerrada en el mismo e incluso el protagonista Scott Lang (Paul Rudd) hizo un par de incursiones. Precisamente su último paso por el reino cuántico -que lo dejó cinco años exiliado y lo salvó de un futuro incierto- parece el disparador inicial de esta historia, al cuestionarse qué sigue después y cómo recuperar el tiempo perdido. Acompañado con su buena dosis de chistes -algunos caen mejor parados que otros- al mejor estilo de la saga de Peyton Reed. Estas escenas iniciales son las que mejor capitalizan el carisma de Paul Rudd, pero pronto son dejadas de lado para enfocarse en la aventura subatómica que tienen por delante los Pym/Lang. La dinámica de familia disfuncional es una de sus mayores virtudes, con Cassie Lang (Kathryn Newton) ocupando el rol de nieta de Henry “Hank” Pym (Michael Douglas) y Janet Pym, los padres de la pareja y socia de Ant-Man, Hope Pym (Evangeline Lilly), también conocida como “The Wasp”. La película se encarga de recopilar la información básica de las dos anteriores entregas de la saga con algunos recursos ingeniosos de guion, pero deja afuera cuestiones clave que quizás empastan un poco el relato. Esto sumado al repentino cambio en la actriz que hace de Cassie, quien en la última entrega de la saga (Avengers: Endgame, 2019) fue interpretada por Emma Fuhrmann y dejada de lado en una decisión de casting un poco sorprendente, sin explicación alguna. Sin embargo, son desprolijidades que van más allá de la historia y no afectan para nada en el desarrollo de la misma, aunque sí pueden agarrar a alguno desprevenido. En fin, la simpática reunión familiar se ve interrumpida por la revelación de que Cassie, Hank y Hope estuvieron conduciendo experimentos a escondidas, y esto es lo que da pie a la aventura cuántica. En este punto es donde debemos sumergirnos de lleno en la historia y el mundo que se nos propone, sin muchas preguntas ni justificaciones razonables. Para los amantes de la ciencia ficción pura y dura, la sola construcción de un nuevo mundo lleno de criaturas asombrosas quizás sea suficiente para llenar expectativas, ya que se trata de diseños muy elaborados con -esta vez sí- buenas terminaciones digitales. Aunque quizás la cercanía de este estreno con otros de Disney como Un mundo extraño (2022) levante algunas cejas, no se puede negar que es un escenario original dentro del contexto del Universo Cinematográfico de Marvel. Lo que no es original es la historia y su estructura, que responde a la fórmula clásica de Marvel e incluso recuerda a ciertas aventuras de ciencia ficción setenteras, con todos los clichés del género incluidos. Sin embargo, algunas criaturas que funcionan como comic relief (como el alien obsesionado con los agujeros, en un claro guiño al plan de los fans de Marvel para derrotar a Thanos con las habilidades de Ant-Man) y la aparición de viejos personajes de la saga y cameos estelares, le dan el toque “marvelita” de personalidad necesaria para no sentirla tan genérica. Es realmente una lástima que hayan desperdiciado a un actor como William Jackson Harper (The Good Place) en un papel anodino, pero -lamentablemente- es algo a lo que ya nos tiene acostumbrados Marvel con grandes talentos que pasan a engrosar sus listas sin pena ni gloria (Julie Delpy, te estamos mirando a vos). En cuanto a la incorporación de MODOK (que ya se había revelado en el último trailer), es un lindo guiño para los fans del cómic y a la vez una representación bastante digna del personaje -con los cambios lógicos que corresponden a una adaptación- y a su vez funciona como alivio cómico y referencia a la propia trilogía de Ant-Man en el cine, que no tiene tanta mitología propia. De hecho, quizás la elección de un superhéroe “menor” como Ant-Man para encabezar la nueva fase del Universo Cinematográfico de Marvel, setear la lógica de los multiversos en la pantalla grande y presentar al nuevo gran villano Kang, el Conquistador (un brillante Jonathan Majors) sea una especie de reparación histórica por haberlo dejado afuera de la primera Avengers (2012) de la que originalmente formaba parte. Pero es quizás mucha responsabilidad para el Vengador que -justamente- se caracteriza por su irresponsabilidad y candor. Así, la saga le da un tono light y despreocupado a la gran amenaza que se cierne sobre el multiverso. Sin embargo, Kang es un enemigo formidable, que apenas deja entrever el alcance de sus poderes y su ambición en esta película, reservando grandes anticipos para las dos escenas post-créditos. Una, el gran guiño al cómic que los fans old school estaban esperando. Y la otra, más conectada con el universo televisivo que dio origen a todo este despelote cósmico. Una constante en estas nuevas fases del MCU, que reserva para las escenas post-créditos y para la pantalla chica todas las grandes revelaciones, construyendo hacia adelante a base de promesas que nunca llegan. Pero al menos, podemos tener el consuelo de un gran plan narrativo de fondo, ¿no? Por el momento, Ant-Man and the Wasp: Quantumania (2023) que llegó al cine con reestreno incluido (y promociones excluidas en su primera semana) está teniendo una de las peores recepciones del Universo Cinematográfico de Marvel, lo cual afecta también sus proyecciones para el fin de semana. A su vez, mejora considerablemente el apartado visual que tanto se le reprochaba (con razón) a las últimas producciones de Marvel, lo cual se refleja en sus extensos créditos repletos de empresas de VFX. Y mientras tanto, el estudio anuncia que se van a calmar con los estrenos televisivos (mejor dicho, de streaming) dejando solo dos títulos para este año: la temporada 2 de Loki (2021-) y la primera de Secret Invasion (2023-). Todo parecería indicar que de esta manera, Marvel busca afianzar dos de los ejes narrativos de esta fase como principales hilos conductores a un ritmo mucho más lento y estable, luego de un año que francamente saturó tanto el mercado como a los fans más fieles. Por un lado, el eje multiversal como la historia troncal que seguirá construyendo hasta la prometedora épica conclusión en Avengers: The Kang Dynasty (2025) y Avengers: Secret Wars (2026), que marcarán el final de la Fase 6 y de esta gran segunda saga. Y por otro lado, la igualmente prometedora subtrama de espías y héroes callejeros, que -hasta ahora- ha demostrado ser la más sólida de Marvel en todas sus entregas. Quizás por todas estas razones, totalmente ajenas a la película, Quantumania decide tomarse las cosas con más calma y presentar una aventura sencilla pero entretenida, que no tiene grandes pretensiones narrativas y se enfoca más en la presentación de nuevos personajes que en construir una gran trama a futuro. Mientras Cassie Lang promete ser esa fuerza inspiradora y naif que caracteriza a su padre cuando se formen los nuevos Avengers; los últimos Vengadores se van despidiendo (“no con un estallido, sino un gemido”), quedando incluso desdibujados en medio de tanta parafernalia. Especialmente The Wasp, que a esta altura parece formar parte del título más para cumplir con la cuota femenina que para ser una parte relevante dela trama, muy lejos de un protagónico e incluso de un secundario. Uno de los tantos errores que Marvel deberá seguir remediando en esta fase, si quiere apuntar a un público más amplio y fidelizar el que ya tiene.
