Pubertad y coulrofobia
Todo aquel nacido y criado a fines de los 80s que acudía con regularidad al video club del barrio seguramente quedó marcado por IT (1990), esa miniserie producida para televisión que derivó en un extenso VHS acá por nuestras tierras. El telefilm basado en una de las novelas más exitosas -y largas- de Stephen King sobre un monstruo transuniversal que adoptaba la forma de un payaso para hacerse de los niños de un pequeño pueblo se convirtió en una obra de culto para una generación completa. Tras décadas de rumores, idas y venidas, nuestro crédito local Andrés Muschietti (Mamá, 2013) trae a la pantalla grande -técnicamente por primera vez- una sólida actualización de la historia del clown siniestro devorador de infantes.
El eterno pueblo de Derry, epicentro ficcional del universo de King, sufre la desaparición de los más pequeños de forma inexplicable. Cuando Georgie, el hermano menor de Bill (Jaeden Lieberher) se suma a la lista de “desaparecidos”, este y su grupo de amigos -conocido como ‘El Club de los Perdedores’- descubren que detrás de esta tragedia se esconde una oscura criatura con apariencia de payaso, llamado Pennywise, interpretado por Bill Skarsgård. El grupo deberá enfrentar sus mayores temores, tanto reales como imaginarios, para desenmascarar al monstruo y poner fin al mal.
No tiene mucho sentido comparar la versión de 1990 con la actual, en particular pensando cuál era la aspiración de cada una, el tono y el presupuesto. El telefilm se la ingenió para quedar grabado a fuego en la memoria de muchos jóvenes cinéfilos explotando al máximo sus limitados recursos y apoyándose en una performance inolvidable de Tim Curry como Pennywise. La nueva adaptación llega con la vara muy alta, goza de un mayor presupuesto, una campaña de publicidad masiva multiplaforma y la doble exigencia de complacer tanto a fanáticos de Stephen King como a fanáticos de la primer versión para la pantalla.
Gracias a un calificación para mayores de 18 -el famoso Rated R de Hollywood- la visión de Muschietti no le teme a los momentos de terror más gráficos y sengrientos dentro del relato, algo que queda en claro desde la primer secuencia. En plena fiebre por Stranger Things, es reconfortante ver que el director no abusa de las referencias nostálgicas ni sucumbe ante la tentación del fan service. Algo que a priori se mostraba sumamente tentador, en especial considerando que la nueva versión corre la acción de los 50s a fines de los 80s, década pop nostálgica por naturaleza.
Dentro de una ficción que representa al mundo desde la visión de los más chicos, es destacable el trabajo de los actores más jóvenes, en especial Jaeden Lieberher y Sophia Lillis, quien interpreta a Beverly Marsh, la única chica del grupo de los perdedores. Es interesante ver en pantalla como los miedos propios de la pubertad y la entrada en la primer adolescencia se funden con el temor por este monstruo al que sólo ellos pueden hacer frente.
Bill Skarsgård entrega una actuación sólida como el payaso Pennywise, evitando volverse una repetición del clown de Curry. Sus rasgos infantiles y el manejo de su fisionomía de manera monstruosa en pantalla se vuelve un combo interesante, que entrega momentos inquietantes y cargados de tensión. El único detalle que le juega en contra es la forma en que -por momentos- se elige poner en escena al personaje, repitiendo más de lo debido ciertos recursos visuales.
A pesar de una primera secuencia que parece no ir estéticamente de la mano con el resto, Muschietti hace un trabajo interesante, dándole vida al Derry de King re-imaginado en una década distinta, con ese estilo “small town america” tan característico del universo del escritor. La paleta de colores y los motivos visuales ponen en evidencia la mano de un director que conoce bien las herramientas con las que cuenta y su oficio para introducir al espectador de lleno en una historia que -dejando de lado su costado fantástico y tenebroso- pone el acento sobre el trauma de crecer, el paso a la adultez y la derrota de los miedos propios.