A todo el mundo le han vendido buzones ó habichuelas sin magia. Sentimos que nos hicieron lo mismo con Jack, el Caza Gigantes, film en el que los grandulones del título no resultan del todo convincentes en plena era Weta y la acción -de haberla- resulta deslucida y monótona.
Hay una obsesión por lo épico que, últimamente, parece teñirlo todo. Si no tiene corte épico, no vale nada. Entonces, una fábula foránea (como casi todas, cabe aclarar) que tal vez recordemos con simpatía por obra y gracia de Mickey and the Beanstalk (1947), se convierte por arte de magia habichuélica en un aburrido culebrón colmado de ambiciones de poder: Siempre hay alguien que está bancado por alguien más, y ese alguien más quiere serrucharle el piso a alguien más, para así acceder a la corona porongona de alguien más.
Para hacerla corta: Jack (de buenudo que es, nomás) le brinda ayuda a un fraile que le paga el favor con un puñado de porotos sumamente valioso. Si cometemos la estupidez de mojar dichas legumbres, se puede llegar a pudrir todo. Desde Gremlins que un chorrito de agua no genera tanto quilombo. Los porotos germinan y extienden sus tallos hasta el mismísimo cielo, más allá de las nubes, donde yace el reino olvidado de los gigantes que ahora deciden bajar y descontrolar todo, aprovechando el monumental y venoso puerto USB que mamá naturaleza acaba de erectar en generosísima donación.
Por circunstancias que sería mejor observar en el film y no aquí, un grupo de soldados encabezado por Ewan McGregor (solvente y eficaz incluso en papeles como este) debe subir al reino de los gigantes para rescatar a la princesa de turno, que previamente en la historia se fijó en Jack, andá a saber por qué. Jack también forma parte del convoy de rescate.
Hay secuencias muy bonitas en la tierra de los gigantes, pero muy esporádicas. No terminamos de entender por qué llueve tanto allí, si tenemos en cuenta que dicha urbe se alza sobre las nubes y no debajo de ellas, pero no importa. Hasta ahí, la cosa queda en el baile... pero por poco tiempo, pues los deseos monárquicos de un par de sujetos hacen que la atención se dirija (a la fuerza) hacia otros sitios más matrimoniados con Thame of Grones que con una historia en la que podríamos habernos divertido viendo a cuatro seres humanos ahogándose en el tazón de sopa de un gigante con flequillo.
Una corona ancestral dotará a su portador de las fuerzas que -tal vez- definan el destino político de uno y otro mundo. Figurón harto repetido en estos días en los que la épica del poder parece ser lo más de lo más. Demasiado grande, hipertrofiado y (por sobre todo lo demás) aburrido, sobre todo si no sos un gigante y particularmente no te sentís uno.