La secuela de Scott Derrickson perdió a su director, pero convocó a un peso pesado del terror para darle a Stephen Strange su revancha. Lo que supo ser un universo narrativo sólido, con historias orientadas a personajes, que construían lentamente su propio lore independiente de los cómics, a base de aventuras individuales y ensamblajes épicos, se convirtió poco a poco en otra cosa. Seducido por una ambición desmedida y un hambre voraz de taquilla, el Universo (¿o Multiverso?) Cinematográfico de Marvel se fue transformando en una fiesta de fanservice, cameos caprichosos y resoluciones forzadas para tener a varios personajes populares en la misma escena y derrotar al malo de turno sin mayores consecuencias para la continuidad de la historia. Al menos esta es la historia que parece contar en la pantalla grande la irregular Fase 4 del MCU (por sus siglas en inglés), ese gran plan narrativo sin precedentes en el cine moderno, que redefinió por completo el concepto de blockbuster y moldeó la industria a su imagen y semejanza. Un castillo de naipes cuidadosamente armado durante una década, que ahora corre el riesgo de derrumbarse bajo el peso de su propia ambición y cierto apuro injustificado. Doctor Strange and the Multiverse of Madness (2022) -o MoM, por sus siglas originales- es casi el epítome de esta nueva metodología que construye sobre las expectativas de los fans, en lugar de hacerlo sobre la base de un universo bien consolidado a lo largo de años, con personajes conocidos y queridos por gran parte del público. Una película que no respeta su propia lógica interna y hasta parece contradictoria con propuestas anteriores, estrenadas a lo largo de esta etapa en la pantalla chica a través de las series de Disney+ Que las producciones de Marvel Studios para streaming iban a estar interconectadas con sus contrapartes en el cine era algo que se venía anticipando desde el comienzo de la Fase 4, luego de la conclusión de la Saga del Infinito con la derrota de Thanos. Que la pandemia modificó un poco esos planes, también era algo comprensible. Pero que el estudio insista en sacar tantos títulos casi sin respiro entre uno y otro, es algo que quizás les esté jugando más en contra que a favor a esta altura del partido. La secuela de Doctor Strange (2016) es una película que funciona, más bien, como secuela directa de WandaVision (2021), la serie que tuvo a Wanda Maximoff (aka la Bruja Escarlata) como protagonista, atravesando un viaje de duelo, locura y redención. Un arco que se articulaba perfectamente con su final en Avengers: Endgame (2019) y que ponía al descubierto las fallas en las dinámicas de equipo de los Vengadores, un conflicto explorado desde su primera película como equipo allá por 2012 de la mano de Joss Whedon. Por eso cuesta conciliar el hecho de que Wanda (Elizabeth Olsen), un ser poderosísimo a cargo de la tutela de los Avengers desde el minuto en que se unió al grupo, haya sido completamente abandonada por sus pares tras el blip y los sucesos de Westview en su propia serie. Sucesos que en esta nueva película son desestimados con una simple frase de Doctor Strange (Benedict Cumberbatch), solo para revelar segundos después que la amenaza es más real que nunca, convirtiéndose en el verdadero conflicto de esta película. Es doloroso ver a Wanda atravesar el mismo arco de locura y desesperación, casi como si no hubiera aprendido nada de su traumática experiencia anterior y del sacrificio por el bien mayor que le requirió toda su fuerza de voluntad al final de WandaVision. Como si la derrota en Wakanda y la infinita sabiduría de Vision (Paul Bettany), su gran compañero, no hubieran tenido ningún impacto en su historia. Todo se reduce a la influencia maligna del Darkhold, convirtiendo a Wanda -un personaje muy interesante que tuvo la oportunidad de desarrollarse y explorar temas complejos en su propia serie- en una caricatura bidimensional de sí misma. Una villana sin matices. En este sentido, el trabajo de Elizabeth Olsen para encarnarla es superlativo. A pesar de todas las debilidades del guion y de los maltratos que sufre su personaje, se carga al hombro la tarea de darle profundidad, de enfocarse en sus fortalezas y defender sus decisiones, al punto de convertirla en la protagonista absoluta de una película que recae casi por completo en su interpretación. Pero la propuesta es tramposa, ya que el público termina empatizando mucho más con su personaje de lo que debería, haciendo que la resolución apresurada del final sea doblemente insatisfactoria e inefectiva. Lo que podría ser una crítica concienzuda de cómo Marvel ningunea a sus propios personajes femeninos, se convierte en un simple lampshading para dar carta blanca a la demonización de la mujer empoderada. ”Si tú rompes las reglas eres el héroe, si lo hago yo soy el enemigo. No parece justo, ¿verdad?” ~ Scarlet Witch ~ Una mujer que, además, está obsesionada con el rol de madre. El deseo convertido en obsesión, la falta de empatía hacia los deseos de otras mujeres (incluso de su propia versión alternativa), el despecho como motivación, el mote de bruja asociado a lo maligno, las torturas a las que se expone su cuerpo y su mente, y el sanguinario enfrentamiento con los otros personajes femeninos (que existen únicamente con ese propósito) caen en los lugares más comunes y retrógrados del entretenimiento de masas. Y dan para muchas más lecturas de las que podríamos hacer en una simple reseña de la película, pero no quería dejar de mencionarlo. LA BRUJA ESCARLATA Y EL EX HECHICERO SUPREMO Desde el principio se le recuerda a la audiencia que Stephen Strange ya no es el Hechicero Supremo, puesto que recayó en Wong (Benedict Wong) a raíz del blip de Thanos. Un hecho que ya había quedado claro en Spider-Man: No Way Home (2021), otra película que tiene los Multiversos como eje central y que también podría ser considerada precuela directa de esta (aunque una sea de Sony y la otra de Disney). Sin embargo, nunca se termina de establecer hasta qué punto Doctor Strange está al tanto de su funcionamiento, qué consecuencias tuvo que pagar por la irresponsabilidad de sus actos ni cómo obtuvo los poderes que convoca de la Dimensión Oscura. Esta falta de profundidad en los conflictos es justamente parte central del problema: no hay reglas bien establecidas. Y al no haber reglas, no hay riesgos ni consecuencias. La magia no está atada a las leyes naturales, sino que más bien juega a favor de las conveniencias del guion, al igual que el nivel de poder entre los distintos personajes y cómo interactúan entre ellos. Lo cual nos deja parados en un lugar casi infantil, en el que cualquier cosa que requiera la trama puede pasar, sin perjuicio de los personajes ni sus historias. Una solución conveniente y simplona, que no está a la altura de la sofisticación narrativa que supieron tener las anteriores entregas del MCU. Por otro lado, el sello particular de su director Sam Raimi también aparece y desaparece de acuerdo a los requerimientos de una fórmula que no conjuga del todo bien con la visión del cineasta. Al menos no como en el caso de James Gunn o Taika Waititi, que se la apropiaron en películas como Guardians of the Galaxy (2014) o Thor: Ragnarok (2017). Con Raimi pasa algo parecido a lo que ocurrió con el sello autoral de Chloé Zhao en Eternals (2022), dando como resultado una mezcla heterogénea y poco orgánica entre estilos, en el que se sienten más los homenajes a su propio cine que alguna idea verdaderamente nueva y original. A pesar de algunas tomas y movimientos de cámara muy inspirados, propios del cine de Raimi, nada más la separa de una película genérica de terror, excepto el diseño de personajes y una que otra composición surrealista, que quedan perdidas entre tantas ideas heterogéneas y CGI. Mención aparte merece la música de Danny Elfman, quizás el aspecto más imaginativo de esta entrega, aunque muchas veces choca con la intención de la escena que acompaña o, por el contrario, subraya por demás momentos que no logran sentirse orgánicos. SÚPER CAMEOS Y NUEVOS PERSONAJES La película se presenta a sí misma, desde su título hasta su campaña publicitaria, como una épica multiversal desatada a raíz de la locura de la Bruja Escarlata, sin embargo nada de eso está a la altura de las expectativas. Los universos que visitan nuestros protagonistas son apenas un par sospechosamente parecidos