El personaje que revela toda una época
La película del director de Los imperdonables y Río místico traza un ajustado relato sobre el jefe de espías, y a la vez devela los mecanismos de una sociedad paranoica y vigilada. La Academia de Hollywood la ignoró para los premios Oscar.
Más que sugestivo y para nada accidental, más aún si hacemos una lectura crítica y retrospectiva de los films seleccionados por la Academia, define el hecho confirmado hace algunos días, de que el último film de Clint Eastwood, J Edgar, uno de los últimos representantes de un cine de autor que en Estados Unidos se ha identificado con los más firmes emblemas históricos, con la tradición de los mismos, haya quedado literalmente excluido de las nominaciones al premio Oscar. Y al mismo tiempo, para los seguidores del actor, del realizador, desde los años del western spaghetti y de Harry El Sucio, los que ciertamente lo marcaron como ícono de un cierto concepto de virilidad; para los que no aceptaron ver en él los planteos desmistificadores del sueño americano y de los ideales del imperio, como lo logró en Los imperdonables, Un mundo perfecto y Río místico, permitiéndose recuperar al melodrama de los años idos en Los puentes de Madison; tal vez pueda resultar inverosímil que él, el mismo Eastwood, se atreva no sólo a poner entre signos de interrogación las memorias de quien fuera una de las figuras fundacionales del máximo sistema de seguridad del Estado; sino, además, acariciar un secreto vínculo amoroso, tal vez no concretado, pero sí implícito, entre el propio personaje, J. Edgar Hoover, Jefe del FBI, y quien lo asistió como su mano derecha, Clyde Tolson, durante veinticinco años.
Una historia de amor trágica, violenta, es la que vibra entre los bastidores tensionantes de un escenario que va asomando desde los días de la vejez del propio personaje, a través de los recuerdos que van fluyendo en la voz de ese hombre que apunta, que intenta a construirse en la memoria de los otros como mito. Megalómano, manipulador, J. Edgar Hoover, así se lo conoce y así es su firma, nació un primero de enero de 1895 y el film de Clint Eastwood, admirable en ese recorte intimista familiar, elige aquellos pasajes en los cuales le basta retratar la opaca y mortecina luz familiar para sellar un cierto tipo de relación, para que los mandatos de poder y condena, de extrema vulnerabilidad se proyecten con fuerza, sin interferencias, a lo largo de todo el relato. Si hay una voz dominante, pese a que su participación en el film sólo tiene lugar en contadas escenas; si hay una voz que decide y que fija normas, como él lo hará de manera inmediata a partir de 1917 cuando comienza a establecer métodos de ataque contra la presencia de los comunistas, es la de esa madre que le señala el espacio del poder desde niño y que lo condenará de antemano ante cualquier desvío respecto de lo que se acepta como normal.
Los miembros votantes no deben haber visto con buenos ojos estos ángulos desde los cuales, primero, el guionista de la admirable Milk, Dustin Lance Black, y luego Clint Eastwood abordaran a éste, para ellos trascendental miembro de la familia estadounidense. Y de la misma manera, si bien Leonardo DiCaprio ya había participado de un "Biopic" como El aviador de Martín Scorsese, en su rol del magnate industrial Howard Hughes, que llegó a controlar numerosos órdenes económicos y vidas privadas, interfiriendo en el mundo del cine; en su rol de J. Edgar Hoover, cometía, para muchos (pese a su caracterización digna de destacar; ayudada más aún por su aspecto físico aniñado), algunas imprudencias y trangresiones.
Pese a las favorables críticas, la Academia, en este caso, prefirió callar. Ni una sola nominación. Ni siquiera a los actores secundarios, ni a Judi Dench, como su madre, Annie Hoover, quien decide que se llamará ya no John, sino Edgar; de ahí en más, el personaje firmará de manera firme, aunque a veces no tan convencido, de esa manera, J. Edgar, como lo señala el afiche; ni a Naomí Watts, como Helen Gandy, su fiel e incondicional secretaria, testigo mudo y quien lo soñó en silencio. Ni a Di Caprio ni al hombre que lo ama, Clyde Tolson, rol que compone Armie Hammer, desde el mismo momento en que éste, por razones que el espectador conocerá luego, le ofrezca su pañuelo.
Al ver el reciente film de Clint Eastwood, si bien para nosotros un nombre como el de J.Edgar Hoover puede resultar lejano, podemos llegar a pensar a través del mismo de cómo diferentes mecanismos se han ido orquestando desde políticas de estados que implementan sistemas de control en ojos vigías y conductas paranoicas. Desde la visión de un hombre, su director aquí, como lo hacía de similar manera Oliver Stone en el igualmente olvidado e ignorado por los miembros de la Academia Nixon, se desmonta toda una estructura, un andamiaje de correspondencias en un orden de fracturas temporales, que nos permite reflexionar sobre las complejidades a la hora de narrar una biografía.
En ambos films, Oliver Stone y Clint Eastwood se atrevieron a desautorizar las voces oficiales. Si bien se respira una atmósfera progresista en el orden cultural y artístico en la actual administración, la mayor parte de los miembros de la Academia llevan en sí todavía ortodoxos mandatos.
Ninguna nominación para J. Edgar de Clint Eastwood, film que se abre con el logo de la Warner en blanco y negro, tal como las historias de gangsters de los 30, que se narra en tempo de jazz, que cabalga sobre la historia de un país que se sacude en golpes de escena por secuestros y redadas, desde una voz y desde una mirada que se vuelve múltiple, que afirma y desautoriza. Tras las huellas del film de Orson Welles, Citizen Kane, de 1941, Clint Eastwood reconstruye pudorosamente y al mismo tiempo con audacia a su controvertido personaje.
Ninguna nominación. Sólo el silencio.