IT: Capítulo 2 es, literalmente, una payasada. De lo peor que haya entregado el mainstream norteamericano en los últimos años. Como Pennywise, el film se disfraza de horrores varios y no es más que una pavada sobrecargada de fantasía infantil y salpicada con “el síndrome Guillermo Del Toro” en cada fotograma. ¿Qué es esto? Películas medio oscuras, cuidadas visualmente, bellas en cierto modo, violentas y que involucran a jóvenes y niños que sufren tormentos varios. No sin estar sazonadas con ráfagas de magia pueril y poca construcción cinematográfica; algo que al cine viene aquejando desde hace tiempo y que parece querer llevarlo a su fin. Una enfermedad viral y terminal.
Sintomática y sistemática por donde se la mire, la película de Andrés Muschietti (tipo que me cae muy bien, aclaro) es un Frankenstein (en el peor sentido de la palabra) que intenta eludir cualquier atisbo de construcción cinematográfica en pos de las nuevas fórmulas: síntoma de serie, de Netflix, de Game of Thrones, de Stranger Things, de cualquier gran éxito de la tv, de las sagas de superhéroes que son moneda corriente hoy en día. Esto se da porque el síntoma es el siguiente: los films duran entre dos horas veinte y dos horas cuarenta, lo que se vuelve una eternidad ante los ojos del espectador. Generalmente y salvando algunas excepciones porque en estos tiempos lo único que quiere ver el espectador medio es una gran variedad de personajes pululando por ahí, que se profundice en sus traumas, su vida personal, etcétera etcétera. Suena a que las películas en un futuro no muy lejano se van a transformar en culebrones como los que veía mi vieja por canal 9 en los años 90. IT: Capítulo 2 tiene todo eso: variedad de personajes, toneladas de corrección política (El judío, el negro, el gay, la mujer golpeada y el guionista tartamudo: parece el principio de un chiste diría un simpático gallego) y una parafernalia hedionda de efectos digitales que son la excusa perfecta para hacer estatuas gigantes que cobran vida, cabezas a las que le crecen patas referenciando a la mejor película de todos los tiempos y cualquier cosa que caprichosamente se pueda hacer por ordenador.
Pero… ¿y el cine? ¿dónde está la puesta en escena? Eje medular en el cine de terror, la puesta en escena y su composición expresan más de lo que se debe determinar con palabras, o al menos acentúan de manera simbólica aspectos diegéticos. Olvídense de eso. La construcción se la llevó a marzo. Ahí lo de sistemática: Muschietti hace un loop ad infinitum donde ejerce una fórmula que nos obliga a dedicarle bostezos lapidarios. Cada escena, aburrida hasta el hartazgo, se produce y finaliza de modo similar a la siguiente. Una vez que el espectador avispado advierte esto no podrá resistirse dormir una linda siesta, dependiendo de la culpa que en él recaiga por haber pagado el salado precio de la entrada. En fin. Todo termina con el golpe de efecto (¡Perdón! jump scare, como le dicen ahora los geeks) de algún bicho saltando a la cara del espectador, acentuado por estruendosos sonidos y una música mecánica que repite el mismo cliché una y otra vez. De miedo nada, de tensión menos. Pensé que era la continuación de IT pero creo que me encontré con la remake de Patch Adams.
Sin una mínima sorpresa o pulsión narrativa, sin la intención de ejercer una mirada de amor por el género, IT 2 naufraga terriblemente en un mar de contradicciones. La escena homenaje a La cosa (1982), por ejemplo, es terriblemente hipócrita ya que resuelve el efecto mediante técnicas digitales cuando sabemos que en el film de Carpenter el uso de efectos prácticos (maquillaje, marionetas, animatronics) tiene una enorme importancia cinematográfica. Y es lo corpóreo, lo tangible, lo físico, aquello que hacía del film de Carpenter una obra maestra. Ya que hablamos de cuerpos, algo que el cine necesita para existir en IT 2, aquí son apenas unas animaciones que bien podrían ser parte del imaginario de El señor de los anillos o de Harry Potter. El homenaje es anecdótico o superficial, no más que eso.
A diferencia de su predecesora, una más que digna película de terror donde había momentos muy disfrutables, buen ritmo, ideas interesantes sobre el cine (puesta en abismo, autoconciencia) y algún acierto visual, esta extensa continuación que se asemeja más a una serie superproducida no logra en casi tres interminables, insufribles y eternas horas meter algo de taquito. Con decir que lo único bueno son un par de cameos y la presencia de Bill Hader –ni McAvoy ni la Chastain pueden salvar el bochorno- ya podemos advertir lo mal que se la pasa uno en este despropósito. Esperemos que algún osado cambie el panorama en las salas, o seguiremos viendo puras payasadas.