al 616 (el "nuestro") y uno de ellos está habitado literalmente por un solo personaje: la variante del protagonista. Los otros universos que se proponen quedan apenas como algo anecdótico en medio del viaje de Doctor Strange y América Chávez (Xochitl Gomez). Al igual que los libros de Vishanti y Darkhold, que en teoría tienen un peso extraordinario en los sucesos de la trama. Nunca termina de quedar del todo claro cómo el segundo influye en la psiquis y en los deseos de Wanda Maximoff, más allá de una línea de diálogo que funciona a modo de exposición de la información. Lo demás se deduce de una escena post-créditos que vimos hace ya casi un año al final de WandaVision y de la información externa que el espectador más atento pueda tener incorporada. Tampoco queda claro cómo se destruyen con tanta facilidad tanto éste como el de Vishanti, ni por qué Wanda (una Avenger, ni más ni menos) no lucha por liberarse de su influencia maligna. Es una lástima ver a un personaje tan complejo y poderoso reducido a una bruja de cuento de hadas, de esas que se llevaban a los niños que se portaban mal. Así como también es una pena desaprovechar el camino que recorre América Chávez, un personaje completamente nuevo sin ninguna presentación previa en el MCU, a lo largo de toda la película para controlar sus poderes. La resolución aparece deus ex machina en el acto final, justo a tiempo para enfrentar a la Bruja Escarlata con el miedo de sus hijos y la pena de su versión alternativa. Una visión suficiente para volver a arrepentirse de todo y usar sus últimas fuerzas para destruir (otra vez) el Darkhold. Es un desperdicio, también, que personajes tan anticipados durante años aparezcan de forma caprichosa solo para morir escenas después, sin hacer honor a sus características distintivas. Ni la inteligencia de Reed Richards (Jon Krasinski), la fuerza extraordinaria de Capitana Marvel (Lashana Lynch), la estrategia militar de Capitana Carter (Hailey Atwell) o la telepatía del Profesor Xavier (Patrick Stewart) son una amenaza para la invencible Bruja Escarlata, que controla el cuerpo de su versión alternativa desde otro universo. Ni que hablar de las participaciones de Christine Palmer (Rachel McAdams) o Mordo (Chiwetel Ejiofor), quienes cumplen el rol de accesorios del protagonista. Por último, la aparición de Clea (Charlize Theron) en la escena de mid-credits, le resta peso a la secuencia del final, que rinde homenaje a una larga tradición de finales abiertos en el cine de terror y deja ver cuáles podrían ser las consecuencias de esta historia para el protagonista a futuro. Mientras que la escena post-créditos funciona solo para el nicho de seguidores de Sam Raimi, con la reaparición de Bruce Campbell (el mítico protagonista de su saga Evil Dead) en clave de alivio cómico. Al finalizar la película, queda una sensación de incompletitud, a pesar del apabullante ritmo de la narrativa y la cantidad de conceptos que se presentan, que quedan sin explorar en pos de vender entradas para la próxima película.
Ser o no Ser. En el límite entre el cine de autor y el entretenimiento masivo, esta película alcanza la quimera del balance perfecto entre ambas formas de contar. El destino es la fuerza suprema que lo controla todo, en esta brutal historia de venganza y amor concebida por el estadounidense Robert Eggers en clave de tragedia shakesperiana. Con apenas dos largometrajes en su haber y 38 años de edad, ya se consagró como uno de los realizadores hollywoodenses con ideas más interesantes, que separan a sus producciones del resto, tanto a nivel visual como narrativo. El éxito entre la crítica especializada con sus producciones de corte independiente The VVitch (2015) y The Lighthouse (2019) lo catapultaron al Olimpo de los directores con visión, de los auteurs, una especie de resistencia en la era de los estudios masivos y las franquicias interminables. Es precisamente en ese limbo en apariencia infranqueable entre el cine más “artesanal” y la gran maquinaria de una industria formulera con miedo a asumir grandes riesgos, que se ubica El Hombre del Norte (The Northman, 2022). O mejor dicho, es el espacio que atraviesa con la fuerza de una cabalgata valkiria, iluminando todo a su paso de camino al Valhalla. Quizás una metáfora demasiado fácil para aplicar a este caso, tanto que puede resultar floja, y sin embargo es perfectamente funcional a su propósito. No hay una imagen que defina mejor el recorrido de esta épica vikinga, tanto dentro como fuera de la pantalla. De un lado, tenemos a Eggers escribiendo el guion junto al poeta y novelista islandés Sigurjón Birgir Sigurðsson, también conocido por su nombre artístico Sjón, habitual colaborador de la reconocida cantautora Björk. Un cineasta que se forjó al calor del cine independiente, con bajo presupuesto y nombres casi desconocidos al frente de su primera producción, con tan buen tino que eligió como protagonista absoluta a la mismísima Anya Taylor-Joy (it girl del momento a nivel mundial y patrimonio nacional por adopción). Respaldado por la productora indie A24, para su segundo film reclutó nada más y nada menos que a Willem Dafoe y Robert Pattinson, que se lucieron en esta obra de terror opresivo, cargada de simbolismos y bellísima fotografía. El mismo amor por las alegorías, el horror folk, las pasiones refrenadas y desenfrenadas, en el marco de una puesta en escena impecable y una cinematografía exquisita a cargo de asu habitual director de fotografía Jarin Blaschke, están presentes en su nueva película. Junto a todo que hace a la corta filmografía de Robert Eggers, pero de una forma mucho más accesible para el público masivo. La marca de autor y su tensión constante con las reglas del mercado, encuentran su equilibrio perfecto en esta negociación entre director y estudio, entre visión y presupuesto, en la que el relato más clásico y los límites del gusto masivo se conjugan con el particular y celebrado estilo visual del realizador, sus tomas larguísimas e impecables, cargadas de violencia y horror viscerales. Amleth es el príncipe desterrado de su reino, signado por la tragedia y la venganza, que pierde el camino y recupera su propósito justo antes de descender en la locura y el olvido. Es el Hamlet que no esconde sus raíces (el anagrama del nombre no es casual, ya que el bardo basó su famosa obra en la leyenda nórdica), cuya historia fue reinterpretada una y otra vez en la cultura popular, incluso por los mismísimos estudios Disney en clave animada. Es difícil no pensar esta obra como la antítesis de ese modelo, como la resistencia de una forma de hacer cine caída en desuso tras años de franquicias y apuestas seguras a propiedades intelectuales, de remakes y retellings sin mucho para aportar. Y sin embargo, es la reinterpretación de una historia harto conocida, pero desde una perspectiva que resulta difícil encontrar hoy en la pantalla grande. Es casi un milagro que The Northman sea una producción de semejante envergadura, en un panorama como el que atraviesa hoy la industria, con un director prometedor que todavía no fue captado por los grandes estudios y con un elenco de renombre, tanto para el público masivo como para la crítica especializada. Es la conjunción perfecta de todo lo que hace al cine moderno y es casi una utopía que esté disponible en cartelera, ocupando un digno puesto en el podio, junto a dos tanques de superhéroes y otras tantas películas aptas para toda la familia, en una industria en la que el cine de calificación R (películas para mayores de 18 años, o sea, adultos) es considerado una inversión peligrosa. Protagonizada por un irreconocible Alexander Skarsgård, junto a Nicole Kidman, Anya Taylor-Joy, Ethan Hawke, una breve participación de Willem Dafoe y el regreso de Björk al séptimo arte luego de su infame experiencia bajo la dirección de Lars von Trier en Dancer in the Dark (2000), The Northman tiene todo lo que necesita para atraer al público a las salas. Sin embargo, y a pesar de su campaña publicitaria, los números de taquilla del fin de semana la ubican muy (pero muy) por debajo de Sonic 2 y Fantastic Beasts: The Secrets of Dumbledore. No es que dependa de nosotros como consumidores salvar al cine y mucho menos en esta parte del mundo, pero cada vez son menos las chances de que este tipo de películas se estrenen en la pantalla grande y vayan en cambio directamente a streaming.
