El pasado nunca muere
La esperada adaptación de It sacrifica la épica de la novela pero logra contar una historia redonda que asusta de verdad.
Es probable que It sea la obra maestra de Stephen King y su libro más conocido aún por los que no lo leyeron. El terror que producen los payasos nos fue inducido por King en esa extraordinaria novela, al punto tal que el año pasado tuvo que salir en Twitter a decir “ey, muchachos, es hora de aflojar con la histeria por los payasos… la mayoría son buenos, alegran a los chicos, hacen reír a la gente”. Ahora con la llegada de esta esperadísima adaptación al cine (la primera, porque la anterior fue una miniserie para televisión) la Asociación Mundial de Payasos se quejó de que algunos de sus miembros están perdiendo el trabajo.
Esto que puede parecer un chiste o una anécdota que no tiene mucho que ver con la valoración de la película de Andy Muschietti, lo que demuestra es la importancia extraordinaria de la novela dentro del género del terror de las últimas décadas. No voy a descubrir acá el talento de Stephen King, pero quiero dejar en claro que ese talento encontró su pico en It y que a 30 años de su publicación sigue marcando a fuego la memoria colectiva.
It cuenta la historia de siete chicos que se enfrentan a un ser maligno que se alimenta de sus propios miedos, un ser que vive en las alcantarillas de Derry, el pueblito ficticio del estado de Maine donde transcurre la historia. Estos chicos son bullyeados en el colegio y tampoco son muy bien tratados por el mundo de los adultos, pero encuentran en la amistad y la unión entre ellos, la fuerza para sobreponerse a esos miedos (miedo al monstruo pero también miedo a cosas más prosaicas de la vida, como un padre abusador o una madre sobreprotectora).
Pero a la vez que King nos cuenta la historia de estos chicos en el verano de 1959, también nos cuenta, alternadamente, la de estos chicos ya crecidos, adultos en 1986, que tienen que reencontrarse porque el terror volvió a Derry y solo ellos lo pueden enfrentar.
La novela tiene dos virtudes. Por un lado, el terror es ubicuo y total. Acá no hay zombies, vampiros, hombres lobo o asesinos seriales; no basta con huir físicamente de una casa embrujada o de un vecindario oscuro. El “monstruo” es el terror que todos tenemos dentro, nuestros miedos más profundos.
Por el otro, cuenta una historia muy sólida, un coming of age clásico pero que va más allá, porque alterna esa historia de un grupo de chicos a fines de los ‘50 con otra, en el presente (el presente en que fue publicada la novela, años ‘80), en el que esos mismos chicos ya son adultos y tienen que enfrentarse a los fantasmas de aquel verano. En un punto, It parece inspirada en aquella frase extraordinaria (y rotundamente cierta) de William Faulkner: “El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado” (en inglés suena mejor: “The past is never dead, it’s not even past”).
Lo primero que salta a la vista de esta adaptación es la decisión de contar solo la historia de los chicos y dejar la de ellos como adultos para una segunda película que funcione como complemento de esta. Para un fanático de King y de esta novela en particular como yo, está decisión era sacrilega. Era despojar a It de la épica que la hizo grande. La gracia de la historia es poder ver qué fue de esos chicos al mismo tiempo que los vemos enfrentar a los bullies y a Pennywise. Y también percibir que el enemigo no es solo un payaso perverso sino un “ser” que existe a lo largo de años, décadas y siglos. De hecho, la novela comienza diciendo: “El terror, que no terminaría por otros veintiocho años (si acaso terminó alguna vez)…”
Pero es recomendable deshacerse del traje de fanboy y reconocer que los guionistas Chase Palmer, Cary Fukunaga y Gary Dauberman tomaron la decisión correcta. El resultado, es cierto, pierde épica y fuerza, pero funciona muy bien por sí mismo: It, la película, es una especie de Cuenta conmigo de terror que no se ahorra escenas cruentas, que juega al fleje con la sexualidad adolescente y que redondea una historia sencilla (a diferencia de la novela) que balancea con precisión claridad y oscuridad.
El mérito es casi todo de Andy Muschietti, que consigue crear unas imágenes potentes e ingeniosas para asustar al espectador: yo diría que son “sobresaltos con contenido”. Es un clásico en las películas de terror las escenas de sobresalto (muchas veces el causante es un gato, nada más). Acá los sobresaltos provienen de imágenes construidas con una precisión milimétrica: voces de chicos desaparecidos que se escuchan a lo lejos, un globo flotando, un payaso que sale de un ataúd.
Antes de ver la película, leí varios comentarios de Twitter que destacaban que era “mucho más que una película de terror”. Es una afirmación equívoca. It no es nada más (ni nada menos) que una película de teror. Asusta. Pero tiene algo que muchas películas de terror no tienen: gente que pensó un rato largo en la mejor manera de asustarnos. El primero de esa lista fue Stephen King. Pero los que vinieron después hicieron su trabajo de la mejor manera posible.