Interesa retrato de Hoover, pero daba para más
J. Edgar Hoover fue todo un personaje, creador y mandamás del FBI, admirado por su desarrollo de métodos científicos de investigación y su exigencia profesional, y criticado por reaccionario, entrometido, racista, sembrador de pruebas falsas, maníaco, etc., etc., y ahora también reprimido sexual oculto en el placard. Ya le dedicaron otros films («El FBI en acción», 1959, donde figura un policía argentino, «The Private Files of J. Edgar Hoover», 1977, «J. Edgar Hoover», con Treat Williams, 1987, «Hoover vs. the Kennedys: The Second Civil War», también 1987, entre otros), pero el de ahora nos ofrece una mirada más amplia. También, más íntima.
En un ida y vuelta de recuerdos oficiales y sinceramientos, vemos entonces los comienzos como grupo de choque contra izquierdistas, los esfuerzos por subir el nivel de la entidad y hacerla respetar, la compleja relación con varios presidentes, la afectuosa relación con la madre, las audiencias del Congreso, el decisivo caso Lindbergh, algunas estrellas de la época (simpática, la escena con la niñita Shirley Temple), algunas agachadas y maldades del jefe y sus agentes, y, paulatinamente, su relación de amistad cada vez más cercana con Clyde Tolson, director asociado del organismo y heredero final de sus bienes y secretos, asunto expuesto casi siempre con buen tino.
A señalar, en ese sentido, dos escenas pegadas: una culmina con la «comprensiva» risita de unas chicas de cabaret, la otra empieza con la comprensiva madre que, para cuidar al hijo, le recuerda el caso de un respetado vecino descubierto y públicamente humillado por ciertas debilidades, que se terminó suicidando.
Eastwood siempre trabaja con un guionista adecuado para cada ocasión, y por eso trabajó en ésta con el militante gay Dustin Lance Black, libretista de «Milk», «Pedro» (el primer homosexual con VIH que se hizo popular y querido en la TV norteamericana), y otras biografías de figuras públicas homosexuales. Todo eso está bien, y estaría mejor si la película se llamara «J. Edgar y Clyde». Como se llama «J. Edgar», y la dirige Clint Eastwood, uno esperaba que hubiera unos buenos tiroteos con la mafia, el Ku-Klux-Klan y los rojos, pero de eso apenas hay unas muestras gratis. En ese sentido decepciona un poco. Y en otras, un poquito. Con franqueza, la película es buena pero Eastwood ha hecho cosas todavía mejores.
Muy bien Leo DiCaprio, y buenos el reparto, la fotografía, la ambientación, los detalles de cada época, la dirección. Un pequeño agregado: la anarquista Emma Goldman que Hoover hizo expulsar a la Unión Soviética, donde tampoco aceptaban a los anarquistas, huyó casi enseguida rumbo a Francia, escribió un par de famosos libros anticomunistas, basados en su propia experiencia, y terminó casada en Inglaterra.