En pos del bien mayor La tercera parte de esta precuela del Mundo Mágico refuerza los lazos con la saga principal de Harry Potter y abre la posibilidad de una continuación. Atrás quedaron los dorados años veinte en la ciudad de New York y la historia del magizoólogo más famoso del Mundo Mágico (bueno, el único) para correr el foco hacia uno de los personajes más icónicos de la saga de Harry Potter y reforzar las conexiones con esa saga que moviliza a millones de personas en el mundo entero. Atrás quedó también el Grindelwald interpretado por Johnny Depp que daba título a la anterior entrega de la franquicia y que puso su producción en pausa. Entra en escena Mads Mikkelsen para encarnar al infame mago oscuro en otro cuerpo, sin mediar explicación. De entre todas las razones que las infinitas posibilidades que el Mundo Mágico podrían haber ofrecido para este cambio, la elección del estudio fue hacer borrón y cuenta nueva. A diferencia del anterior cambio de cara de Grindelwald (de Colin Farrell a Johnny Depp), que se justificaba dentro de una trama de intrigas y hechizos, esta vez simplemente apelamos a la suspensión de la incredulidad y el talento de Mikkelsen para apropiarse por completo de un personaje que lejos estuvo de ser concebido a su medida. Su encuentro con el Albus Dumbledore de Jude Law en las primeras escenas del film ya asegura que la fortaleza de la trama recaerá en la relación entre ellos y la palpable química que comparten los dos actores. Animales Fantásticos y dónde nos quedamos Hace poca falta haber visto las dos entregas anteriores para poder sumergirse por completo en la historia, ya que el guion se encarga de recapitular hábilmente todas las líneas argumentales para el espectador casual (o para refrescar la memoria tras cuatro años de impasse). Es casi imprescindible, en cambio, ser un conocedor de la saga de Harry Potter y especialmente del personaje de Albus Dumbledore, para que todos los sucesos de la película cobren un peso emocional importante y un sentido de riesgo a futuro, aunque ya sepamos el desenlace. Lo que interesa, en este caso, son los detalles. Los detalles de una historia que su autora J.K. Rowling dejó entrever más de una vez, pero que nunca fueron narrados. Lo cual, hasta ahora, representaba una enorme contradicción. En una saga que se caracteriza por su discurso de tolerancia, inclusión y diversidad, resultaba por lo menos curioso que el personaje de Albus Dumbledore fuera homosexual “en teoría”, pero nunca en los papeles. Casi tan curioso y polémico como las declaraciones de la autora hacia la comunidad trans en la vida real, un capítulo aparte que merece de un análisis mucho más profundo. Sin embargo viene al caso, ya que esta vez, las presiones de la opinión pública influyeron mucho en la toma de decisiones corporativas y narrativas. Desde despedir a Johnny Depp del elenco, hasta contratar a Steve Kloves, habitual colaborador de las películas de Harry Potter, para co-escribir el guion. Debilidades y fortalezas Guste o no, ambos cambios le sientan muy bien a la película. Por un lado, la interpretación de Mads Mikkelsen, mucho más sobria -y a la vez magnética- que la de su antecesor, cae en el mismo registro que la de su contraparte, el sabio Albus Dumbledore. Con la sutileza de sus microgestos, porte y caracterización (hasta su heterocromía es mucho más leve) logra conectar con Jude Law a un nivel que no solo transmite la pasión del vínculo que comparten, sino su extrema crueldad y seductor carisma, que le asegura una legión de fieles seguidores. Sobre esta relación de opuestos complementarios entre ambos magos recae casi todo el peso de la trama, relegando a Newt Scamander (el protagonista original de la saga) a un papel casi secundario y, en ocasiones, de comic relief. Por otro lado, la incorporación de Steve Kloves al guion asegura una estructura mucho más funcional a la gran pantalla para el relato, que resulta en todo momento entretenido y atrapante. A diferencia de las dos experiencias previas de J.K. Rowling como única guionista de Animales Fantásticos y dónde encontrarlos (2016) y Animales Fantásticos: Los crímenes de Grindelwald (2018), en esta ocasión la mano de un guionista más experimentado marca la diferencia. A pesar de su indiscutible talento como novelista y creadora de un Mundo Mágico tan vasto, los guiones inspirados por uno de los libros de textos de los estudiantes de Hogwarts estaban lejos de ser una obra tan pulida como su saga literaria. Volver a empezar Si bien el guion de esta película también tiene sus baches y notorios defectos (principalmente olvidar subtramas de las películas anteriores y desperdiciar varios personajes, al no darles una motivación clara), cumple con encauzar el rumbo de la saga hacia un futuro mucho menos disperso y más enfocado a conectar con la saga principal. La trama del Obscurial protagonizada por Ezra Miller parece cerrar en esta entrega, a la vez que sirve como justificación para el sufrimiento de los hermanos Dumbledore por la condición de su hermana. Y se retoma -sin mucha delicadeza- la relación entre Jacob Kowalski (Dan Fogler) y Queenie Goldstein (Alison Sudol), cuya resolución sirve como contrapunto para el futuro del Mundo Mágico y el mundo muggle que plantea Grindelwald. A pesar de que el regreso de Queenie carece del peso emocional que debería acarrear su historia, al menos Kowalski sigue siendo el alma de la fiesta y el mejor representante posible para los muggles. Por su parte, Tina Goldstein (Katherine Waterston), quien supo ser co-protagonista en la primera entrega, queda relegada a un simple recuerdo que hace las veces de interés romántico, sin mucha más justificación que “estaba ocupada”. Mientras que Newt Scamandar (Eddie Redmayne) sigue desplegando todo su talento como magizoólogo, su inocente encanto y entregando uno de los momentos más divertidos de toda la saga (sí, de las once películas), además de ser el hombre de confianza del mismísimo Albus Dumbledore, encargado de llevar a cabo sus planes secretistas. Si hay algo acertadísimo, además de la identidad visual que mantiene el director David Yates con el resto de la saga, es el título de esta entrega. Ya que este Dumbledore es el mago reservado y enigmático que conocimos en las películas originales de Harry Potter, siempre con una agenda secreta y un plan (y contraplan) para todo el mundo. Mucho más cerca de la interpretación de Michael Gambon (y su antecesor Richard Harris) como el director de Hogwarts, este joven Dumbledore nos lleva de vuelta a los pasillos de la escuela de magia y hechicería más famosa del mundo, nos pasea por los rincones de Hogsmeade y compartimenta toda la información para que nunca sepamos todo lo que él sabe. Sin embargo, lo queremos, confiamos en él y nos dejamos llevar por su consejo, sabiendo que -al final- todo lo que hace, es en pos del bien mayor.
