J. Edgar

Crítica de Sebastián Nuñez - Leer Cine

SIN HÉROE NI LEYENDA

La figura histórica de Hoover, compleja y siempre polémica, se convierte en un punto de partida ideal para que el incansable Clint Eastwood reflexione sobre algunos de sus temas recurrentes y exponga, una vez más, la complejidad de su mirada impar.

1) Para el autor de esta crítica, Eastwood no ha sido un cineasta más. Más bien todo lo contrario: ha sido, durante un buen tiempo, EL director, el autor ejemplar del cine norteamericano contemporáneo, el verdadero heredero de la tradición clásica de Hollywood. Pero diferentes cuestiones han hecho que esas apreciaciones hayan caído en una revisión que aún se encuentra en pleno proceso. Cuestiones de formación y desarrollo del propio pensamiento han influido. Pero también el particular despliegue de la obra del director, con algunas películas que en varios aspectos parecen contradecir aquello que otrora podía afirmarse de él. En este sentido, son ejemplares las inconsistentes El sustituto (Changeling) y Más allá de la vida (Hereafter), en las que, más que la mano de ese director clásico que hemos admirado, aparecen las huellas de un “director mensajista”. Así, a partir de estas cuestiones, y de algunas más, quien esto escribe ha decidido repensar toda la obra eastwoodiana, intentando dejar de lado cierta devoción por una figura que se había vuelto tal vez demasiado grande, y a la que –también tal vez- le había endilgado cualidades que estaban de más (algo normal, después de todo, ya que Eastwood fue para este crítico algo así como la figura rectora y el compañero con el que ingresó al mundo de la cinefilia y el pensamiento sobre el cine). Ajustar las cuentas es necesario; revisar, rever, repensar debe ser una tarea constante para aquellos que intentan dedicarse a la crítica. Y, vale aclarar, revisar a un director no debe entenderse necesariamente como una operación de descrédito.

2) Esta introducción, a lo mejor algo extensa, incluso gratuita para algunos, es necesaria ya que J. Edgar se estrena justo en medio de ese período de revisión antes mencionado, y porque las propias características del film lo vuelven precisamente un objeto estético lleno de ambigüedades (¿o de contradicciones?). Eastwood, hoy día, me despierta muchas dudas. Y esta película en particular lo hace con énfasis. Dudas respecto al tan mentado clasicismo del director, quien, en neta contradicción con esa supuesta característica propia, opta aquí por un registro actoral en general demasiado afectado (con Di Caprio a la cabeza), una fotografía que se siente muy pesada por momentos, y algunas escenas por demás explícitas, como aquella en la que Hoover decide probarse algunas prendas de su madre luego de verla morir. Y ni hablar de los maquillajes, burdos, groseros, que generan distancia. Todo esto remite a una sensación de falsedad absoluta. Sin embargo, la pericia narrativa del director, la fluidez con la que va desarrollando la historia (con constantes idas y vueltas temporales) equipara la balanza para lograr que, pese a todo lo antes mencionado, podamos ingresar en la historia de una personalidad ya de por sí difícil. Así, acompañando toda la carrera profesional de Hoover, y también aquello que podemos ver de su vida personal, empezamos a entender cuáles son los temas que a Eastwood le importan, más allá de la figura biográfica en sí.
En primer lugar, la relación del hombre frente a la Historia. Para Eastwood, la Historia es lo de menos. Es eso que va de la mano con la política, que se ve en las caravanas que festejan la elección de un nuevo presidente, es ese hipócrita discurso televisivo de Nixon sobre la muerte de Hoover. Es una cosa de arribistas y frívolos, como los Kennedy. Lo importante, para Eastwood, está en el barro, en el día a día, en el combate con el mal cotidiano (y también en los melodramas personales). Es allí donde se juega la verdad, y de donde se puede extraer algo valioso para la reflexión sobre la condición humana. Y ese es el lugar que ha elegido Hoover, ya sea para enfrentar a terroristas comunistas o delincuentes como Dilinger. Por eso, Eastwood muestra a Hoover dos veces solo en su ventana, viendo desde lejos, y apartado, el paso de la Historia: allá los nuevos presidentes y la muchedumbre; y acá, en su lugar de trabajo, Hoover haciendo lo suyo.
Eastwood muestra y resalta el desprecio que su protagonista tiene sobre los políticos. Algo que queda claro cuando le ofrecen ser el director del FBI y pide, como condición innegociable, independencia total del poder político. Y esto será reafirmado cuando se dedique a espiar a los propios presidentes para chantajearlos en caso de que se quieran meter con sus tareas. Hoover parece y, sobre todo, cree encarnar algo fundamental, incluso primigenio, unos valores esenciales de su país que, para él, nadie más puede representar, empezando por los presidentes. Pero, ¿cuáles son esos valores? Más allá de algunas frases, de algunos slogans que dice con fruición, y de lo que la madre le inculca, es difícil saber cuál es ese principio fundamental que Hoover dice defender. La gran pregunta entonces es: ¿qué representa Hoover? No hay respuesta enJ. Edgar. Eastwood no la encuentra, no la ve, y así lo expone. Hay un vacío absoluto en ese aspecto. En todo caso, lo que hay es la figura de un hombre convencido de lo que hace pero lleno de taras personales que lo llevan al borde de la locura, y que muchas veces lo hacen actuar en el vacío, como en ese momento en el que le dicta una carta a su secretaria para tratar de intimidar a Martin Luther King. Es tanto el nivel de absurdo de lo que dice, que su secretaria no toma nota. La escena es muy significativa, y deja en claro el nivel de locura del personaje, que ha ido muy lejos, o mejor dicho, ha caído muy bajo.
En definitiva, Eastwood cuenta la historia de un fracaso. El fracaso de J. Edgar Hoover en su intento de automistificación como héroe. La leyenda que el personaje intenta narrar será desmentida por la persona más cercana que tuvo –su ayudante Clyde Tolson- y tal vez la única que lo amó, más allá de su madre. Una vez más, Eastwood se mete con el tema de la leyenda, la verdad y la posibilidad, o no, de ser un héroe. Eastwood no imprime la leyenda que Hoover hubiera querido. Pero tampoco la leyenda negra que los detractores del personaje y los facilistas ideológicos hubieran querido. Eastwood imprime su película, en la que muestra las oscuridades de su amado país, y en la que reflexiona, una vez más, sobre la dolorosa existencia del hombre. Mientras, en la Historia de su país parece no haber héroes, de ningún tipo.

3) Algo más. Este desconfiado crítico ha señalado más arriba una “cierta sensación de falsedad” en la película. Y ahora, llegando al final, se pregunta si en realidad todo eso que vio como aspectos negativos no ha sido usado de manera absolutamente consiente por Eastwood, ya que justamente todo lo que vemos es la pura representación que el personaje quiere hacer creer: su propia versión de la leyenda. No es una lectura descabellada, y estaría demostrando, una vez más, la pericia de un autor decidido a no abandonarme.