Ya se vio en los trailers y múltiples adelantos que este film ofreció los pasados seis meses: un payaso malvado se aloja en el interior de un desagüe, desde donde atormenta a un niño que, inevitablemente, caerá presa de sus atrocidades. La escena es fuerte, y de un impacto visual raras veces visto en el terror, por su combinación de lo siniestro con la osadía de una barrera destrozada (la del “no te meterás con un niño”, que el género suele cumplir). El resultado es contundente: la sangre se mezcla con la lluvia, dando pie a uno de los comienzos más escalofriantes de todos los tiempos, aún para una película de firma Stephen King, y aún cuando su predecesora de 1990 ya había esbozado el mismo planteamiento pero de un modo más tímido. Conviene aferrarse a esta escena, no obstante, porque será lo mejor de la película.
Pero no, lo que resta no es para nada desdeñable: It, versión 2017, funciona, y a fuerza de un enormemente talentoso casting compuesto en su mayor parte por niños, que complementa una maravillosa fotografía y puesta en escena. La dirección de Andy Muschietti (quien venía de aprobar en el género con su anterior Mama) es correcta, y su pasión por el terror está ahí, intacta. Pero algo falta. O sobra. El factor nostalgia abunda (también, por ende, redunda) y la sombra de Stranger Things que predice que éste será “un gran éxito” sobrevuela toda la trama. Estamos de nuevo en los 80s, y aunque es justo trazar una mejor comparación con Cuenta Conmigo (Stand By Me, Rob Reiner) por pertenecer a la misma pluma de King, el clima huele demasiado a lo que está de moda. No es que moleste, porque de algún modo incluso hasta parece justificado, sino que no sorprende. Del mismo modo que no lo hace el antagonista absoluto, el payaso Pennywise (encarnado aquí por Bill Skarsgård), que si bien muestra todo su potencial en la mencionada escena del inicio, va perdiendo brillo a medida que avanza la película. Muschietti, vaya uno a saber si por temor a la comparación con la (gran) interpretación de Tim Curry, apuesta al casi mutismo del personaje, justamente cuando lo que más funcionaba en la anterior entrega era su tono burlón y desprecio absoluto por la raza humana. Cuando Curry hacía bullying a los pequeños en la original de It, lo hacía desde un lugar perverso y sardónico. Cuando Skarsgård atormenta a los protagonistas, lo hace desde el susto más primitivo: corre hacia la pantalla y muestra sus dientes. Y esa escena se repite, por lo menos, cinco veces. Pennywise aquí es un monstruo, en definitiva, del cual es fácil distanciarse porque jamás se lo percibe como real.
Puede que esto último tenga que ver con el relato, ya que después de todo, se supone que el payaso (en esencia un shapeshifter, es decir, una figura que cambia de formas) es apenas la representación de los miedos, pero no el miedo en sí. En ese sentido, la idea funciona, aunque sabiendo que es eventualmente algo que puede superarse, el terror pierde lugar en la historia. Y para saber qué asusta a cada uno de los integrantes, Muschietti se toma más de la primer mitad de la película, con una estructura que, hasta que no despega cerca del tercer acto, se reduce a un catálogo de fobias.
Afortunadamente, el tercer acto llega y el horror se multiplica: la batalla en las cañerías es verdaderamente espeluznante, el lazo que para entonces constituyeron entre sí los niños es fuerte y es fácil identificarse con el mismo, y Pennywise despliega todo su poder, de manera casi desesperada, hasta retirarse para esperar su venganza en la segunda parte. Que, a razón de los cientos de millones de dólares que It lleva ya recaudados en la taquilla, de seguro no tardará en llegar. Habrá que ver si Muschietti y equipo logran esquivar el tedio que acorraló al segundo episodio de la primer película.