La nueva película del encapotado recupera su aspecto detectivesco en clave neo-noir, mientras logra un gran balance entre sus icónicos personajes. Desde que Matt Reeves presentó en sociedad su visión para retratar al Caballero de la Noche en el cine una vez más, el mundo estuvo expectante de cada novedad y adelanto relacionado con The Batman (2022). Partiendo de su curiosa elección para el actor que encarnaría al mismísimo Bruce Wayne hasta sus referencias cinéfilas para las calles de Ciudad Gótica, con influencias de grandes como Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, sin dudas su versión sonaba mucho más interesante de lo que cualquiera podía anticipar en relación a sus antecesoras. El primer avance oficial en DC FanDome, allá por 2020, confirmó además el tono à la David Fincher, con reminiscencias de Se7en (1995) y Zodiac (2007) ya en sus más tempranas escenas reveladas. Pero la pandemia puso un parate a la manija y el estreno quedó postergado para 2022, de manera de asegurar su llegada a los cines, una noticia seguida por la polémica decisión de los estudios Warner de mover todo su calendario de 2021 a lanzamiento híbrido en su plataforma de streaming HBO Max. Finalmente, The Batman llega a los cines de todo el mundo y estamos en condiciones de afirmar que toda la espera valió la pena. Casi un mes antes de su estreno en salas, PopCon fue uno de los medios de Argentina elegidos para ver la película y participar de la conferencia de prensa internacional. Poder confirmar la libertad de la que gozó el director para plasmar su visión -algo que no debemos dar por sentado en este momento tan delicado para la industria- fue sin dudas un gran alivio para la prensa especializada. EL HÉROE QUE MERECEMOS The Batman de Matt Reeves es un regreso a la esencia detectivesca del personaje, recuperando uno de los aspectos fundamentales de su acervo histórico. En clave de policial neo-noir, la película logra un gran balance entre alguno de los villanos más icónicos de los cómics, mientras el protagonista descubre qué clase de héroe quiere ser. La cinematografía de Greig Fraser (Dune, Rogue One) nos entrega cuadros que parece salidos de las viñetas, en una paleta de colores rojos, negros y amarillos que le dan a este Batman una identidad propia. Y la banda sonora de Michael Giacchino captura a la perfección el espíritu del encapotado y la ciudad que defiende. La trama de crímenes y corrupción tiene su correlato en el crecimiento del protagonista, matizada por un romance digno del mejor arco comiquero y el conflicto interno que siempre atormenta a nuestro querido caballero oscuro, tantas veces ya retratado en el cine. A pesar de tratarse de una historia de origen, que explora sus primeros años como defensor de Gotham, Reeves no pierde tiempo en repasar la historia que ya conocemos de memoria y opta por concentrarse en los aspectos menos desarrollados de Bruce Wayne. A través de su relación con los villanos de turno muestra a un héroe vulnerable, pero con fuertes convicciones, y compasivo, a pesar de su búsqueda de venganza. Estos matices son posibles gracias a la impecable interpretación de Robert Pattinson, que ya se ubica como una de las mejores encarnaciones del caballero oscuro y su alter-ego, el huérfano millonario que busca un propósito. En la orfandad reside la fortaleza de su conexión con sus principales aliados y antagonistas en esta ocasión. Por un lado, la Gatúbela de Zoë Kravitz le da un motivo sólido para ayudarse mutuamente en su búsqueda de justicia. Por otro lado, el Acertijo de Paul Dano pone en jaque todas sus creencias al presentarse como la contraparte surgida como resultado involuntario de esa misma búsqueda. Y en el submundo criminal de Ciudad Gótica, Carmine Falcone (un siempre maravilloso John Turturro) y Oswald «El Pingüino» Cobblepot (un irreconocible y brillante Colin Farrell) abren la puerta a la transición entre los antagonistas callejeros del lore de Batman y sus supervillanos. La alianza preexistente con Jim Gordon abre otra puerta a un posible spin-off sobre la relación entre Batman y la policía de Ciudad Gótica, y sabemos que al menos una de estas series ha sido confirmada para la plataforma HBO Max bajo la supervisión de Matt Reeves y el título de Gotham P.D. Por otro lado, la entrañable relación del joven Bruce con su mayordomo y viejo amigo de la familia Alfred Pennyworth deja entrever una subtrama que no llega a explorarse sobre los orígenes del clan Wayne y el interesante pasado de este personaje al servicio de la corona británica. El desfasaje temporal en el clímax de su arco dentro de la película es uno de los grandes hallazgos narrativos de la cinta, que no son pocos. The Batman abre todo un universo de posibilidades para esta galería de personajes, sin necesidad de conectarse con ninguna otra película ni recaer demasiado en nuestro conocimientos previo sobre el héroe encapotado y sus historias, sino construyendo sobre la base de un guion sólido, buenas actuaciones y recursos narrativos, bajo una dirección que le imprime su particular sello visual y una búsqueda claramente definida, marcando el rumbo a seguir en la que seguramente se convertirá en una trilogía. Si la película cumple las expectativas de taquilla y crítica del estudio, estaremos en presencia de un contundente comienzo para la que quizás sea la mejor combinación entre el espíritu comiquero que Tim Burton supo imprimirle a su saga y el realismo que Christopher Nolan buscó para la suya.
