Redonda y efímera
El salto que Andrés Muschietti da en It con respecto a su anterior Mamá es notable: lejos de ser un filme de terror literal más, It hace la diferencia en los luminosos detalles (casting, fotografía, ambientación); en el cuidado reverencial con el que trata a sus personajes (una pandilla de niños héroes entre los que paradójicamente sobresale la incandescente Sophia Lillis); en una personificación del mal que sorprende cuando aparece, no cuando se oculta (Pennywise, un desgarbado, estrábico y estúpidamente siniestro Bill Skarsgård) y en una historia que es doble: está el monstruo, sí, pero la comedia y el humor y el romance son claves emotivas de la película.
It aun así no llega al nivel artístico de cumbres recientes como It follows o The witch: los efectos digitales de las criaturas que personifican los miedos de cada niño son banales y opacan la entrañable materialidad de la comunidad estadounidense de Derry, el último tercio en casa embrujada aplana y concentra todo aquello que hasta entonces permanecía virtuosamente disperso y las citas a Street Fighter, los New Kids on the Block y el crecer en la década de 1980 lucen redundantes en una era consagrada a ensalzar la nostalgia. Los besos, los chistes y los enfrentamientos con los pesados de turno son encantadores pero ya se han visto mil veces: más que un filme sobre el fin de la infancia, It representa el fin de un acercamiento natural a la niñez.
Cinta infante para adultos, It no es todo lo oscura que podría ser –sus escenas más potentes involucran la mutilación de un brazo y un chorro de sangre de baño abstracto muy Kubrick-, haciendo que la impresión final sea ambiguamente ATP. It es más el globo que el payaso, una figura ligera que está en suspenso sin caer ni esfumarse, destacándose en su singularidad redonda pero efímera.