Para un realizador que redefinió el cine en Hollywood, al punto de ser considerado el padre del blockbuster moderno, la decisión de hacer una remake en esta era de reciclaje descarado -y especialmente la de una historia tenida en tan alta estima por el público norteamericano- sin dudas resulta llamativa. Si a eso sumamos el hecho de que esta se trata de la primera incursión de Spielberg en el género musical, no solo es una elección curiosa, sino también una muy interesante, que tiene a la comunidad cinéfila pendiente de su estreno. Así, la nueva West Side Story (2021) carga con un nivel de expectativas, que en mano de cualquier otro director quizás no serían tales. A su vez, también resulta desafiante la decisión de mantener la ambientación de esta historia situada en los años cincuenta, tal como en la obra original de 1957 y en la película de 1961 (conocida por nuestras tierras como Amor sin Barreras), que le valió a sus creadores diez premios de la Academia. Sin embargo, Spielberg se toma sus licencias creativas para modernizar esta historia a pesar de su contexto histórico, y lo que a simple vista podría parece un relato demodé, se transforma bajo su visión en una celebración de todo lo que hoy se considera correcto. Pero -como gran parte de la carrera del cineasta- su motivación nace nada más y nada menos que de un impulso nostálgico. «Nunca podría olvidar mi infancia. Tenía 10 años cuando escuché por primera vez el álbum de West Side Story y nunca desapareció. He podido cumplir ese sueño y mantener la promesa que me hice a mí mismo: debes hacer West Side Story. Las divisiones entre personas que no tienen ideas afines son tan antiguas como el tiempo mismo. Y las divisiones entre los Sharks y los Jets en 1957, que inspiraron el musical, fueron profundas. Pero no tan divididos como nos encontramos hoy. Resultó que en medio del desarrollo del guion, las cosas se ampliaron, lo que creo que, en cierto sentido, lamentablemente, hizo que la historia de esas divisiones raciales, no solo divisiones territoriales, fuera más relevante para la audiencia de hoy de lo que quizás lo fue en 1957.» Si hay alguien que sabe bien cómo evitar las trampas de la nostalgia, ese es Spielberg. De hecho, es el ámbito en el que más cómodo se desenvuelve, y así lo evidencia su nueva película, que recupera varios aspectos de la estética y la teatralidad del clásico de 1961, pero actualiza ciertas decisiones creativas y narrativas en pos de revigorizar la historia para los tiempos que corren. Una de las más importantes es la elección del elenco, que esta vez se corresponde étnicamente con los personajes que interpretan. En el mismo registro, el director convocó a la ganadora del Oscar Rita Moreno (la Anita original) para interpretar un papel hecho a su medida y al bailarín de ascendencia cubana David Álvarez para encarnar al vehemente Bernardo. Otro de los grandes cambios introducidos por Spielberg es la reescritura de Anybodys como un personaje trans (interpretado por Iris Menas), que desea formar parte a toda costa en el conflicto entre los Jets y los Sharks, decisión que le valió la censura en seis países de Medio Oriente. Tanto el estudio como el director se negaron a editar la película para que les permitan estrenar en esos territorios y tampoco hicieron declaraciones al respecto. Así, el cineasta se hace eco de sus propias palabras con respecto a las divisiones ideológicas y las resignifica a través de su arte, que en su perspectiva vuelve esta historia tan relevante como lo era hace medio siglo, en un panorama actual cada vez más polarizado e intolerante. «Quería que las audiencias de habla hispana e inglesa se sienten juntos en el cine, y que el público de habla inglesa de repente escuche risas provenientes de rincones de la sala, de la audiencia de habla hispana.» Secundado por Rita Moreno (quien también oficia como productora ejecutiva) y el guionista Tony Kushner, Steven Spielberg habló largo y tendido en la conferencia de prensa sobre los diálogos en español y las elecciones del guion, que también hacen foco en la diversidad racial y la riqueza cultural de esta historia otrora sometida al whitewashing. Es especialmente acertado en este sentido el casting de Ariana DeBose, actriz y bailarina de ascendencia afro-portorriqueña, que se destacó en el escenario de Hamilton y ahora encarna a la nueva Anita, una interpretación que se roba la escena y es tan digna del Oscar como la original. Lamentablemente, la elección de los protagonistas no corrió con la misma suerte, ya que tanto Ansel Elgort como Rachel Zegler no logran entregar las actuaciones apasionadas que sus personajes requieren, con una química que apenas funciona y convierte la relación de estos Romeo y Julieta modernos en un capricho más que un romance, siendo la angelical voz de Zegler el único aspecto memorable de la pareja. Pero más allá del discurso anti-odio (y como no podía ser de otra manera, viniendo de Spielberg) son los valores de producción de West Side Story (2021) los que la elevan por su calidad cinematográfica, sus planos que la convierten automáticamente en un clásico, su identidad visual única que se refleja en el diseño de producción y sus sets reales en una ciudad de Nueva York devastada por el tiempo, que Spielberg aprovechó para darle más peso narrativo al conflicto territorial de los Sharks y los Jets, dos bandas enfrentadas por mucho más que sus diferencias raciales. La película estrena hoy en cines de Argentina con menos de cincuenta salas y bajo la sombra de Marvel, que la próxima semana llegará para copar gran parte de las pantallas locales con su esperadísimo blockbuster de la mano de Sony, Spider-Man: No Way Home (2021). Están avisados.
La importancia del discurso y las dinámicas de poder en relación a la verdad se ponen de manifiesto en la nueva película de Ridley Scott, una de las dos que estrenará en 2021, a sus casi 84 años. Un director que tiene la extraordinaria capacidad de navegar casi todos los géneros, sin encasillarse en ninguno, complaciendo a la industria y a los amantes del séptimo arte por igual. Su filmografía es tan irregular como brillante y ha demostrado que puede cargarse al hombro tanto un drama existencialista de ciencia ficción como una épica histórica de gran presupuesto, entregando dos clásicos hollywoodenses que resisten el paso del tiempo, ya sea que el público los acompañe en taquilla o no. En el caso de The Last Duel (2021), la nula campaña publicitaria de la película, enmarcada en un género desgastado que parece no tener mucho más que decir, junto a una elección muy llamativa del elenco, le jugó en contra en su desempeño en las salas en su fin de semana de estreno. Pero si hay algo que Scott demostró es que todavía puede sorprendernos y entregar una magnífica obra que de alguna manera resuena con aquel primer duelo con el que ganó el premio a mejor ópera prima con The Duellists (1977) en el Festival de Cannes que vio nacer su carrera. En este caso, vuelve a conjugar un guion basado en una novela histórica con su virtuosismo para la puesta en escena en el contexto de una Francia pasada. Ambientada en el siglo XIV, en los albores de una de las más importantes sociedades modernas, The Last Duel nos presenta el último juicio por combate que se llevó a cabo para definir una disputa legal. Pero antes de poder presenciar la definición de esta brutal y sangrienta contienda, somos testigos de los hechos que llevaron a ese momento cúlmine a través de los ojos de sus tres protagonistas: el escudero Jacques Le Gris, su amigo y rival; el caballero Jean de Carrouges, y la esposa de éste, Marguerite de Carrouges, quien acusa al primero de haberla violada. Valiéndose del efecto Rashōmon (nombrado así en honor a la película homónima de 1950 de Akira Kurosawa que utilizaba este recurso), Scott nos presenta las tres versiones de lo ocurrido desde la perspectiva de cada uno de estos personajes. Este juego de subjetividades y verdades a medias podría haber caído en un montón de lugares comunes en manos de un director menos experto, especialmente en un contexto como el de Hollywood post-era Mee Too. Sin embargo, bajo la dirección de este consagrado realizador, es un desfile de sutilezas que optimiza cada recurso narrativo y visual para que el espectador pueda interpretar los matices de la historia y sacar sus propias conclusiones. Dividida en tres capítulos, el indicio más transparente de la visión detrás de estas versiones es la placa que da inicio al relato de Marguerite de Carrouges. Quien, en cualquier otro acercamiento a esta historia, debería ser la protagonista, pero en el ingenioso guion de Nicole Holofcener (junto a Ben Affleck y Matt Damon) es una espectadora pasiva de su propia vida hasta llegar a este punto. El primer capítulo dedicado a Jean de Carrouges, que ocupa la media hora inicial de la película, es igual que su personaje: parco, básico y lineal, con el honor y el orgullo ciego como guías del relato, características que se reflejan en los diálogos, en las actuaciones y hasta en la elección de los planos. El segundo capítulo, desde los ojos de Jean Le Gris, tiñe todo el relato de un romanticismo impostado, de una pasión vehemente y una ambigüedad moral que convierte una persecución en un juego, una amistad en rivalidad y un no en un sí. Cada detalle cambia sutilmente, cada palabra adquiere una entonación distinta, cada mirada evoca sensaciones más intensas. Y en este sentido, las actuaciones de Matt Damon y Adam Driver transmiten a la perfección los matices de sus personajes. Pero quién se lleva todas las palmas es Jodie Comer por su poderosa interpretación en el papel de Marguerite de Carrouges, una mujer condenada desde el inicio por su época, así como por su involuntaria belleza y candidez. Atrapada en un sistema regido por la ley del hombre, solo hay un papel reservado y aceptable para ella: el de esposa y madre devota. Comer transmite con austeros gestos el esfuerzo y la impotencia de Marguerite, su negociación constante entre su autonomía como individuo, su dependencia de su esposo y su condición de objeto de deseo por parte de hombres que no la ven como otra cosa que como un adorno, una mercancía de cambio. El duelo interno de Marguerite por convivir con las circunstancias (contrastado con la frígida madre de su esposo, resignada a las reglas del juego, y la actitud de otras mujeres de su edad y clase social) es un visceral reflejo del duelo externo de dos hombres que no luchan por otra cosa que su propio orgullo. Y representa un despliegue de talento que seguramente le valdrá a Comer una o varias nominaciones en la temporada de premios. Pero más allá de la frivolidad de los galardones, lo que nos queda de The Last Duel es el retrato de una problemática que resuena fuerte en nuestros días y la vigencia de un cineasta que maneja tanto las sutilezas como la espectacularidad de la narración audiovisual con el mismo virtuosismo que viene desplegando desde hace más de cuatro décadas.
La segunda parte de IT nos lleva de vuelta al pueblo de Derry 27 años después, cuando ese adorable grupito de pibes que se bautizaron como “los perdedores” son adultos -no tan- funcionales, que olvidaron su pueblo y sus miedos. Literalmente. No se acuerdan de nada. Y eso es porque a medida que se alejan de Derry, una nebulosa de olvido va cubriendo la memoria de todo lo que ocurre en ese rincón tan siniestro del mundo. El único que se quedó atrás -Mike- recuerda todo lo que pasó en la primera parte, y será el encargado de volver a reunir al grupo. Con esta premisa, el capítulo 2 de IT retoma la historia de sus siete protagonistas y establece un diálogo entre las dos líneas temporales, fiel a la novela original de Stephen King. Todo bajo la dirección del argentino Andy Muschietti, también responsable de la primera entrega, quien estuvo en Buenos Aires junto a su hermana -la productora Bárbara Muschietti- para presentar la película antes que en ningún otro lugar del mundo. El mal que toma forma de payaso (o del miedo que mejor funcione en cada ocasión) despierta de su letargo con hambre de venganza, de volver a torturar a esos chicos que casi lo derrotan y de alimentarse de sus inseguridades, mientras que ellos intentan enfrentar -cada uno a su manera- el terror que los invade y paraliza. Visualmente, la película aprovecha esta capacidad metamórfica de IT para convertirlo en las peores criaturas que se puedan imaginar, con ayuda del CGI y los bocetos de Muschietti inspirados en el texto original. A pesar del presupuesto muy superior a su anterior entrega (en virtud de su éxito en taquilla) mantiene una estética coherente con el primer capítulo y despierta esa sensación nostálgica de estar viendo la misma historia 27 años después. Las transiciones entre personajes y líneas temporales son la marca registrada del director, al igual que los guiños que le hablan directamente al espectador, logrando una inmediata conexión emocional. La incorporación del humor también funciona como válvula de escape para aliviar la tensión generada por el terror, usando el recurso en los momentos justos. Todas las situaciones se suceden con gracia y -lo que bajo la mano de otro cineasta podría haber resultado repetitivo y hasta monótono- Muschietti sabe cómo balancearlo para lograr el efecto deseado. El elenco desborda carisma y hace que la dinámica de grupo refleje perfectamente la de aquellos jóvenes Perdedores de la primera película. James McAvoy (Bill Denbrough) y Jessica Chastain (Beverly Marsh) son los nombres más conocidos, compañeros en la última película de la franquicia X-Men (Dark Phoenix) y amigos fuera de la pantalla. Pero es Bill Hader el que más destaca en su interpretación y su conexión con el resto de los protagonistas, como el bromista Richie Tozier. Además de James Ransone en el papel de Eddie, el hipocondríaco que -al igual que sus compañeros- repite patrones de su pasado. El elenco lo completan Jay Ryan, Isaiah Mustafa y Andy Bean. Y por supuesto el talentoso Bill Skarsgard como Pennywise, ese payaso encantador y terrorífico, combinación difícil de lograr si las hay. A pesar de que en esta película aparece algo menos que en la anterior, las escenas que protagoniza son igual de aterradoras y en esta segunda entrega supo interpretar a un IT mucho más maduro, manipulador y agresivo. Así como el payaso es la representación de todos los miedos, el grupo de adultos funciona como alegoría del trauma, ese mecanismo de defensa de la mente contra las más aterradoras experiencias. De la forma en que está retratado, da como resultado una película que se preocupa mucho más por el drama humano que por los sustos.
SHAZAM es el nombre del hechicero que le da sus superpoderes a un “campeón” seleccionado por la pureza de su corazón. El elegido es Billy Batson, un chico de 14 años que es adoptado por una nueva familia, después de escaparse de varios hogares. Aunque Billy no es exactamente la definición de un “héroe”, eventualmente va a tener que usar sus nuevos poderes para luchar contra el mal. Pero mientras tanto, es un pibe normal al que de repente le pasa algo extraordinario y no sabe qué hacer con eso. Su versión adulta (Zachary Levi) es tan despistado como carismático, la elección perfecta para interpretar a un chico en el cuerpo de un adulto. Por suerte cuenta con la ayuda de Freddy (Jack Dylan Grazer), su nuevo hermano adoptivo que sabe todo lo que hay que saber sobre superhéroes. Entre los dos van a ir averiguando de a poco cuáles son sus poderes, por qué los tiene y cómo los puede usar. Todo con un desopilante montaje de “entrenamiento” al mejor estilo Rocky, pero en tono comedia adolescente, con música pop y referencias al mundo de los cómics. Porque si hay algo que tiene esta película es un meta discurso muy inteligente sobre el resto del universo extendido de DC, sus héroes y lo que significan para la cultura popular. Mientras tanto, el villano de turno hace de las suyas para enfrentar a Billy con un mundo que desconoce tanto como el de la adultez. El guion juega mucho con el nombre de este nuevo superhéroe (nuevo para la pantalla grande, ya que sus cómics datan de 1939, sólo un año después que Batman y Superman) porque en un principio se lo conoció como Capitán Marvel, título que eventualmente pasó a la “competencia”. Y por una de esas casualidades que tiene la vida, hace muy pocas semanas Marvel Studios estrenó su propia película de Capitana Marvel. Sin embargo, SHAZAM (2019) se despega por completo de la polémica e incluso su protagonista intercambió mensajes en redes con Brie Larson alentando a los fans a apoyar ambas producciones. Además del impecable timing cómico de esta película, que no deja pasar ninguna oportunidad de hacernos reír con un humor sano y bien llevado, otra de las cosas que la destacan de cualquier blockbuster de superhéroes es su ternura de coming of age ochentosa. Pero no apelando a la nostalgia para crear un golpe de efecto emocional, sino entendiendo las bases del género y usando todos esos recursos para crear una película que parece de otra época, y sin embargo funciona en ésta. Una película para chicos (adolescentes) que transmite la versión moderna de un mensaje tradicional. Y para grandes, con homenajes a clásicos de una infancia siempre añorada como Quisiera ser grande (Big, 1988) que nos transportan a otra época, en que se hacían otro tipo de películas. Ahí es donde DC le agarró la vuelta, dejando de lado la solemnidad para meterse de lleno en un mundo en que los superhéroes son esa versión inocente de la justicia concebida por sus creadores originales. Sin perder de vista que estamos en pleno siglo XXI, pero cuando vamos al cine a ver una de superhéroes, buscamos escapismo y diversión.
A esta altura ya se sabe que una de las reglas para hacer una película de superhéroes, es no hacer una “película de superhéroes”. Marvel lo sabe mejor que nadie (si prácticamente la inventaron!) y por eso retrocedieron hasta 1995 para buscar el género de película más popular de esa época: las buddy cop movies. Cuando el productor Kevin Feige dijo que iban a inspirarse en los blockbusters de los noventa para Capitana Marvel, no estaba mintiendo. Desde que se empezó a filtrar información desde el set de Avengers: Endgame, con los antecedentes de Infinity War y con Spiderman: Far from Home por delante (trailer incluido) no sabemos qué creer. Lo que sí sabemos es que venimos esperando la primera película de Marvel con una protagonista femenina desde hace rato y ya era hora. Mirando para atrás, parece casi imposible que hayan pasado 20 títulos del estudio antes de tener a una heroína encabezando su propia historia, pero pasó. Y a pesar de las postergadas promesas por la película de Black Widow, estamos felices de tener por fin a Capitana Marvel entre nosotros. Más allá de la típica historia de origen, que a esta altura está un poco desgastada, los directores Anna Boden y Ryan Fleck le encontraron la vuelta para contar algo distinto y fresco, respetando la fórmula. Conocemos a Carol Danvers en medio de su entrenamiento con los Kree, preparándose para luchar contra otra raza alienígena: los skrull. Sin memoria de su pasado y con un poder que no se sabe bien de dónde viene ni por qué lo tiene. Todo eso se va a ir develando paulatinamente a través de flashbacks de su vida en la Tierra, en una norteamérica noventosa llena de nostalgia, referencias y temones. La clave para entender a la verdadera Carol es su amiga María Rambeau, un personaje muy a la altura de las circunstancias que hace las veces de Bucky Barnes en Capitán América (2011), dándole a nuestra heroína la motivación suficiente para recuperar el tiempo perdido y salir adelante. Pero quien se lleva el papel de co-protagonista absoluto de Carol es Nick Fury, un rejuvenecido Samuel L. Jackson con sus dos ojos enteros y una actitud completamente distinta hacia el mundo que el director de SHIELD que conocimos, cuando era más joven e ingenuo. La química entre Samuel Jackson y Brie Larson es el motor de esta película, además del inmenso carisma que desprende la protagonista en todo momento y nos recuerda por qué Larson ganó un Oscar y fue elegida por Marvel Studios para tener la responsabilidad de ser la primera mujer en encabezar uno de sus tanques. Ya desde Avengers: Infinity War venimos anticipando que su participación en la guerra contra Thanos va a ser clave, si es que responde al llamado de ese pager enviado por Nick Fury en el último instante. Pero acá tenemos a una heroína mucho más joven e inexperta que recién se está descubriendo, y lo hace con gracia y muy poca modestia. No hay tiempo para las medias tintas, Carol tardó mucho en llegar y su historia de origen necesitaba ser efectiva, además de conectar con el universo que ya conocemos desde hace diez años. Todo lo que se vino construyendo, llevó a este momento. Estamos a menos de dos meses del final de la Fase 3 del Universo Cinematográfico de Marvel y el enfrentamiento final contra Thanos, que decide el futuro de nuestros héroes y de toda la humanidad. Y esta es la precuela perfecta, el necesario flashback para recapitular cómo llegamos hasta acá y cómo podemos seguir. Son diez años de invertir tiempo y emociones en nuestros superhéroes favoritos, diez años de verlos aprender y crecer, evolucionando como personajes. Capitana Marvel tiene una desventaja enorme en comparación, pero lo compensa con poderes nunca antes vistos y una personalidad que desborda la pantalla. El discurso que vimos mil veces repetido en películas que siguen el camino del héroe, de “no dejes que tus sentimientos te dominen” cobra otra dimensión y se reivindica en esta historia, permitiéndonos conectar con Carol y su viaje de auto-descubrimiento. Párrafo aparte para el gato Goose, un personaje que sin dudas va a conquistar el corazón de muchos marvelitas y cuya popularidad puede llegar a demandar nuevamente su presencia, futuros cameos, un Oscar a mejor actor de reparto (?) y etc. Para quienes hayan leído los cómics, hay algunos guiños muy divertidos, que pasan desapercibidos para el ojo no entrenado. Por último, la música es uno de los puntos más fuertes de la película, así como funcionaba con las Guardianes de la Galaxia de James Gunn y sus homenajes a décadas pasadas. Hay continuas referencias para los más nostálgicos de la época, mucho humor con un ritmo impecable en los momentos justos, y una escena post-créditos que es todo lo que veníamos esperando desde el año pasado. La segunda escena es uno de esos guiños divertidos de Marvel a los fans, pero es difícil saber si tiene alguna relevancia para la trama general. En resúmen, Capitana Marvel es una gran película de origen, una precuela necesaria y -más importante aún- un hito necesario en la representación de otro tipo de personajes, en un cine que cada vez llega a más gente y transmite un poderoso mensaje a una generación entera.